sábado, 6 de mayo de 2017

La solución al problema de Venezuela.

Es duro lo que está pasando. Es más duro tener que reconocer que sabíamos que íbamos camino de tropezar con esta piedra por la terquedad de no querer dejar de ser una sociedad complaciente consigo misma.
Nos hemos alabado hasta el cansancio, y jamás nos hemos dado permiso para reconocer como sociedad toda, las fallas que veníamos arrastrando como alma penitente que cruza un desierto en una noche eterna sin luna ni estrellas con las cuales orientarse.
No hubo manera de que el conglomerado humano que habita en este país, fuera capaz de detenerse a cuestionar lo malo con el atisbo de algún tipo de esfuerzo para obrar por el consenso; como hombre o mujer acomplejado y sin asertividad frente a su pareja, hasta hace poco hemos preferido como colectivo humano sufrir las consecuencias de un mal matrimonio, (con apenas unas dadivas como recompensa ante la continua humillación), que arriesgarnos a separarnos y construir una nueva y distinta relación.
La importante porción de la población venezolana que a lo largo de las últimas décadas se levantó de su niñez huérfana de atención social por parte de un Estado raquítico y cada vez más burocrático y que tomó forma de clientelismo compulsivo, ahora se ve a sí misma navegando entre la ilusión de un amor perdido (Chávez) y un concubino déspota (Maduro), sin percibirse al presente, -pese a su sufrimiento-, con más opción que aguantar en silencio ante las terribles circunstancias donde los que se levantan como nuevos pretendientes, exigen como cruda “prueba de amor” el escupir sobre el recuerdo de algo soñado y perdido en medio del desengaño de un amor que aunque mal correspondido, se ha marchado.
Por esto es que la MUD sigue fallando, y solo se mantiene al frente de los acontecimientos únicamente por el empuje que toda una marea de gente decidida a intentar el cambio, le hace desde atrás, poniendo el sufrimiento y las victimas.
El país en medio de su zozobra, ha perdido de vista incluso la manera de actuar ante una polarización extrema como la que vive, por cuanto intuye (mas no declara), la inconveniencia de seguir a cualquiera de los dos extremos, lo que hace que expresiones aun tan facinerosas como “estás conmigo o estas contra mí”, sin importar de qué lado vengan, no tengan cabida en la vorágine que está consumiendo cualquier apego a los modelos clásicos de la política venezolana.
Maduro ha consolidado su poder sobre las ruinas de la oposición venezolana, por haber sido incapaz esta última de deslastrarse de sus propios intereses que más que chocar con los del oficialismo, parecieran navegar en cursos paralelos con mismo destino: El control del poder por el poder mismo.
No sé a cuánto tiempo estamos del cambio que requerimos como nación, pero si puedo decirles con total certeza que nos encontramos a 20 o 30 % de “distancia” (haciendo referencia a ese veinte a treinta por ciento de voto duro unido al ideal de Chávez que aún las encuestas indican que le queda a Nicolás Maduro para aprovechar), y con el cual al presente, son aprovechados mediante la implementación de sus planes de una Asamblea Constituyente Comunal hecha a su medida, que le garantiza el cierre del circulo de sus propias ambiciones.
Nos hemos vuelto sociedad mafiosa de facto, donde las buenas intenciones no son las que han logrado llegar a escribir la historia venezolana, sino todo aquel cumulo de aberraciones concebibles a consecuencia del abandono del ejercicio de la más elemental moral y la ética.
La consecuencia más cruda ha sido el conflicto social intenso pero acallado por el sistema impuesto sobre el esqueleto de aquel proyecto chavista deformado por sus propias incongruencias éticas, a punta ahora de sangre y represión de cuanto derecho han tratado de enarbolar los valientes que con más admirable inocencia que otra cosa, han osado levantarse a protestar.
De a poco, como cruel ironía de la historia humana, los levantados sobre la fe de los valores, van aprendiendo a levantarse sobre las estrategias y tácticas de la lucha organizada, deslizándonos sin pretenderlo y sin opción real para evitarlo, hacia la profundización del conflicto y el derramamiento profundo de la sangre de toda una sociedad, ratificando con ello aquel viejo axioma de la humanidad, referido a que no hay parto de nueva vida sin el trauma del dolor y la muerte de la ya envejecida.
¿La solución?; pues salvo una sorpresa de última hora, no habrá tal cosa sin la irrupción de ese nuevo paradigma de justicia social y derecho al progreso individual, secuestrado durante décadas por quienes han gobernado entre cuartas y quintas republicas.
Cuando la miopía de los lideres deje de ser a su vez la limitación “auto impuesta” de la sociedad que insiste en seguirles, una diáspora de nuevas opciones realizables con objetividad y sensatez se levantarán entre todos nosotros con luz propia, a condición exclusiva de que estemos dispuestos a trabajar bajo la premisa del consenso nacional y -ahí sí-, verdaderamente democrático, basado en la práctica sin interpretaciones intermedias, de la palabra que hemos escrito en la constitución, no como piso para nuestras pretensiones, sino como techo para las ambiciones de pocos.
El imperio de la ley resultante, dará forma a los ladrillos con los que podremos construir por fin, cimientos fuertes para obras de progreso continuos que siempre estarían armónicamente concertadas con los requerimientos del mañana, encarnados en nuestros hijos y nietos.
No tengan miedo a reconocerlo: Estamos en Dictadura y el dictador es Nicolás Maduro. Se ha levantado sobre los restos del poderoso aparato gubernamental erigido por Chávez, para crear ahora su propio imperio de banalidad y codicia, a lomo de los más débiles y manejables.


Reconocer, es el primer paso para cambiar.

Toda arrogancia cae, cuando es abrazada por el fuego que arde en el deseo de justicia. La sed por esa justicia ha sido irrefrenable motor de cambio en la historia humana. No va a ser distinto ahora. Vamos a lograrlo, pero debemos aprender primero.

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