domingo, 25 de julio de 2010

Romper relaciones no es malo; malo es no tener una política coherente y permanente para tratar a nuestros vecinos y relacionados.

Quizás es algo que lleve más tiempo del que pensamos.
Estamos cosechando los frutos de una actitud laxa.
Fortalecernos en identidad es la única opción.

No crean que la ruptura oficial de relaciones con Colombia, por parte de nuestro gobierno constitucionalmente elegido, y provocado a veces, -alcahuetado en otras-, por la administración colombiana, es una cosa grave; lo que más les “pega”, (al menos en el bolsillo de las administraciones públicos y los empresarios de lado y lado de la frontera), -lo económico-, se ha estado consumando desde hace muchos meses.
Justamente pensaba hace días, cuando el ministro de defensa colombiano ofreció casi sorpresivamente una rueda de prensa en su país donde con su superficialidad y rodeos dejó entrever la posible conducta de su gobierno, -ahora revelada en la OEA-, con lo que la reacción venezolana era mas que predecible.
Hemos roto relaciones con Colombia, porque era necesario. Quizás sea temporalmente; quizás no. En todo caso, no se será eterna.
Quizás los millones de colombianos cedulados como si venezolanos por nacimiento fueran, y que pueden votar en las elecciones presidenciales, modifiquen esta situación; las posibilidades y especulaciones son amplias.

Mientras la frontera, más permeable que nunca al crimen y a las guerrillas, a las migraciones sin control, y al diferendo limítrofe entre ambas naciones, con una Colombia siempre favorecida, continúa su marcha inmutable en el tiempo, levantándose como monumentos a la desidia de gobiernos aparentemente más aferrados al subdesarrollo que a otra cosa.


En el presente decenio, hemos visto una concreción sobre la política internacional venezolana (que no sobre su diplomacia); la languidez que nos caracterizaba, aquella que nos hacia ir mas bien de la cola del gigante norteño, ha ido sustituyéndose por una serie de tentativas que pese a estar alineadas en apariencia irónicamente con antiguos antagonistas y agresores, como el caso de Cuba (No olvidemos que financiaron y entrenaron guerrillas que fueron insertadas sin éxito en nuestro país, produciendo pese a ello, decenas de muertes en el proceso), no dejan de mostrar ahora más de lo que somos como nunca antes.
En el presente, podemos apreciar los extremos políticos de la diplomacia venezolana; aun no hemos cohesionado un criterio inspirado en la venezolanidad pura y simple, pero sin duda, hemos dado pasos importantes en logro de ello.
Existe una falta de cohesión que hace justamente que nuestra política gubernamental, no sea vista como política de estado, y consecuentemente como diplomacia nacional, con un sentido y una identidad inconfundibles, apoyada por la mayoría de la sociedad del país.

Romper relaciones diplomáticos se ha vuelto casi intrascendente para nosotros, por lo aparentemente fácil, en las manos del presente gobierno; algunos podrán decir sin rubor que se trata de una soez forma de distraer a la población, o de plantarse frente a ciertos problemas internos y externos, pero lo cierto es que se trata de los siguientes y necesarios pasos, -insisto-, en el camino hacia nuestra propia diplomacia, que subsiguientes gobiernos deberán refinar hacia delante.
Como en toda cosa en esta vida, algo “bueno” ha salido de todo esto: La paralización de los encuentros desde hace meses de la comisión negociadora de fronteras entre ambas naciones, donde con toda probabilidad estaba lista la entrega por parte de Venezuela de las últimas esperanzas nacionales de recuperación de territorio usurpado por Colombia en el pasado. Usurpación de la cual ellos están perfectamente concientes, y a lo cual no pretenden ponerle enmiendo.
El episodio colombo venezolano ha hecho también pasar desapercibido el episodio que nos lleva al otro triste lado de nuestra frontera ultrajada, esta vez por la antigua imperial Inglaterra: La reciente visita del ciudadano presidente de Guyana, quien fue recibido como hermano, quedando a su vez el diferendo sobre la Guayana esequiba como un saludo a la bandera, inútil y derribado, como los miles de árboles que semanalmente, en ese territorio que aún es nuestro, se talan y queman sin consideración, como lo está también parte de nuestro futuro.

El asunto de las relaciones entre naciones –volviendo a Venezuela y Colombia-, con manejos muchas veces hipócritas desde la época de la independencia, no es fácil. Menos aun tratar con las terribles injusticias que sabemos se dan en ambos lados de la frontera: Una originada en la Colombia impulsiva y violenta; la que asesina a Eliécer Gaitán y luego se revuelve sangrientamente sobre si misma, aquella donde germinan las más longevas guerrillas asesinas de Latinoamérica. Al otro lado, una Venezuela rica en recursos, pero fatalmente confiada e inocente, al mismo tiempo que irresponsable y falta de persistencia hacia los esfuerzos necesarios, absorbiendo como esponja, los males de su nación vecina.
La impotencia resultante al ver a una autoridad incapaz de poner orden en la frontera es mayúscula. Lo hemos dicho: Andar con los pantalones abajo en este vecindario fronterizo latinoamericano, condena al fracaso cualquier intento de mantener una identidad.

Lo que tenemos por construir está definitivamente más allá de lo presente y lo pasado, como era de esperar. Las profundas injusticias sociales, mezclado con la soberbia propia del poder concentrado en el ejecutivo, es la chispa detonadora de reacciones políticas como las que conllevan al rompimiento de relaciones sin que pueda con ello quitarse de encima la sombra de la duda sobre su actuar. Con EEUU lo fue antes, y ahora con Colombia; el primero fue por solidaridad con Bolivia, lo que descubrimos luego que podía ser inadecuado y perjudicial, y ahora como reacción contundente ante la denuncia colombiana de supuestas guaridas de guerrilleros en nuestro territorio (guerrilleros no: Asesinos viles y sin perdón posible, si me permiten la expresión, pues en Venezuela, nunca debemos olvidar lo que en nuestros puestos militares fronterizos como Cararabo, ellos fueron capaces de hacer a nuestros valientes soldados), las cuales por cierto (las “guaridas”), cada una de ellas y sus grupos, han tenido origen en el mismo territorio neogranadino, que como hemos dicho, ha preferido barrer su basura hacia los vecinos (Ecuador, Panamá y Venezuela) y no erradicarla/transformarla a lo interno.

Ahora, si es que en realidad no nos facilitaron antes esa información y en verdad no hay complicidad interna que ignoró lo que los colombianos pudieran haber tratado de aportar, tenemos que entonces debemos:

1.- Manifestar nuestra protesta contundente por la manera insinuante en que expresaron la información de las supuestas bases y refugios, arguyendo con eso que somos cómplices de esos asesinos, y que están acusando con ello a toda una nación.

2.- Expresar que deben tener a bien hacer llegar la información de manera confidencial a futuro, utilizando los canales militares vigentes por acuerdos binacionales, para así nosotros poder atacar dichos puestos, que ellos por cierto, antes de que traspasaran las fronteras venezolanas, fueron incapaces de eliminar.
Si no cumpliéramos, entonces si podrían proceder a la denuncia internacional, cosa que posiblemente no es el caso.
Colombia debe pedir ayuda para resolver un problema que es interno a sus fronteras; un problema que ellos mismos generaron socialmente.

3.- Hacerle ver a la comunidad internacional, que la comunicación publica de dichos datos por parte colombiana sin haber hecho el intento de hacérnosla llegar, (si fuera el caso, como mencionábamos) no ha pretendido en ningún momento ayudar al combate de ese flagelo extranjero, sino más bien a enturbiar relaciones con fines políticos particulares ya que hacen inútil, desde todo punto de vista militar, la información ahora de dominio publico, con la cual ahora los hipotéticos grupos guerrilleros, habrán tenido tiempo para reubicarse y reagruparse. El gobierno colombiano lo sabe.


El presidente de la Republica Bolivariana de Venezuela debe tener cuidado al entender que es únicamente el jefe temporal de un gobierno permanente, que debe administrar un estado levantado como superestructura nacional basada en la constitución, como elemento tangible del concepto de venezolanidad que nos mueve y ha de hacernos prósperos como colectivo.

Romper entonces alguna relación internacional no es lo malo cuando la afrenta lo amerite para poner un alto al abuso internacional; malo es la incoherencia nacional que sigue andando entre nosotros, y que nos hace fatalmente permeables y sin control a las influencias y acciones –amigas y enemigas-, del exterior.

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