viernes, 30 de diciembre de 2022

¿Supone una pérdida para Venezuela el termino del interinato de Juan Guaidó?

(A propósito de la rocambolesca aventura que en estos días protagonizan los antiguos parlamentarios venezolanos junto a Capriles, López y Allup, con Guaidó como tapadera visible, y una decena más de políticos operando desde el exterior, sin contar las infinitas comisiones creadas por todos estos para administrar el dinero público en el extranjero, en tanto deciden si siguen con el gobierno paralelo o no).

De entrada les digo que si vamos a hablar de este tema no es para comenzar señalando a enemigos externos o invisibles, ni para dividirnos más como sociedad, y mucho menos para señalar bondades nacionales que no existen, porque de seguir así nunca saldríamos del agujero existencial que habitamos.

Y todo esto lo sostengo porque en tanto nos neguemos a reconocer el esquema piramidalPonzi” con el que el chavismo y la oposición nos han embaucado hasta nuestros días, no seremos capaces de leer adecuadamente las señales que nos avisan que casi no hay más tontos a los que engañar con promesas, revoluciones y CLAP´s llenos de baratijas, porque lo que queda es gente dolida y defraudada, con los ojos vueltos hacia sí mismos procurando sobrevivir.

Abordar el tema del interinato resulta complejo quizás en una sola entrada del blog, porque hemos visto que referirnos a Guaidó y a la iniciativa que lo ha rodeado, es enfilar también la vista hacía esa “punta del iceberg político” que es la oposición misma, donde permanecen discretamente operando una variedad de personajes que con el tiempo han actuado con o sin intención, como soporte del oficialismo y de su apariencia “democrática”, dando con ello respuesta además, a la contrapregunta que tras los años de presidencia interina surge:

¿El régimen se ha visto afectado realmente por el desempeño del interinato entre el 2019 y el 2022?

Ante esto pienso que en términos reales la respuesta pasa por el hecho de que ha sido muy poco lo que afectó al gobierno de Nicolás Maduro la presencia de Guaidó, y esto es así en esencia porque se le permitió permanecer intacto en el dominio del poder, a tal punto que ni siquiera la restricción temporal al acceso de algunos capitales en el extranjero -así como a varias propiedades industriales-, vino a representar finalmente en la práctica una merma de posiblemente algo más del  0.1% de toda la riqueza del país ya bajo su control.

Denotemos que no por ello deben caber dudas sobre que la figura del interinato fue desde el principio una con grandes posibilidades de conseguir cambios; incluso sabiendo por experiencias análogas en el extranjero (la de los gobiernos paralelos en Libia -África-, por ejemplo) de que existían riesgos reales (aunque no iguales) de desestabilización y conflicto interno. El problema estuvo desde el comienzo en la negligente manera en que Guaidó lideró, dejándose arropar con las mismas vestiduras políticas que habíamos vestido, convirtiendo así en “girones”, cualquier posibilidad real de cambio.

Fue un político que pudo transformar el panorama venezolano; a tal punto, que hoy podríamos estar incluso con el Esequibo incorporado plenamente al país, y a estas alturas estar viendo los primeros signos claros de recuperación y estabilización económica, con una sociedad abocada a resarcir el daño autoinfringido.

Pero no fue así.

Lo único relevante (que no agradable) a rescatar ante la debacle progresiva de Guaidó, fue el que contribuyó a dejar en claro ante todo el país que junto con el oficialismo, la oposición había trabajado para consolidar el único  principio meritocrático que verdaderamente se esparció y carcomió a casi todo el entramado social del país: el de la corrupción como medio para surgir y dominar.

Por esta cruda realidad es que nos sigue tocando la tarea de ser “autodidactas sociales” (es decir, aprendices a partir de los errores de todos).

Eso es lo que le da marco y contexto al trance político que ahora tiene como protagonistas a Guaidó, a su gobierno interino y a los operadores políticos que entre bambalinas siguen en esencia, ávidos por mantener acceso libre a la fuente de dólares en el exterior y al poder que significa figurar de alguna manera en la palestra opositora pública; justo por esto último es que resulta difícil de creer que en este instante vayan a sacar del juego a su títere interino, a menos que encontrasen la manera efectiva de mantener la administración discrecional de ese dinero, sin la necesidad de su firma presidencial (quizás sustituyéndolo por otra figura igual de maleable).

Es importante aclarar que sin importar lo que haya podido aprender Guaidó de esta experiencia, su momento como presidente interino ya pasó.

Lo que ha ocurrido con él lo quiero resumir en una imagen; miren la fotografía que acompaña este artículo: es la estampa de la oportunidad perdida; la de un hombre que por un momento fue esperanza desde la oposición, caminando al lado de quien podía desde EEUU darle el poder militar para cambiar las cosas en apego estricto a la Constitución, pero sin embargo, nada ocurrió. Todo fue desperdiciado incluso viéndolo desde la conveniencia más pura y dura gringa, pues fue oportunidad dilapidada por parte del gobierno estadounidense por no haberse aprovechado del momento de máxima debilidad en Venezuela para hacerse de un “dócil país amigo” ya bajo su paraguas geopolítico.

Luego todo fue tarde: el personaje se desinfló en sus propios tropiezos al ser soltado por López y Allup, en tanto que a los Estados Unidos arribaba un senil presidente tras una polémica elección, con un giro de 180 grados en sus intereses.

En verdad Guaidó visto desde afuera fue un intento interesante de cambiar las cosas; por un momento tuvo todas las cartas en la mano para el cambio, pero a la larga resultaría ser fútil como factor de cambio. Simplemente no tuvo lo necesario y nosotros como sociedad nos seguimos dando una y otra vez con la misma piedra en los dientes: la de no tener control sobre quienes pueden llegar al liderazgo de la nación ya subvertida hasta un modelo colonial de país. Él estaba muy acomodado al sistema político que prevalece: el mismo que lo vio surgir, que lo usó, y ahora lo va desechando.

Les voy a decir algo: Por todo esto es que Juan Guaidó resultó ser el “Chávez de la oposición”: el que irrumpió y sorprendió con fuerza en la escena, el que pudo generar un cambio real, pero que en vez de eso (y tal como le ocurrió alChávez original”), solo se dejó arrastrar por el guión barato y fácil de la obra teatral fraudulenta que hemos disfrutado vivir a falta de un liderazgo digno y de una sociedad autocritica y dispuesta mediante una ciudadanía férrea, a tomar la violencia legal (art 350 CRBV) si es necesaria, como camino para preservar la libertad.

 

Más allá de Guaidó o Chávez, y parafraseando casi infantilmente el lenguaje que usamos hoy en día con los teléfonos móviles, les voy a decir que ambos personajes sólo nos dejaron en claro que “resetear” un celular de 30 años de antigüedad no resuelve ningún problema cuando en éste se encuentra dañando el código raíz del programa que funge como “Sistema Operativo”, y que ante eso lo que queda es llevarlo más allá del “modo de fábrica”: Es necesario “rootear” el “software” e instalar uno nuevo, si lo que se quiere es salvar al viejo “hardware”, ahora con un sistema operativo fresco, virtuoso y firmemente auto regulable por sus usuarios.

 

Guaidó no es la solución; tampoco lo es ninguno de los políticos que están hoy sobre el escenario, pero cada uno de ellos nos ha ayudado -sin querer-, a quitarnos la venda de los ojos para buscar en el espejo de la realidad a los verdaderos responsables: Nosotros, como seres reacios a asumir la virtud de ser ciudadanos dispuestos a todo con tal de defender la opción de ser libres y dignos ante los ojos del Universo.

Venezuela no espera menos que eso para resurgir.

Cualquier otra opción solo nos borrará del mapa de la historia, como a Juan Guaidó.

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