jueves, 4 de marzo de 2010

“La pirámide de Heinrich” en “la política nacional”

o como: «por cada 3.000.000 de funcionarios que quisieran ser buenos, hay 290.000 funcionarios nefastos y 01 caudillo».

Quizás alguna vez hayan escuchado de esta técnica demostrativa de los comportamientos de datos en masas; su adaptación al terreno político, pese a su origen en otras ciencias de investigación, nos grafica con crudeza, lo que como tendencia dominante tenemos en el país.

Lo bueno de este tipo de técnicas de análisis, -fuera del uso inicial que pudiera dársele-, es siempre lo gráficamente sencillo que resulta entender donde se encuentra el problema que nos interesa, o nos desvía la atención hacia lo que nos debe interesar.

Quizás sea una lastima que lo que menos enseñan en las escuelas, a parte de la constitución y la venezolanidad propiamente dicha, sea la manera de identificar, analizar y resolver problemas para mejorar las cosas. País de más innovadores tendríamos entonces.

Aquí sin embargo, detengámoslos en el optimismo que generalmente caracteriza al venezolano, y pensemos en como aplicar estas cosas a partir de ahora.

La técnica aquí mencionada nos introduce en el análisis de datos masivos, aunque enfocado a los accidentes laborales, desde donde es mayormente conocida, y con lo cual podemos encontrarle sentido a lo que parece no tenerlo en esa rama investigativa. De dicho análisis, emana la posibilidad de detectar las causas del problema que nos ocupa, y ello a su vez, nos da la capacidad de explicárselo a los demás con basamento, buscando un cambio de conducta o proceso.

Volviendo a la política, y a Venezuela y su venezolanidad (estas dos últimas palabras no son sinónimos entre si, cuando existe debilidad de identidad, como hemos mencionado en el pasado), lo relevante en este tema es la tendencia significativa que encontramos hacia la veracidad de la afirmación que nos indica que la mayoría del aparato burocrático –que no administrativo siempre-, esta dañado, y que sin comenzar por el mea culpa necesario, dicha tendencia no será detenida, ni mucho meno revertida.

Las consecuencias de tal omisión, seguirán siendo dramáticas: incapacidad para innovar sin derrochar, incapacidad para operar sin dilapidar recursos, incapacidad para administrar sin malversar, incapacidad para mantener sin destruir primero, y sobre todo; incapacidad para generar confianza y respeto.

Todo comienza bien por lo general cuando ingresa un funcionario público a dicha administración; pero ya muy temprano, durante su inducción y entrenamiento a los procesos del mismo, se ve expuesto y adherido a la cultura retorcida ya existente, donde la lealtad al antivalor del manejo de influencias y favores, prevalece sobre todo. Si es honesto, tendrá que hacerse el ciego ante las trampas, sordo ante los tráficos de influencias, así como mudo ante los canales de alerta anticorrupción, oxidados ya por tantos años de no uso. Al final, “si era honesto”, ya no importa, pues igual consintió la permanencia del flagelo nefasto entre nosotros.

No pretendo por estas líneas afirmar la ruta a seguir para deslastrarnos de tanta miseria burocrática y administrativa; Si algo no puedo permitirme, es ser justamente como el caudillo de turno en cualquier época de nuestra republica, que marcó con su soberbia, la pretensión del camino a seguir por todos.

Lo que si es cierto, es que existen mecanismos legales ya instaurados en Venezuela, inspirados en su constitución, y cuya única traba real para su exitoso desempeño, es la incapacidad que hemos demostrado para aplicarla, para accionarla con firmeza. No hemos podido evitar saltarnos cada alcabala que la ley nos pone en frente; nos resistimos visceralmente a ello. La gente de a pie lo quiere; los que tienen el poder legal declaran hacerlo aunque sea mentira, pero los que tienen el poder político y económico por sus conexiones y manipulaciones, no hablan con la verdad, y menos aún cuando se está en tiempos de campañas políticas.

El resultado: lo que justamente tenemos entre manos en Venezuela hoy: La corrupción como hecho de vida cotidiano a todo los niveles en el país.

Creo que como yo, notan que cada vez que nos aproximamos más al centro del “blanco” donde queremos “atinar” la reflexión, mas rápido llegamos al tema primordial; como si de la distancia menor al centro, se debiera a su vez, la cada vez más frecuente recurrencia del tema de la venezolanidad en estas páginas.

Será inevitable llegar al centro del asunto; hacia allí nos dirigimos todos.

Quizás se estén preguntando ¿Que pasó al final con la pirámide de Heinrich?: Bueno, en realidad sigue allí, demostrando con un simple grafico piramidal, como la magnitud de los hechos de su base, se interrelacionan, dependen y a su vez generan, la recurrencia del mal mayor: No la del caudillo solitario en la cúspide, sino la de su aplastado y maltratado fondo, como si de una pirámide alimenticia mas bien se tratara, teniéndonos a todos como el “plancton” que todos se comen en la base de dicha cadena alimenticia, pero esta vez, de cuanto venezolano vivo y deshonroso ha usado a sus congéneres para escalar poder.

Yo creo que no existen muchas otras opciones en la política y en la interpretación de lo venezolano como algunos políticos quieren verlo; sólo existen dos cosas, de entrada, y negamos incluso que existan ambas: -La política pasada y actual-, ambas dependiente la una de la otra, donde vivimos jugando a que no somos venezolanos, o que eso es hasta accesorio. La otra, -la única que nos hará nación verdadera y ya si con personalidad-: la de los hombres y mujeres que estudiaron la venezolanidad desde pequeños; la de los hombres y mujeres a los que se les enseñaron la constitución con tanto celo como sus dogmas religiosos de libre elección, y donde Dios, y la justicia, no son meros adornos en el cielo, sino que son, el cielo y el sol donde nuestra comunidad nacional, crece y prospera. Ya lo hemos dicho. No hay más.

Romper la estructura de la pirámide que estudiábamos, resolviendola, es la forma de sacarle provecho.

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