martes, 9 de agosto de 2011

Deteniéndonos a meditar.

A medida que pasa el tiempo, me doy cuenta con mayor certeza, que el camino de este blog pareciera ser uno de despojar a quien lo lea, de opciones convencionales en lo que a política en Venezuela se refiere.

Sé que más de uno habrá tildado de “ultranacionalista” las reflexiones acá manifestadas; otros seguramente me habrán definido como “chavista”, “pro chavista” o “chavista light”, cada vez que se ha mencionado aquí, en tono positivo, algún aspecto del presente periodo de gobierno.

“Revolucionario”, “ultraizquierdista” y hasta “guerrillero”, son términos validos que no pocos habrán utilizado igualmente, para que tras una breve reflexión, veamos probablemente el por qué de nuestros males y el por qué de nuestra espera por un “gobierno bueno” que, como la “vida buena” que siempre decimos “nos espera a la vuelta de la esquina”, venga a resolvernos los males, y a acobijarnos en la felicidad. En definitiva, una constante negación de lo que somos y valemos, de lo que arrastramos y aún no vemos.

Concepciones elementales aun no ejercidas, ni mucho menos “ejercitadas y sudadas”, esperan en una casi interminable fila de asuntos pendientes, porque si no fuera sí, entonces,

¿Cómo explicarían ustedes que Venezuela siga con este “vacio” en el estomago?

¿Por qué creen que ni los anteriores, ni el actual gobierno, han llenado las expectativas que “percibíamos”, más no identificábamos hasta hace poco?

Y quizás lo más importante:

¿Por qué creen que los candidatos actuales, incluyendo al presidente, no terminan de sacarnos de esa sensación de tener que escoger entre lo “menos malo”?

Esta situación que se vuelve apremiante con cada día que pasa, en medio de tantos desaciertos y dilapidaciones monetarias incontables durante los últimos 30 años, sé que nos lleva a un sitio que parece oscuro, lejos de cualquier cosa de donde sujetarnos, -lo cual es cierto-, pero acaso, ¿No son esos momento de tribulación justos aquellos que preceden a la toma de decisiones?

Ya sabemos que prendarnos de la solución presidencialista, implica una apuesta cada 6 años, que no se resuelve hasta que solo sabe Dios cuando lo permitan las circunstancias.

No se trata obviamente de hacer borrón y cuenta nueva, o de cambios de rumbo de 180 grados, pasando a un sistema de primeros ministros, asambleas sin cabeza visible o cualquier cosa por el estilo.

El asunto saben muy bien que gira en torno a una sumisión voluntaria a aquellas palabras que como ejemplo, les daba hace ya un tiempo: “Dios, Justicia y Pueblo”.

De muy poco sirve un slogan cambiante como el del presidente; de nada sirven esos slogans de los precandidatos que dicen cosas como “¡ahora sí!”, “¡la felicidad llegó!”, etc.

Mientras nadie admita culpas, mientras nadie se levante para decir que nos equivocamos en esto o en aquello, NADA va a mejorar en la medida y ritmo que ambicionamos. No hay manera de deshacer lo hecho sin sobrellevar más de una consecuencia; el hasta hoy creciente problema carcelario es un ejemplo crudo de ello, por las infantiles soluciones que está proponiendo su nuevo ministerio, pretendiendo por ejemplo, que no hacen falta cárceles nuevas, sino perdones masivos para gente que de hecho, no tendrá el tratamiento adecuado a sus condenas y reeducación, ni ofrenda verdadera que entregar a la ya golpeada y violada justicia que trata de mantenerse en pie en Venezuela.

El admitir culpas DEBE NECESARIAMENTE estar unido a la correspondiente consecuencia jurídica republicana, pues si algo ha demostrado el presidente en ejercicio, es que se puede estar en cadena nacional, reconocer errores y estos quedan como mágicamente perdonados y olvidados.

Por esa razón, el ciudadano presidente Hugo Chávez puede decir hoy que hay que aplicar las “3R”, y unos meses o años después hablar de las “3R al cubo”, y así luego de las “3R a la n” potencia; es decir, hasta el infinito de nuestra capacidad de tolerar lo injusto.

Seriedad es lo que necesitamos; una que no llegue al extremo del puritanismo, ni pase por la sospecha de la actitud prusiana, pero si deje en claro, que no puede haber algo más importante que Dios y que la Justicia como únicas fuerzas capaces de estar por sobre nosotros como pueblo o colectivo, en obvia alusión a la necesidad que tenemos de ser humildes en espíritu, dado que solo así nuestra alma republicana podrá cimentar nuevos caminos de progreso consciente y planificado.

Sigo en esa incomoda encrucijada que busca como tomar lo bueno hecho hasta hoy, desechando al mismo tiempo lo equivocado y vuelto a errar, sin tener que elegir a un presidente, entre “lo menos malo”.


¿Habrá que elegir entre que un Chávez derrochador de oportunidades repita, o que una María C. Machado con tufo a fascinación por EEUU, gane, o un Ledezma o Capriles que no terminan de ser buenas apuestas lleguen al poder para ver qué harán?

¿Ha eso hemos reducido nuestras alternativas?

Hace poco el presidente hablaba con mucha certeza en mi opinión, sobre el hecho de que una revolución, no puede depender de una elección presidencial; palabras contundentes y pocas veces dichas en las alturas del poder en Venezuela, y seguramente, muy poco comprendidas por quienes lo siguen o adversan.

Una realidad existe tras cada palabra manifestada por Hugo Chávez en esa ocasión, realidad que de no ser entendida, nos arrastrarán indefectiblemente a más oportunidades perdidas.

Permítanme aclarar que no por estas palabras recientes, el presidente se encuentra libre de todo pecado. Su actitud misteriosa con su enfermedad, su elocuencia al hablar de lo que ha sentido, y de sus reacciones ante su padecimiento, como si nadie en este país supiera lo que es padecer un cáncer, no le eximen en ninguna forma de su incapacidad puesta de manifiesto hasta hoy, para que miles de venezolanos que padecen de algún cáncer, sean atendidos con la prestancia, efectividad y seguridad con la que usted sí ha contado. El excelentísimo Sr presidente no ha tenido que hacer miserables colas desde la madrugada en tercermundistas hospitales, tomar destartalados medios de transporte, ni ha tenido que regresarse a su casa a hacer un bingo para recabar fondos para hacerse las quimios que lo salven de morirse como un perro. No desde que llegó al poder. No me diga que no es así la realidad de muchos venezolanos, porque soy capaz de sentarlo de una bofetada, con el respeto que merece su investidura. Usted con su poder, puede irse a Cuba, o a Brasil, donde el pana Lula, o el pana Putín, lo visitarán. Los demás, no podemos ir tan lejos, a menos que seamos altos políticos, o empresarios exitosos, indistinguibles unos de otros, de los que lucran con contratos de gobierno, u obtienen groseras ganancias con sus empresas importadoras.

Definitivamente, estamos en una situación que no se presta necesariamente a perder más chances de éxito; la imperiosa necesidad de aprovechar lo bueno y los logros alcanzados, deslantrándonos de lo equivocado y de la ceguera ante hechos medulares que no aguantan más tiempo sin ser atendidos, nos golpea en las mejillas con más intensidad que nunca antes.

No se puede seguir en los extremos; hay que crear un equilibrio a media distancia de ambos.

Como en un carrusel girando sin cesar, aquellos que gritan y pelean en el borde desde donde cuelgan los asientos, no podrán nunca alcanzar el centro de dicho aparato, donde causa y el efecto tienen su eje y su génesis: Nuestra aún viva incapacidad para admitir nuestras fallas y debilidades. Nuestra aún viva percepción de que como individuos aislados, logramos más que como sociedad de individuos organizados.

Una vez más, la elección entre el sacrificio y el esfuerzo, o la comodidad y la dulce alabanza de quienes arden por estar en el poder venezolano, aguarda por nosotros. Por todos nosotros.

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