domingo, 17 de marzo de 2013

Humo negro sobre Venezuela

Como en su momento ocurrió en el vaticano, el humo negro parece que ha aparecido sobre nosotros, para avisar que no habrá (por ahora…), liderazgo alguno, oficialista u opositor, capaz de enrumbar las cosas por donde aspiramos todos los que por la calle de la venezolanidad y la venezolanización caminamos, esperanzados en ver un redireccionamiento en el rumbo de Venezuela, que nos aleje definitivamente de la falta de visión oposicionista, o de la arrogancia de aquellos que siendo oficialistas, juegan a la estrategia de crear enemigos para justificar sus acomodadas posiciones de poder . 

Contrariamente a lo que muchos piensan, como el humo negro que para los católicos parecía no acabar durante la espera por la elección de un nuevo papa, el luto nacional no termina con el entierro o la exhibición del cuerpo de Chávez, según decidan que sea más conveniente para los altos jerarcas en el gobierno. Nuestro verdadero “luto” nacional terminará cuando el luto de cada hogar, víctima de la criminalidad y la falta de valores nacionales, pese en el colectivo que somos, y muy particularmente, en el Estado y quienes se encuentren ejerciendo el poder. Solo entonces podremos levantarlo. No sin mirar atrás y pensar en los caídos innecesariamente en un combate no comprendido, en una guerra no declarada, contra nuestra propia ceguera como país.

El panorama venezolano luce más desolador que nunca, pues la hora de las imprecisiones y las dudas se acerca galopante. El vacío de liderazgo real (no de aquel liderazgo partidista, o caudillista, o tan siquiera elegido en primarias más parecidas a inocentadas de muchacho que otra cosa), se hará patente y duro con el pasar del tiempo; la revisión de las creencias atesoradas como infalibles hasta hace poco, de parte y parte, darán paso a dudas razonables. Ante lo que se avecina como un reto al colectivo nacional que deberá fundarse de a poco, se levantará la realidad de que por un lado, la oposición no puede pretender crear un líder, sea mediante primarias o concesos y negociaciones, -sujetas a los caprichos de los hilos ocultos de poder entre sus filas-, pues este debe insurgir como la lava de un volcán en erupción, capaz de aglutinar sobre sí los esfuerzos coordinadores naturales para alcanzar el poder, sin pretender ser él mismo el poder, y por el otro, que el presidente Chávez, pese a sus indiscutibles aciertos y humanas formas de acercarse a los problemas individuales, colectivos y nacionales, -pero siempre salpicado por garrafales errores administrativos y conceptuales-, no fue en definitiva, Jesús el Cristo, ni el redentor de los pobres (como si lo fue de facto, Jesús), mientras que sus fichas claves en el alto gobierno, -estando él en vida-, rotadas entre los diferentes puestos creados, y hasta la saciedad, no llegaron más allá de cumplir el papel de una especie de “Judas Iscariote” en colectivo, -al que le falta aún suicidarse tras su traición-. Ninguno ha sido capaz de tomar las ideas del Chávez que pudo ser, para así sacudirles el polvo cuarto y quinto republicano, y enrumbar con un aire superior y claro, un camino innovador en el país.  No hay manera en que el trabajo de los luchadores sociales  y de los que con esperanza seguían  al hoy fallecido presidente, pueda ser honrado por la sarta de personajes que hoy tomaron del suelo, -más que de su mano-, el testigo de esta carrera de profundidad, que amenaza con dejar ya sin “aire”, a más de un corredor, desprovisto de cualquier estrategia sensata de competencia. En el ínterin, los zorros más viejos y sagaces, de bando y bando, amenazan con su paso lento pero firme detrás de cámaras, con alzarse en sus pretensiones de poder, en la oportunidad en que los visionarios pero aún desprovistos de poder real organizado, no logren ascender la empinada cuesta en esta carrera de fondo.

 
Maduro representa el antónimo de su propio apellido; Capriles sigue hasta el día de hoy, incapaz de mostrar un discurso integrador frente a la realidad del país. Sus salidas en tiempo electorales hacia Colombia, EEUU y otros destinos internacionales, debilitan sus posibilidades de crear una imagen de fuerza nacionalista. Mientras los oposicionistas luchan por defender la internacionalización de la política venezolana al ritmo de Bogotá, Washington o Brasilia, el oficialismo perdió la capacidad de construir en Venezuela, al escoger la revolución latinoamericana como paso previo a la concreción de metas claves a lo interno de nuestras fronteras. El resultado ha sido una nefasta pérdida de oportunidades, al tiempo que las necesarias acciones de justicia social, se convertían en prebendas políticas partidistas, lejanas a cualquier sentido práctico de construcción nacional realmente autosustentable en el tiempo.

Aún son tiempos de agitación y cabezas calientes. Las bravuconadas reditúan mayores dividendos políticos que las palabras congruentes con los equilibrados actos que una política venezolanista y justa, recomendarían.
Tener poder para detentar una posición, sigue siendo en nuestro país, más importante que demostrar con argumentos los valido de una propuesta política.
Pareciera que nadie entiende, que ya no es el tiempo de sustituir una posición política por otra: Es tiempo de crear una nueva.


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