miércoles, 25 de julio de 2012

Control Obrero en Venezuela: O como las cosas siguieron igual.

 Quizás suene duro el titulo, pero luego de más de un año de la aparición de la figura de los consejos de trabajadores en la Ley Orgánica del Poder Popular, y su implementación inicial en varias empresas del estado, poco es lo que queda de aquella figura que nacida en pleno siglo XX en Europa, ofrecía tanto, y terminó dando tan poco.
Culpa del control obrero o laboral no es. La figura del control laboral suponía una nueva herramienta en Venezuela, propiciada por el gobierno, para aplicar la democracia participativa dentro de las grandes empresas, mediante la participación directa de los trabajadores en la determinación de metas y objetivos, planificación, diseño de estrategias y seguimiento de las mismas a través de la contraloría laboral. Suponía también una herramienta radicalmente nueva en la representación de los trabajadores, en paralelo a los sindicatos, quienes mantienen según la constitución y la ley, la representación de los trabajadores en los aspectos legales de contrataciones y demandas laborales, como por su lado lo son los comités de seguridad industrial, a través de la LOPCYMAT.
Pero los consejos de trabajadores terminarían yendo más allá; se podían convertir en los auténticos representantes de los trabajadores frente a toda iniciativa empresarial o gubernamental. Estaban llamados a erigirse como la tribuna donde las asambleas de trabajadores podrían despertar como un nuevo liderazgo, y asumir el control constructivo e innovador.
Esto, claro, no podía permitirse…
Las dirigencias empresariales del estado, al mismo tiempo que las cúpulas de todos los sindicatos, sin importar la orientación política, descubrieron el riesgo inmediato que el surgimiento del control obrero suponía para ellos mismos. Las cartas estaban echadas: El control obrero debía limitarse y manipularse.
Tuvieron éxito…
Hoy, los consejos de trabajadores son meros figurines de cera; cosas maleables que pueden adaptarse a las necesidades propagandísticas de las respectivas gerencias donde existen, y de los sindicatos que mantengan el control del poder. Atrás quedaron las iniciativas de los trabajadores; atrás quedaron las inquietudes individuales de los trabajadores que tenían por fin, una plataforma sincera y cristalina, abierta a todo, para conformar una tribuna de reflexión, de crítica, de propuestas serias para mejorar, en definitiva, de expresión de aquellas verdades que solo en susurros y entre pasillos, se decía.
Pero la criatura nació enferma; nació manipulable, en los brazos de quienes de bando y bando (las nuevas gerencias y sindicatos), vieron la oportunidad de redituar dividendos políticos particulares. Los propios entes internos encargados de conducirla inicialmente a través de la estructura de cada empresa, para desenvolver con éxito la gestión obrera, sucumbieron rápidamente a las necesidades particulares de los gerentes que declarándose revolucionarios, encontraron en ellos la herramienta perfecta para hacer proselitismo, con el descaro necesario para arremeter abiertamente y sin consecuencia alguna para sí mismos, contra aquellos que en su intención de honrar las posibilidades revolucionarias y sociales del movimiento obrero, intentaran arremeter contra el statu quo establecido, muy a pesar de las consignas de igualdad manifestadas por el gobierno.
El resultado: Un raquítico y difícilmente revivible movimiento obrero genuino, limpio de pecado sindical, libre de mala intención gerencial.
La sangre de Abel fue derramada una vez más.

El control obrero es materia pendiente por aprobar en Venezuela; una más. La experiencia no ha sido en vano; las lecciones más valiosas, como en muchos terrenos de la realidad venezolana, surgirán de entre los restos de cada cosa, como en el caso del control que hoy los gerentes y sindicalistas pisotean sin miedo, creyendo haber logrado su cometido.
Podrán nadar en las riquezas resultantes de sus actos, pero nada es eterno.
Confío en que la impunidad tampoco.

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