domingo, 26 de junio de 2011

¿Está enfermo el presidente, o está enfermo el país?

Pensarán quizás que ha habido muchas razones para escribir durante estos días en este o en cualquier blog, con tanto “centimetraje” como el visto en los medios convencionales; sin embargo, permítanme decirles que eso sería cierto solo si de “repasos” y “sobreescrituras” se tratara, pues en realidad apreciados compatriotas, nada nuevo, -es decir, nada que no haya ocurrido varias veces ya-, se ha producido en el país. Las cárceles, las amenazas e indirectas estadounidenses, el delito en la calle o las promesas de cualquier índole, no tienen menos de varios “expedientes” abiertos a la espera de su cumplimiento o corrección.

Ahora bien, el verdadero punto nuevo, -en términos de aquello que quizás se “intuía”, pero no se había vivido anteriormente-, es la ausencia del ciudadano presidente de la republica del escenario físico nacional, por la ya conocida estadía en Cuba, debido a las “razones” de las que todos están al tanto. Sin duda son razones que podríamos también discutir, y que algunos seguramente no dudarían desde ya en desmentir o afirmar rabiosamente, según el caso, para entrar con ello en polémicas que a todo trance resultan ser estériles discusiones pues al final, no traen ninguna ganancia en términos de gobernabilidad.

¿La razón de esta afirmación?: Ninguna de esas discusiones estarían centradas en la realidad que se nos presenta una vez más de forma simple, pero cruenta en sus consecuencias: El país le achaca una enfermedad al presidente y justifica con ello todo lo que ocurre -en, y con- su ausencia, cuando en realidad, la “enfermedad”, producto del vacio de soberanía consciente, y del divorcio con una identidad nacional clara, está es en su sociedad. Es decir, en nosotros como colectivo y pueblo.

Estoy de acuerdo en que hablar de un reposo medico, no es un pecado, y en ello se deja ver una posible falla de parte de la presidencia de la republica y de su aparato de comunicación, pero tampoco en definitiva, es un “pecado” para que los “sacerdotes del sanedrín” (Los oposicionistas), salgan a rasgarse las vestiduras una vez más, como si de una ofensa a Dios se tratara, cuando lo que cabe es anotar las fallas, errores y omisiones, a fin de mejorar el proceso de gobierno como tal. (NOTA: No estoy de acuerdo tampoco con el otro extremo: los diputados oficialistas que por “solidaridad automática”, defienden hasta los errores).

La inercia que caracteriza en reiteradas ocasiones a las masas humanas cuando ocurre un cambio repentino, y que genera a su vez en muchas oportunidades respuestas tardías, está presente entre nosotros. Lejos de ser motivo de histeria colectiva la prolongada ausencia del presidente, o la dócil actitud del resto de los poderes a la hora de aplicar la institucionalidad por encima de la “presidencialidad”, es la falta de información circulando libre y verazmente entre los individuos de la sociedad, la que descontrola y hacer perder su centro, a algunos sectores de la población, y en mayor medida, a los que se identifican como oposicionistas y de oposición. De allí que expresiones como aquellas de que “Chávez los tiene loco”, o que “primero quieren que se vaya a Cuba, y luego cuando se va, quieren que regrese”, saltan al imaginario popular, muchas veces a manera de chistes.

Quien diga que cuando un personaje poderoso, -o un presidente-, se enferma, todos de inmediato lo sabe en una nación cualquiera, y que no “decirlo” solo ocurre en la Venezuela tal, está mintiendo aunque no se lo proponga, porque la realidad cotidiana a nivel mundial, demuestra que eso sucede más a menudo de lo que pensamos. La salud de los personajes claves en nuestras políticas y economías, son informaciones estratégicas. El asunto no es si está o no enfermo; el eje de esta situación permanece en medio de nuestra incapacidad para accionar por encima de las individualidades que en el poder identificamos.

Sabemos que la solución correcta es esta: Informar verazmente, sin caer en detalles amarillistas. Luego, seguir gobernando en función de los planes y estrategias que estén en marcha. Nada más.

Sin embargo, la solución inmediata de muchos es “intestinal”: Si Chávez no está, hay que poner a otro.

Entonces, ante ese escenario visceral, vemos que las preguntas se materializan en el aire como relámpagos en medio de una tormenta:

¿Pero es que acaso, otro presidente va a solucionar “todo”?

¿No era eso lo que se pensó cuando Chávez, o cuando Caldera, o cuando Carlos A Pérez fueron seleccionados para la silla presidencial?

¿No ha sido nuestra incapacidad para actuar coherentemente y con una identidad definida (que no existe aun), el común denominador en toda esta tragicomedia cuarta y quinta republicana que vivimos?

Si pusieran a otro presidente, ¿acaso hay algún grado extra de garantía sobre el futuro que nos depara, mientras la MENTALIDAD permanece EXACTAMENTE igual en lo más elemental de nuestras trabas republicanas, pese a los esfuerzos y logros alcanzados?

¿Seguiremos “apostando”, cual carrera de caballos, para progresar?

¿No es eso lo que hacen los que no tienen otra manera de conseguir lo que desean?

¿Somos nosotros de esas naciones que no son capaces de conseguir lo que desean?

¿Sera que no sabemos que desear en realidad?

¿Por eso hemos necesitado quien nos diga lo que necesitamos?

¿Pero no es eso, acaso, la señal más clara de nuestra desvenezolanizacion como sociedad?

Decir que puede volver “cuando le dé la gana”, o que “le damos permiso hasta el infinito”, tampoco es la solución; simplemente es la contraofensiva mediática que neutraliza los esfuerzos de los otros, para dejar las cosas en el peor estado que una nación puede esperar: En neutro.

Creo que debemos pensarlo con mucho cuidado. Dejarnos llevar por las viejas voces que perdieron su oportunidad en el pasado para hacer de Venezuela un lugar correcto donde vivir, es tan desastroso como hacerlo por aquellas que se han levantado un perfil político a costillas de los vicios de esas omisiones pasadas.

No vean el asunto como la ausencia de un presidente; obsérvenla como la ausencia de una identidad republicana capaz de reaccionar ante los acontecimientos solo por “instinto democrático y sabio”, más que por “emociones viscerales” que al fin de cuentas, solo sirve estas últimas a un amo: El mismo de aquellos intereses oscuros que sabiendo estar un paso adelante a nuestros incipientes designios de justicia, buscan el lucro personal y la oportunidad de poder.

No es el presidente con su silencio el que nos pone al borde de la locura; es la reacción descentrada y sin conciencia de los que hacen ruidos, -y no voces claras-, las que nos pueden arrastrar justamente hacia lo más profundo de aquel agujero donde comenzamos a percibir desde hace un tiempo, que habitamos, y de donde lo hecho hasta ahora, con esfuerzos y desatinos, más bien ha concretado una visión capaz de mostrarnos las salidas definitivas a tan profundo agujero.

No escuchen los gritos desencajados de quienes apuntan a Cuba o al presidente sin mayor argumento que su sola ausencia física; escuchen el susurro que el viento produce al pasar entre nuestras maltrechas concepciones de país, o entre los fríos parapetos que nuestra improvisación como entidad social, hemos levantado sin orden durante los últimos cien años.

Que no se convierta este episodio en un Abril de 2002 en cámara lenta; tan lenta, que no logramos ver a los autores tras las nubes de polvo que nuestros propios desordenados pasos, puedan producir.

El presidente volverá. Pero si no volviera, ello no sería más traumático que verlo perder las próximas elecciones, teniendo como sucesor no a un nuevo venezolano como el que nuestros hijos se merecen, sino casi seguramente a un desvenezolanizado mas, que saltaría de gozo al poder ahora brincar él solito en la silla presidencial, y decir, como han dicho todos: “llegó el verdadero cambio”…

¿Niños todos al fin y al cabo?

¿Seguimos jugando a que éramos una nación grande, prospera y segura de sí misma?

Yo creo que no. Es momento de seriedad, y con mucho, de tener una firme resolución a lograr cosas.

Si el ciudadano presidente está enfermo, deseemos de corazón, su pronta recuperación y retorno. Hombres y mujeres de valores altos, conocedores de lo que en verdad es ser venezolano, no desearían otra cosa.

Si no volviera por razones de salud, lo que no podemos hacer por nosotros y sobre todo, por nuestros hijos, es salir corriendo a los brazos de quien primero nos los extienda para darnos “protección”.

Primero debemos garantizar que por encima de todos este la majestad de la justicia y la base republicana de nuestra nación como ideario superior a nosotros mismos. Luego, debe estar la firme resolución de honrar lo que hemos aprendido en décadas de democracia inmadura e injusta, amalgamado con solo aquellas virtudes que el periodo presidencial de Hugo Chávez nos haya dejado.

Las cosas siempre vuelven a su cauce: El del crecimiento de los pueblos; el de nuestro propio destino como venezolanos.

Pese a todo, estamos más cerca de ser quienes aún no descubrimos que debemos ser, de lo que muchos piensan…

Dejen pues, la enfermedad a un lado.

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