sábado, 15 de agosto de 2009

Cuando no nos gusta la obra de teatro, ¡quemamos el escenario!

Es otra forma de abordar el tema del extremismo (típico de los adolescentes en sus crecimiento) del que es víctima nuestra sociedad. Se trata de aquella persistente tendencia a cambiar las cosas de golpe, lanzándonos hacia el otro extremo del espectro de posibilidades, como si de un inmenso e histórico péndulo se tratase. Recuérdenlo. Es cuando algo no funciona bien, y en vez de mejorarlo, mediante un análisis de las causas de las fallas, buscando con eso elaborar un plan de trabajo optimizado, nos lanzamos a deshacer lo hecho, y en su lugar, instalar algo distinto y radical.

Decíamos que Pedro “El breve” intentó hacer eso, y se equivocó.

Este punto lo habíamos abordado anteriormente, cuando tratábamos de establecer como las acciones y omisiones de pasado, sirvieron de caldo de cultivo para tantos desvíos e injusticias.

Recuerdo estando joven, aquellas elecciones donde finalmente ganó el Dr. Jaime Lusinchi. Para ese tiempo, conversaba con algunos amigos, y dejábamos claro que por aquello de “hoy yo, mañana tu”, debía ganar AD, ya que COPEI estaba en el turno de gobierno. Hablábamos de cómo este proceder era incorrecto, pues se había preocupado más por mantener el statu quo, malamente instaurado sobre algunos errores elementales, que más bien por el destino nacional y el de sus pobladores en consecuencia.

Para ese entonces, yo decía, “es como una parodia de democracia, donde el libertinaje y la conveniencia privan sobre todo”.

No había necesidad de tales errores; no había necesidad de dejar que la obra teatral terminara mal, y el público en su frustración, ¡incendiara el escenario! El intento de golpe de 1992 fue eso; un botellazo con gasolina contra el escenario, donde, no políticos, ni buenos funcionarios, sino actores aficionados, se terminaron creyendo los dueños del teatro; de un local donde todo el colectivo estaba obligado, -como lo sigue estando-, a ver y participar en la obra que se presente permanentemente. La consecuencia llegaría después: Una nación donde cambiar todo radicalmente parecía la solución ante tanta injusticia, y no porque fuera la única opción, sino porque es la que mejor sabemos aplicar luego de tantas insatisfacciones.

¡Ahora hemos aceptado cambiar tantas cosas, que solo falta que digan que hay que cambiar de sexo para completar la transformación nacional! (y no me anoten en eso a mí).

Pareciéramos (pero solo parece), que no fuéramos capaces de mejorar cosas…

Esto, amigos míos, no puede seguir siendo la marca distintiva de todo cuanto hagamos. Justamente, la oportunidad de oro -digámoslo así- es esta, donde por impericia, y mas por accidente divino, hemos tenido la oportunidad de contrastar el antes y el después, y ver a trasluz, los errores cometidos en ambas etapas. Esa transparencia es la que nos da la oportunidad de corregir las cosas; uniendo todo lo realmente bueno que se hizo, con lo que se ha hecho en los años últimos, porque quieran admitirlo o no, y ya lo mencionamos antes, los últimos 10 años han sido años de cosas también muy buenas.

Existían demasiadas ideas sobre lo que se podía hacer, y simplemente, quizás el error inicial, fue que una sola corriente de pensamiento absolutista, instalada como gobierno, más que de pensamiento claro, se “endosara” convenientemente la autoría de esas ideas, siendo en realidad ideas “sin patente”, pues nacieron de todo el colectivo social venezolano, en nuestras diarios golpes con la injusticia, y debido a ello a la larga, el gobierno también se auto-endosó todo lo malo, los errores y las oportunidades perdidas.

No hay nada más inútil que el uso de palabras como “hubiera” o “debiste”; el pasado sólo sirve para aprender del error cometido, y si se aprende en verdad, como si de un pecado del cual estuviéramos arrepentidos, pues entonces estaremos ante una sociedad perdonada, con una vida honesta por delante.

La decisión de actuar con sabiduría, sensatez, y calma ante la planificación y la ejecución de cosas mas sublimes, nos espera.

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