domingo, 9 de junio de 2013

El ultraje fue cantado por el referee. Casi nada más que hacer.

(Caracas, 9 de junio. AP) — El Consejo Electoral de Venezuela completó una auditoría de los resultados de la disputada elección presidencial de abril y, como se esperaba, confirmó la victoria de Nicolás Maduro por un margen de 1,5 puntos porcentuales.
Simple: Maduro no ganó éticamente. Ganó desde el punto de vista disque “legal” de un CNE que “se pagó y se dio el vuelto”, para luego aceptar a regañadientes revisarse  a sí mismo y sin auditoría externa que valga, el “vuelto” que se había dado, mediante una conveniente revisión de lo que era inútil revisar.
Sin el abuso de los recursos del Estado, y sin un registro electoral amañado, con un CNE ciego para lo que le conviene, jamás abría podido levantarse con el triunfo, independientemente de que lo mereciera o no.
Nicolás Maduro no va a soltar la arrogancia que lo está caracterizando, azuzado por el selecto grupo de poder que lo rodea. Les importa un cuerno haber ganado a punta de dudosas e inmorales tácticas electoreras, con paupérrimos resultados más que cuestionables, secundados por poderes blandos y “laxos” por tanta influencia y abuso que han “tragado”.
El país aún no entiende nada; el oposicionismo entiende menos lo que pasa, mientras que el chavismo se aferra a lo poco que le queda de orgullo prestado, para mantener su postura de resteo con lo fútil.
El que creía que habíamos llegado al “fondo”, le cuento que aún queda el “sótano”…
Todos se empeñan en orinar fuera de la letrina, y mientras tanto, soy señalado como el enemigo de todos, por pararme en el medio a decirles que están equivocados al enfrentarse para gritar cada uno desde su propia pared de conveniencias particulares, mientras se adormece el bienestar colectivo, y que por ello lo más difícil para el despertar nacional, aún se niega a llegar.

Quiera Dios que sea la rectificación nacional por la vía siempre democrática y de la introspección colectiva. Ruego por ello. Cualquier otro atajo, sería un error tercermundista imperdonable, del que no estamos exentos de cometer.