sábado, 20 de marzo de 2010

El país donde debe haber espacio para que todos digan lo que quieran, siempre que no atenten contra la venezolanidad.

Lo digo porque yo no dudo que en Venezuela existe, de hecho, libertinaje en la expresión. Lo había en la “cuarta república", y lo sigue habiendo en la “quinta república".
Ahora ciertamente, la gente tiene que “cuidar más lo que dice y frente a quien lo dice”, particularmente si trabaja en la administración publica o petrolera, pero al final, generalmente bendicen y maldicen a quien quieran o cuando quieran, sin que consecuencia alguna pese sobre alguien.
La impunidad así, es absoluta.

¿En verdad se puede renunciar a la venezolanidad al atentar contra ella?; pues considero que si, y eso es lo que tenemos que evitar a toda costa, o que por lo menos, quien decida renunciar a ella, al agredirla en los términos constitucionales plasmados, sea libre de abandonar este país, si no quiere caer en la contradicción de atacar y destruir aquello donde sigue viviendo.
Claro, siguiendo las reflexiones ultimas que han gravitado sobre este tema en el blog, debo recordar que primero: La venezolanidad está en duda como concepto claramente definido en el colectivo, por lo que con cada minuto que pasa sin impartirse en las escuelas la constitución de Venezuela, hace más que agrave el problema que ronda a esta definición básica del individuo venezolano, o de aquel que ha decidido vivir bajo nuestras normas, en nuestro país.

Segundo: El tema político que se discuta en privado o públicamente, sea cual sea, a caído en Venezuela en el peligroso terreno de la “asepsia venezolanista” (Es decir, en su tratamiento en términos neutros, no enmarcado en nuestros preceptos fundamentales de nación), con lo cual ha habido espacio para que algunos hablen de lo que se debe hacer en el país, en términos mas bien estériles, internacionales, y a otros, les ha dado la oportunidad de hablar en términos emotivos y comunitarios, pero mas de corte socialista generico, mas neutro y latinoamericano así, que otra cosa.

¿Vemos nuevamente el problema?: Venezuela no es la ONU, ni la OEA, ni la cede internacional de las hermanas de la caridad.
Venezuela no puede comenzar a reconocerse a si misma, como una desfigurada imagen internacional de socialismo, o de democracia multipolar, o de lo que sea, pues solo cabe un autoreconocimiento, como el que hace en su momento, cualquier adolescente: el ser Venezuela.

¿Que sólo se trata de un juego de palabras con exacerbado nacionalismo?

Permítanme decirles que, con varios millones de extranjeros considerándose eso -extranjeros- en nuestro suelo, no es un juego, y con una falta de identidad clara que los arrope –y nos arrope-, no es tampoco exacerbado nacionalismo: Se trata de una verdad que mal encaminada y malamente revertida, eso si, puede encender las alarmas del extremismo y la intolerancia, como aún no se ha visto en el país.
Aceptamos con un desparpajo insolente, que la gente política del país hable de valores internacionales o de naciones amigas, con más fervor que de los propios valores de Venezuela. Los políticos y la gente en general hablan de lo que se debe hacer, sin tocar muy en serio nuestra constitución, y en el mejor de los casos, se limitan a mencionarla como si una cosa folklórica fuera.

¡Uno y otro bando caminan juntos en la destrucción de lo que el espíritu nacional es!

¡Aquí tomarse una foto con Fidel o Evo, ha sido tan “emocionante” como tomársela con Bush u Obama, dependiendo del extremo político donde se milite! Mientras elijamos a ciudadanos políticos para cargos públicos, por los personajes con quienes se toman la foto, y no por sus ideas mostradas en su vida publica y por su proyecto político concreto, estaremos mal.

¡Tamaña inmadurez vivimos!

La verdadera rectificación comienza, -insistamos-, con la aceptación de todas nuestras fallas y limitaciones. En ese momento, podríamos entonces, y solo entonces, establecer nuestras prioridades: enseñanza de la constitución y el accionar de las leyes, al mismo tiempo que fijamos como parte de la meta inicial, la consecución de la seguridad, la salud, la educación y el trabajo para la población venezolana, a través de una estrategia clara de desarrollo nacional, que permita a su vez, la superación de las sucesivas generaciones de venezolanos.
Esto se logra únicamente al mismo tiempo que se garantiza la libre expresión, y el libre pensamiento moralmente correcto, como una de las chispas que mantienen vivo el fuego del progreso humano, a condición siempre de que esto no atente contra otros, dentro de lo establecido apropiadamente en la constitución, de cara a lo interno de nuestras fronteras, donde como en nuestras casas y familias, buscamos establecer un primer santuario de paz y crecimiento, antes de volcarnos hacia otras naciones amigas, con las cuales compartir puntos de vistas y sabiduría.
Las relaciones colectivas involucran una concertación que implica el beneficio de las mayorías, sin menoscabo de las minorías, quienes a su vez están obligadas a negociar para obtener beneficios adicionales, y en ocasiones, a aceptar las resoluciones mayoritarias. Así funciona un país serio. Hemos de asumir que las resoluciones mayoritarias guardan dentro de si, cuando se hacer concertadamente, en paz, y con el tiempo suficiente, la esencia del impulso humano de progreso y justicia.

Por último, recordemos: el espacio para la disensión política, no puede poner en jaque a los espacios sociales y económicos, cada vez que exista un enfrentamiento, un cambio de gobierno, o una coyuntura producto de nuestras propias faltas y egoístas comodidades. Eso sólo denota una cosa: Inmadurez.

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