sábado, 20 de noviembre de 2021

En cada paso hacia la “nada”, nos acercamos más a una realidad resistida a aceptar.

Sé que suena extraño el titulo que escogí, más acaso: ¿No es esta situación la de un país que lo tuvo todo (menos lo necesario para autocriticarse y reencausarce), y que ahora no tiene casi nada, (salvo en esencia, gente y miseria para exportar), algo que también suena, -cuando menos-,  “extraño”?

Porque díganme ustedes: ¿Qué le va quedando a lo que es hoy “Venezuela”?;

¿Quizás riqueza?, pero de qué tipo, y quién la disfruta?;

¿O quizás le queda Orgullo?; y si es así, para qué sirve, o a qué está sujeto?;

¿Prepotencia será?; ¿Le es útil?;

¿O se trata más bien de la suficiente vanidad como para no admitir mal alguno en su sociedad de mentira, aún carcomida por una insaciable necesidad de individualismo entendido como la capacidad de aplastar al otro sin tener consecuencia para sí mismo?;

¿Es que acaso la consecuencia de todo esto no se ve?

 

Discúlpenme si soy rudo al llegar acá con ustedes después de meses sin comentar cosa alguna diciendo ahora una verdad que no tienen la obligación de escuchar ni de asimilar; aún así, prefiero ser yo ahora, -quedando con la consciencia tranquila-, y no esperar a que un político de oficio que al final tan solo les dirá lo que le convenga a él mismo decir, (y siempre matizado por un lenguaje más propio del que habla con débiles mentales, que de alguien que se dirige con respeto y dignidad a una sociedad de ciudadanos), sea el que tome el escenario.

Pero claro, antes de seguir hablando de ciudadanos, tenemos que preguntarnos casi con sarcasmo: ¿Y es que realmente hay ciudadanos en Venezuela?

¿Somos como mayoría, un derroche de civilidad y compromiso como republica?

Vamos, no lo reconozcan entre dientes: Para ser ciudadanos, hay que tener ante todo una convicción visible y defendible ante un ideal común de valor humano innegable, y que a partir de ello, hayamos mayoritariamente aceptado un conjunto de normas bajo las cuales cohabitar en el marco de unos derechos y unos deberes que no atentaran contra los mencionados valores mismos.

Eso, queridos compatriotas, no es algo que caracterice a nuestra “sociedad”: somos más bien “súbditos” en una sociedad mafiosa cuyos cabecillas, -en forma de una corporación con los intereses más mezquinos y bizarros que pudiéramos imaginar nacer entre nosotros-, administran esta "Colonia" donde optamos por vivir sin cambiar nada, salvo nuestra propia capacidad mayoritaria de adaptarnos en dirección de la minusvalía y la carestía, mientras un grupúsculo refina cada día el arte de aplastar a los demás.

 

 

Temo que quizás algunos se acercaron a este blog en busca de leer un análisis quizás más o menos inteligente de lo que ocurriría en las elecciones del 21 de noviembre del 2021 en esta Venezuela apabullada, pero les evito la molestia de leer extensamente en esta oportunidad, pues en un nuevo ejercicio de hábil manipulación mediática, demostrando que ellos tienen tomado "el sartén por el mango", me basta con citar a dos lideres del régimen mafioso administrador, que dijeron en pocas palabras, -casi como sentencias-, a modo de bofetada para quien no lo esperaba, (es decir, a los que como candidatos o electores, estaban determinados a ejercer su “derecho” al voto con alguna genuina -pero inofensiva-, esperanza de algo.

Sin más, aquí en estas dos graficas está el resumen:


No importa lo que haya dicho algún personero del régimen conformado por el oficialismo (y su oposición hecha a imagen y semejanza) en el pasado reciente; aquí en Venezuela o el exterior, pues todo, absolutamente todo, queda claro en una nueva (pero predecible) y magistralmente ejecutada macabra estrategia:

1.-El rector del CNE, indica con claridad, libre de toda duda, que cualquier opinión en contra de lo que se haga o se dé como resultado en esas elecciones, es incuestionable, incluso por los que se digan observadores, veedores y demás personajes que pretendan fungir como validadores de los mencionados comicios.

2.-Nicolás Maduro dice que cada participante en las elecciones, convalida no solo a la elección misma, sino al “gobierno”, a la autoridad electoral, y a la Asamblea Nacional.

 Aquí no hacía falta emular la campaña y las recientes elecciones hechas en Nicaragua, y ni siquiera la brutalidad con la que fueron manipuladas; aquí, en la cuna de la perversión política, los resultados ya están cantados, porque en esta ocasión no se trata de quién gane o de quién pierda, sino del hecho apabullante de que en el mencionado proceso electoral, ningún cargo que pudiera cambiar el rumbo político del país, está en juego, ni lo va a estar, -en este proceso o en otro-, en tanto los que detentan el poder no se sientan verdaderamente amenazados por nuestra reacción colectiva e imparable ante lo injusto y castigable.

 

Amo a Venezuela, pero más que verla como una "madre", les digo que hay que verla como un "hijo" del cual todos hemos sido padres; uno que sigue el camino que nosotros hemos facilitado, con los valores que le hemos logrado inculcar.

Nos hemos equivocado al dejarnos vender la idea de que estábamos ante una “madre”; ese concepto es un error en sí mismo y por fuerza de naturaleza, porque en esencia, una madre vive en el pasado con relación al hijo, con un final que invariablemente llegará antes que el del propio “hijo”, pues porque de eso se trata la vida: de la sucesión, y en el caso de los seres humanos, del progreso y el bienestar, cuando se organizan, se toman las decisiones correctas y estas son apoyadas por una mayoría no coercionada por una minoría que apunta en otra dirección, distinta a la de los valores humanos de amor y dignidad originalmente cultivados.

Visto así, -como hijo-, y a la luz de la "perdición" sembrada y de la "enfermedad" terminal que padece luego de tanto abuso y vicio, ya el único remedio es dejarlo ir (al hijo); entender que ya hizo su vida y decidió el camino a seguir, y que nos queda ahora sólo limpiar el hogar que él (nuestra sociedad) destruyó, para dejarle espacio sano, más reflexivo y sabio, al próximo hijo que vendrá para que criemos.

En otras palabras: Nos toca admitir los errores, rectificar el camino, fundar una nueva nación y aplicar justicia ciega -pero con corazón-, sin jamás olvidar lo aprendido ni a quienes cometieron los delitos y los crímenes de lesa humanidad.

 

El domingo muchos irán a votar, pero sepan que para lo único que servirá, será para que una parte (ni siquiera todos) de ellos mismo, despierten más adelante a la cruda realidad: que seguimos siendo un país reducido a colonia, no por el poder o la inteligencia de ellos, sino por nuestros miedos, por nuestras dudas, y por la incapacidad de cohesionarnos bajo elevados valores, que aún insistimos en abrazar como individuos y no como sociedad de ciudadanos.

Una nación no es una suma de individuos jalando cada uno para un lado distinto; lo es cuando todos acuerdan hacer el esfuerzo en la misma dirección: en la de un acuerdo de valor y dignidad en principio para todos, y desde donde cada uno puede explorar su propia individualidad creativa, revitalizando así al colectivo que por naturaleza formamos.

El cambio vendrá cuando dejemos a un lado el terror a enfrentar nuestros propios demonios; cuando dejemos a un lado el miedo a enfrentar nuestra irreverencia ante las leyes, nuestra arrogancia frente a quien se atreva a decirnos que estamos equivocados, y nuestra avaricia por ser los dueños únicos del saco de la verdad, aunque sepamos en el fondo, que el saco y su contenido, son falsos.

 

El 21 de Noviembre de 2021, en Venezuela sólo se elije la continuidad de la mentira, y con ello paradójicamente, se abre la oportunidad que muchos aún rezagados se autodescubran, dentro del laberinto existencial en el que hemos como temerosos conjunto manipulable de individuos, estado existiendo. No lo olviden.

 

Nunca la libertad, -la verdadera-, nos llegará sin hacer el esfuerzo supremo y propio de lograrla, y eso jamás ocurrirá si no nos unimos bajo una sola convicción, que nada tiene que ver con la sumisión de ir a votar bajo las condiciones y resultados preestablecidos de quienes ya no nos temen ni respetan. 

Nunca.