martes, 13 de abril de 2010

Cuando los que menos tienen, poseen en realidad, menos de lo que creen.

Noticia tomada hace días de un periódico de circulación nacional:

“La desigualdad entre ricos y pobres aumentó en América Latina en las últimas décadas y en la actualidad el 20% de los más opulentos acapara el 56,9% de los recursos, mientras que en las ciudades de la región se hacinan 127 millones de pobres, alertó un informe divulgado este jueves por ONU-Hábitat.

El 20% de la población más pobre recibe apenas el 3,5% de los ingresos, lo que hace de América Latina la región más desigual del mundo, según este informe divulgado en el seno del quinto Foro Urbano Mundial de la ONU, en Río de Janeiro.

"El país con menos desigualdad de ingresos en América Latina tiene mayor desigualdad que cualquier país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) e incluso que cualquier país del este de Europa", señala el documento.

Brasil es el país menos equitativo, puesto que el 10% de los más ricos acapara más de la mitad de los ingresos (50,6%), frente al 0,8% que reciben los más pobres de la población.

México es el segundo país más desigual, puesto que el décimo de la población más acaudalado recibe el 42,2% de los ingresos, frente al 1,3% del mismo porcentaje de los más pobres.

En Argentina, en tercer lugar, el 41,7% de ingresos de la capa más alta de la sociedad contrasta con el 1,1% que reciben los menos favorecidos.

Venezuela es el cuarto país más desigual, puesto que el 10% más rico recauda el 36,8% del dinero y el 30% más rico controla el 65,1% de los recursos, mientras que los más pobres apenas se ven obligados a sobrevivir con el 0,9%.

En el caso de Colombia, el 49,1% de los ingresos del país va a parar a las arcas del 10% más opulento, frente al 0,9% que se queda en el lado de los más miserables.

En Chile, el 42,5% del caudal del país queda concentrado en las manos del 10% más adinerado, mientras que el 1,5% de los recursos va a parar a los más pobres.

Los países más equitativos de la región son Nicaragua, Panamá y Paraguay, aunque en los tres las diferencias entre ricos y pobres son abismales, puesto que el 10% más rico consume más del 40% de los recursos.

También según este informe, la urbanización no ha contribuido a aminorar la pobreza en América Latina, puesto que el número de personas en la miseria ha aumentado mucho en las últimas décadas.

En 1970 había 41 millones de pobres en las ciudades de la región, el 25% de la población de la época, y en 2007 se registraron 127 millones de pobres, el 29% de la población urbana.

No obstante, ONU-Hábitat alertó en el informe que "es en las ciudades menores y, ciertamente, en las áreas rurales de América Latina en donde la población es más pobre".

Así, la pobreza rural en Brasil alcanza el 50,1% de la población, en Colombia al 50,5%, en México al 40,1% y en Perú al 69,3%, mientras que la gran excepción es Chile, con un índice de pobreza rural del 12,3%, cifra inferior incluso a la de las zonas urbanas.”

…Ver estos números en el contexto latinoamericano es bueno de cara a tener una perspectiva mas realista de donde estamos, claro esta, aunque ni de lejos, es lo que mas debería preocuparnos.

Es ese 0.9% de la riqueza entre los más pobres, -es decir nosotros la mayoría-, el que inmediatamente me lleva a formular lo siguiente:

Si en Venezuela la mayor riqueza es del estado, y el estado funciona teórica y constitucionalmente para servir a nuestro bienestar trabajando sobre los cuatro pilares fundamentales, entonces: ¿Por qué somos tan pobres?; ¿Por qué sólo manejamos el 1%?

¿Es la riqueza petrolera entonces una gran mentira?

¿Quién engaña en el proceso de distribución de la riqueza, para que casi todo se quede en el camino, en manos de muy pocos?

¿Por qué el socialismo chavista ha fracasado como lo hizo la pseudo democracia cuarta republicana y las dictaduras del siglo XX, a la hora de manejar los miles de millones de dólares obtenidos desde que la tierra venezolana escupió por vez primera petróleo?; ¿Quien controla los impuestos: los que los recaudan, o los poderosos contribuyentes detrás de los grandes intereses económicos?

¿Hay peor ciego que el que no quiere ver, o simplemente no somos capaces de liderarnos a nosotros mismos?

¿Será que la paz que anhelamos esta mas allá de los muros de las utopías soñadas?

¿Por qué si hay tanta grandeza en nuestros corazones, nos limitamos a mostrar las más oscuras bajezas que habitan en ellos?

En fin; un largo suspiro; nada más. No nos queda otra mejor alternativa que seguir este largo camino de reflexión y búsqueda de soluciones.

La diversidad de pensamientos, y la comedida libertad necesaria para ello, se erigen siempre como el mayor obstáculo a cruzar.

Ese obstáculo es el que estimula a algunos a buscar atajos: a veces esos atajos se traducen en la creación de complejas doctrinas para igualar y ajustar el paso de las mayorías a un mismo y predecible ritmo, sacrificando en el proceso, la innovación y la sana pero controlada competitividad mediante las layes que buscan lo justo; en otras oportunidades, se constituyen en atajos, los oscuros conjuros que conspiran contra las pocas leyes que efectivamente nos han dado algún nivel de orden o progreso, pasando si es necesario, por encima de las vidas de inocentes ciudadanos...

¿Podrán los recursos ser alguna vez equitativamente distribuidos en forma de estabilidad y oportunidades de crecimientos fundamentales e igualitarios?

¿Cuándo robar dineros del estado, y aprovecharse de los trabajadores, serán delitos terriblemente penalizados?

Entendemos que no todos llegarán a un mismo nivel de logros medibles en términos económicos, pero su búsqueda siempre será indiscutible e irrenunciable para cada ser, en los términos de aquello humano inmaterial e inmedible: lo moral y lo espiritual, donde se debe ponderar primero, lo que cada hombre y mujer realmente puede alcanzar y aportar al colectivo.

No puedo culpar al presidente de negligencia ante esto, cuando los que le precedieron lo fueron por mas tiempo, y los que quieren sucederle, no muestran pruebas de que no repetirían los errores nuevamente.

Es la enorme incapacidad que hemos demostrado para autorregularnos, lo que no puede pasarse por alto.

Tenemos tantas ganas de hacerlo bien, pero a la vez tenemos tanto dolor por los golpes recibidos en tantos palazos de ciego dados y aguantados…

Nuestra mediocridad, y la de los que vienen a vivir acá, se mide en los términos de la desigualdad en la que somos capaces de vivir.

No hay comentarios: