domingo, 19 de diciembre de 2010

Repasando aquello de las causas y consecuencias.

(A propósito de las declaraciones de varios ex gobernantes latinoamericanos, de los odios existentes, y de aquellos que aman o adversar a Hugo Chávez en Venezuela)

Leía recientemente los comentarios emitidos por José Ma. Aznar, Álvaro Uribe y otras personalidades políticas latinoamericanas, durante un evento celebrado en Chile. A medida que me desplazaba por las ideas y opiniones expresadas sobre Hugo Chávez, resultaba obvio que este personaje era el denominador común a través del cual pareciera quererse minimizar las expresiones distintas al statu quo occidental, y para ello se reduce hasta lo invisible los logros, mientras las fallas se magnifican hasta el firmamento. Con esto en mente, me volvía a preguntar qué tanto en realidad los latinoamericanos, o más en concreto, los suramericanos, mantenemos esa especie de rigidez mental que nos aleja de las evaluaciones descarnadas y sin pasiones, que mas bien trabajan en función de la relación causa efecto, y no de los acontecimientos aparentemente aislados que conforman la historia de nuestros países.

No quiero detenerme mucho en las sandeces expresadas por el reciente premio nobel de literatura peruano, o por aquel desencajado y fuera de la realidad Aznar, expresando hasta la envidia que el presidente Clinton sentía por este ultimo.

En mi opinión, -y sin el permiso de los españoles-, Aznar representa el éter, el vacio producido entre dos etapas históricas de la España contemporánea, donde se comenzó la transición desde ese materialismo rancio, hacia una política menos insensible pero aun arrastrada por los deseos de liderazgo mundial que acoge España en su corazón.

En fin, Suramérica; nuestro gran continente, es el objetivo de esta reflexión sencilla, humilde, e imperfecta. Necesariamente requeriré de ustedes para refinarla.

Comencemos con una simple pregunta:

¿Hugo Chávez que representa?

No, no representa al diablo, como dicen los que llamo yo, oposicionistas, ni a la negligencia que cabalga sobre todos nosotros; tampoco representa un accidente del destino, ni una confabulación contra los valores del hombre venezolano o latinoamericano.

Nada que ver con esos escenarios apocalípticos, dibujados por los derechistas y puristas que asocian la bonanza y la prosperidad, al dinero, a Wall Street, y a la globalización, con los pobres y desamparados como daño colateral indeseado pero siempre tolerado.

Obviamente, tampoco les voy a decir que es santo de mi devoción, o el presidente que resulta, aún espero, ni mucho menos mi líder, ni mi comandante, (ya les he dicho que yo no bajo la cabeza ante ningún hombre, y más aún cuando me ha demostrado un cambio de dirección tan impredecible como el de una veleta en medio de un huracán. Muy lejos de aquel que esperé para ser un mandatario apegado a la constitución, con la venezolanidad en sus arterias, cerebro y corazón)

En definitiva, Chávez es un hombre más, aunque en una situación muy particular, producto de un colectivo sin una brújula orientada por el “magnetismo” de la venezolanidad. Causa-efecto. Recuérdenlo.

Estoy seguro que hemos tocado el tema anteriormente; se que les he dicho que el Chávez que gobierna en Venezuela, como los cientos de “Chávez” que pudieron tomar su lugar, al igual que en Bolivia muchos “Evos”, o en argentina varios “Kirchner”, y así sucesivamente, son producto de los desatinos de la mezcla de amor/odio entre la derecha y la izquierda latinoamericana, que durante décadas, solo supo maldecirse y servir de carne de cañón, en medio de la injusticia más absoluta, a las superpotencias del momento. Desde Cuba, pasando por las democracias venezolanas y colombianas, deteniéndonos en las dictaduras chilenas, argentinas y brasileñas, todos actuaron como tontos útiles para sus propios beneficios, cuyas consecuencias finalmente, mezcladas sin control, ofrecen paradogicamente ahora, una posibilidad real de crecimiento, de definición y de crecimiento, distinto a los paradigmas que solo inyectan ilusiones y producen dineros a sectores particulares que a su vez, manejan el poder a su antojo. Triste parapeto vivido en tierra de libertadores, que nos hace actuar eso si, como títeres movidos por la estupidez autóctona, criolla, y nacional.

Somos gigantes dormidos; Somos tierra de extraordinarias posibilidades, desde México hasta Argentina y Chile. Un emocionante futuro de éxito nos espera, pese a todo.

Les voy a decir ahora una cosa, hablando de Venezuela en concreto, aunque con distintos nombres se aplicaría igualmente a otros países hermanos: Si entendemos a la vieja forma de hacer política como aquello a lo que denominamos oposicionismo, que vive aún en nuestros días, entonces resulta que ésta de Chávez, es el padre.

Veámoslo así; estoy seguro que me explicaré mejor: el oposicionismo es aquel joven que siendo padre hoy en día, no quiere reconocer la paternidad sobre ese hijo, por la responsabilidad e impacto que esto ha supuesto sobre su propia vida cómoda y desenfadada. (Es decir: El es consecuencia directa de la mala e irresponsable política practicada hasta entonces. Lo establecimos como hecho cierto hace un tiempo)

Por el otro lado, como contraposición que llega a ejecutar una especie de balance, tenemos que eso que denominamos oposición sucesora, hacia donde estamos mirando y esperando, ya que no esta identificada, modelada ni representada de modo alguno (es decir, no se ha materializado-concretado), es como otro joven que no siendo el padre de la criatura, quizás busca establece una relación con la madre (Venezuela) de este hijo, debiendo encontrar un equilibrio entre el respeto que supondrá vivir con el, al convertir el sentimiento que lo une a la madre de éste, en una relación formal y de convivencia bajo un mismo techo.

Cosas cotidianas que explican cosas nacionales.

Estemos claros en que una nación consciente de su destino como comunidad organizada, no tiene por qué tener estructuras políticas colisionando entre si, que puedan resultar en un antagonismo desgastante y hasta desestabilizante; de allí deriva una de las imágenes más intensas y difíciles de conseguir en el ideal democrático: la selección entre las alternativas, por elección simple y sensata, luego de la exposición de motivos de rigor.

Las diferencias de criterios son naturales; los odios también lo son entre los humanos, y la intolerancia se siembra con facilidad extrema entre nosotros. El esfuerzo para buscar el bien, es necesario hacerlo. No lo duden. No vendrá solo.

Escuchar a las minorías solo es posible donde la tolerancia existe, y donde el colectivo que resulta de la unión de minorías y mayorías, aceptan guardar en sagrado lugar, los principios básicos, que no pueden ser distorsionados ni enmendados a favor de momentos sociales o políticos, en tiempos de "cabezas calientes".

Queda en el aire la necesidad de cohesionar lo mejor de todo lo que hemos visto y vivido en el país, al tiempo que desechamos todo lo que ha hecho lastre muerto y enfermizo entre nuestra colectividad.

No perdamos el tiempo como esos políticos latinoamericanos, que centran su centimetraje en prensa a través de las descalificaciones a terceros, sin ni siquiera considerar el origen de todo, del que a veces ellos mismos incluso, fueron corresponsables. Fácil es criticar sin dar una solución por delante, y menos aún si esta solución implica desprenderse de beneficios y de estatus. Triste mediocridad en los hombres. Aún en los mas ilustres.

Tengamos cuidado en no perder energías masticando, como les decía hace poco, piedras.

No caigamos en eso fútiles laberintos de la política clásica, que no va con Surámerica y su grandioso destino frente al mundo.

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