miércoles, 3 de febrero de 2010

Privatización y estatización: En Venezuela, una es admitir la incompetencia de los gobiernos, y la otra representa la incoherencia en los mismos.

¿Cómo quedamos entonces?; ¿Es acaso una contradicción o un juego de palabras? Lamentablemente, no lo es. Esto representa meramente, la introducción a otro de esos espinosos temas que en Venezuela, no se analizan con cuidado, y mucho menos se toman macro medidas planificadas para su conducción estratégica.

¿Por qué es tan espinoso el asunto de privatizar empresas del estado?: Sólo porque ellas no obedecieron siempre a una necesidad capitalista, guiada por intereses ocultos de lucro, o por cuestiones técnicas de mejorar la productividad. Muy en el fondo, y sin que nadie lo diga o vea, ha obedecido a la necesidad de poner a otra gente al frente de ellas, porque los venezolanos, fuimos incapaces de administrarlas con honradez y eficiencia, alejada de la corrupción, el trafico de influencias, y la dependencia del político que ha dominado el escenario en el momento.

Ese es el mensaje de fondo que enviamos, cada vez que vendemos una empresa u organización del estado, o administrada por este.

Como un mero ejemplo, apliquen esto al sector eléctrico, y verán esa realidad, que casi se materializa en los años ´90, con las mega privatizaciones emprendidas durante la gestión presidencial de Rafael Caldera, que buscaban hacerlas competitivas en términos no sólo técnicos, sino en términos económicos y de rendimiento de utilidades, dado que hasta ese momento, la espiral descendente de su administración y desarrollo, no se detenía, por la poca vocación progresista política del momento, y endémica ya en Venezuela.

Estas privatizaciones distorsionadas, fueron detenidas “afortunadamente” por el actual gobierno, aunque ello no revirtiera dicha espiral descendente, dado que la incoherencia manifiesta y permanente, tanto estratégica como planificada, -como hemos mencionado y aclarado ya-, no logró revertir los acontecimientos, empeorándolos.

Lo otro es la fulana estatización.

Actualmente esta constituye la manera en que el gobierno añade a la estructura del estado, procesos de fabricación, administración o venta de insumos o productos terminados, -en su inmensa mayoría por cierto-, importados por el mismo aparataje estatal para suplir aquello que, primero, le permite competir contra los “malévolos” especuladores y empresarios cuarto republicanos, y segundo, le permite cubrir los huecos que las erradas políticas de planificación, dentro de un marco jurídico y de hecho de justicia social, han creado en el componente técnico-industrial de la nación, en vez de estimularlo y guiarlo adecuadamente, para maximizar la producción, en un proceso de justa distribución de riquezas en el colectivo.

No se dejen confundir; la estatización es mala cuando solo busca poder controlar, por parte del estado, sin estimular la innovación y el crecimiento individual y colectivo de la nación, y es buena cuando justamente, logra estimular el desarrollo humano y técnico de la población.

Por su parte, la privatización sólo es buena para aquellas actividades industriales y técnicas ya debidamente estimuladas e implantadas en el país, permitiendo al estado, mediante la aplicación de la ley y sus reglamentos, el cumplimento fiel de los preceptos constitucionales de justicia social y equidad en el bienestar distribuido en el colectivo venezolano. De resto, como decíamos, la privatización por ocultas y casi “secretas” razones de negligencia administrativa estatal, por la corrupción ya citada, o por la necesidad miserable de conseguir dinero fresco en un país impregnado hasta sus débiles bases por el petróleo bien vendido, seria pues, inadmisible.

Todo suena sencillo, ¿verdad?; pues no lo es: Como siempre, lo básico es fácil de analizar y mensurar a través de nuestros valores como personas y como colectivo, pero el entramado resultante de una casi infinidad de variables políticas, personales, y económicas, es realmente complicado, y quien lo pretenda hacer ver de otra manera, esta equivocado o peor: mintiendo.

Confiar en que las cosas siempre las hacen -los dirigentes, políticos y todo aquel que por circunstancias varias detenta poder-, por el bien inestimable de la nación, es ya una necedad en la Venezuela de hoy. Seguir sin dudas en el corazón, a un líder, es seguir a un dios, y el tema para nada es ridículo, en un país donde el fanatismo se columpia de un extremo a otro, como si de un juego de parque, se tratara.

Las privatizaciones de actividades u operadores económicos claves para la nación, es como el salto al vacío de un enfermo desahuciado.

Las estatizaciones compulsivas son solo eso: epilépticos movimientos descontrolados o peor, actos premeditados y malsanos que buscan un objetivo personal político, más mesiánico y propio del líder creído todopoderoso, que del gobernante sensato, capaz de aportar un grano de arena para el desarrollo del colectivo que lo eligió, y no con una aplastante montaña de ella que ahogue a la mayoría.

Mediten estos asuntos con cuidado; analicen la historia de las privatizaciones y estatizaciones de los últimos 25 años, y notarán esa desbaratadora tendencia en Venezuela, a hacer las cosas sin pensarlo con capacidad previsora capaz de ir mas allá de un par de años; a hacerlas sin medir las consecuencias seriamente, y sobretodo, a no atender cualquier observación que vaya en contra de lo dicho por la autoridad sabelotodo, siempre cubierta por ese aire pseudo místicos propio del presidencialismo paternalista venezolano.

Vamos, ¡admitámoslo!: Nos gusta tener presidente no para poder increpar a un solo hombre por los errores o reconocerlo por sus aciertos, sino para tener un héroe, un papá grande que sin tenerle que pedirle la bendición*, nos lleve al reino de la felicidad

(*): Para los que no viven en Venezuela, “pedir la bendición”, es una costumbre cuando se saluda o despide a un familiar como padres, abuelos, tíos, o padrinos, como muestra de respeto y de cariño.

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