sábado, 3 de julio de 2010

¿Qué hace una persona cuando se vuelve fanática de un equipo deportivo?: Le va siempre, así termine perdiendo por los desaciertos cometidos.

Así somos los humanos en la política también, cuando somos fanáticos. Los venezolanos no escapamos a esto por supuesto, ya fuera durante la cuarta republica, con su bipartidismo alternado en el poder y su correspondiente tráfico de influencias y de carnets políticos, o en la actualidad, con un único mega partido político girando en torno a un sólo hombre, y a una sola manera de traficar influencias.

No es la primera vez que somos tan radicales en nuestra resolución de seguir a un líder, dirigente o caudillo venezolano, aunque es hoy como nunca, que nos resulta tan difícil corregir el rumbo, para tan siquiera admitir que alguna cosa puede mejorarse sobre lo propuesto por el líder y secundado sin chistar por su burguesía, pegada a él como garrapata al lomo del ganado, mientras que este tenga sangre.

Cuando el fanatismo es hacia un equipo deportivo, la cosa se calma al final de la temporada de juegos, o como en los días presentes, al final del mundial de fútbol; la esperanza por un mejor desempeño en todo caso, siempre nos llevará a la siguiente campaña/temporada/mundial sin perder la esperanza.

¿Pero qué pasa cuando el fanatismo es hacia el “astro” y su movimiento político que gobierna, sin lapso legal para concluir?

Bueno, allí es donde el fanatismo en mi humilde opinión, queridos compatriotas, comienza a corroer poco a poco, como ácido sobre metal desnudo.

Sabemos que en nuestro caso nacional, el amor sincero hacia el líder, impide alzar la voz con cualquier crítica de parte de sus partidarios, lo que si pueden hacer quienes le adversan, y de los que sólo tendrá igualmente fanáticos comentarios en contra, con lo cual se va creando quizás un abismo entre la razón y el corazón de todo el colectivo que ha tomado partido; por eso la respuesta ante lo que amenace lo establecido fanáticamente como correcto, se hace virulenta y reactiva, como agua y aceite caliente.

El orgullo es quizás lo que más modifica el “ph” de este ácido, haciéndolo mas corrosivo y peligroso.

Ambas partes se resisten a aceptar que ha habido errores y aciertos, tanto de forma como de fondo, y que los lados de la balanza se mantendrán inalterables en el tiempo, hasta tanto las dos partes acepten por igual las culpas y logros, y juntas con la tercera parte silente como moderador, se sienten a buscar el elemento que más neutro parece, que siempre se da por sentado, pero que nadie logra definir, pese a que es el que más poder nos ofrece para alcanzar el éxito equilibrado y soportable en el tiempo: la venezolanidad pura y simple, por primera vez definida y aceptada como única manera de encaminarnos como nación, amén con Dios y la justicia, hacia el bienestar mas elevado del pueblo.

El fanatismo no es bueno cuando altera la dirección de tu vida hacia un norte que supone desgastarte en valores superfluos. La política con visos de fanatismo es igualmente banal y fútil. Detiene en seco cualquier chispa de mejora que se te ocurra sobre el proceso político, social o económico en el te encuentres sumergido; arremete contra tu innovación y tu capacidad de disentir en justicia, aspirando solamente –el fanatismo-, a que seas un seguidor más, un elemento de cuadro más en el partido, cuando de política se trata, y con ello, hace real el aplanamiento intelectual y de pensamiento, que logra allanar el paso al dogma rígido y conveniente a la dirigencia. La antítesis real del esfuerzo humano cobra vida en ese momento, y surge ante ti la lucha por la superación, esta vez desfigurada en una secuencia interminable de burocracias y manejos de influencias, que al ser tácitamente aceptada por el mundo partidista-gubernamental, alcanza la contradicción máxima con el partido sometido de cuadros, al ser la única vía de figurar y liderar en planos siempre inferiores al del líder supremo y la de su casta burocrática enquistada y encumbrada.

El fanatismo siempre con su vociferante escándalo, no te deja escuchar el susurro de la realidad; así como el fanatismo religioso tapa tus oídos a la suave voz de Dios , el fanatismo político tapa tus ojos a las ásperas realidades que sin cesar, laceran tu cuerpo con cada tropiezo, sin que percibas mas que el dolor de ello.

Una vez más debo terminar recordándoles que la ausencia de una identidad nacional clara, que nos negamos tercamente a aceptar, aplicar y estudiar, es nuestro talón de Aquiles.

Mientras no entendamos que venimos de la nada, -por ser la mezcla de decenas de culturas y sociedades, en un continente que durante miles de años no existió en la historia colectiva humana, pero que podemos, quizás debido a ello, ir hacia el todo como una unidad social posible y realista tras el bienestar-, estaremos invariablemente limitados, cargando sólo por necedad la pesada bolsa del fracaso con nosotros.

Bolívar al referirse a esta América, nos denominaba como el pequeño género humano a la búsqueda de su destino; a 500 años del comienzo, y a casi 200 años de esa expresión, seguimos buscando, mientras en nuestros bolsillos, irónicamente, todas las herramientas están disponibles. Sólo es cuestión de voluntad y de decisión para estudiar y aplicar el “manual” de dichas herramientas.

Libérense del fanatismo. No sigan ciegamente palabra de hombre.

Decidan ser, pues.

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