martes, 7 de abril de 2020

Cuando todo lo que podía torcerse, se tuerce.

Seguramente la mayoría estaremos de acuerdo en que todo cambio hacía una realidad distinta, sea cual sea esta, personal o social/nacional, -pero siempre acorde a valores más elevados-, comienza por una reflexión sincera y necesariamente cruda, seguida de lo que puede ser a veces el durísimo trabajo de deshacernos de cualquier excusa para afrontar la verdad que es la que al final nos ha hecho reflexionar en profundidad, habida cuenta de las consecuencias que se hayan experimentado; así, tras casi dos años sin escribir en el blog, era inevitable comenzar por un resumen un tanto espinoso de la situación.
Dicho esto, el inocultable estado de las cosas en el país nos hace preguntar:
¿Qué hacemos para que Venezuela deje de ser la imagen retorcida de esta especie de compendio bizarro entre “Sodoma y Gomorra”, en lo que tiene que ver con la cara y alma que muestran todas nuestras instituciones, economía y fuerzas vivas en lo político, militar y social?;
La otra pregunta, -aún más dura-:
¿Por qué a pesar de todas las evidencias que apuntan a esta realidad desgarradora, y frente al planteamiento de la pregunta anterior, saltará un sector de la población para gritarme “¡herejía!”?;

Ya sin tener mucho peso esto último, (puesto que el escenario ya es irreversible en el contexto nacional, digan lo que digan), el hecho es éste:
Venezuela muestra una capacidad aparentemente infinita para tolerar la subordinación de sus necesidades personales, familiares y sociales más elementales, a la descarada y lasciva forma de gobernar de un régimen claramente inconstitucional, y todo ello aceptando la convivencia simultánea con sus propios parásitos oficialistas y opositores -más los que llegan como invitados internacionales-, haciendo de toda esa realidad, la “moneda falsa” con la que finalmente se ha transado cualquier acción ilegitima y fútil ejecutada, incluso antes del intento de golpe de 1992, en el país.

Y es que mis queridos compatriotas, ya se hace estruendosamente básico el dejar de insistir en tapar el sol con un dedo, si queremos llegar hasta la médula y última consecuencia para liberar a la sociedad de esta atroz sumisión en la que hemos ido languidecido cada uno de alguna manera, siempre a la sombra de una consecuente descomposición social vestida incluso hasta hoy de inmaculado mesianismo y personalismo.
No hablamos de formas, sino de fondos.
No podemos seguir “matando mensajeros y destruyendo mensajes”, ignorando al que cuidadosamente los ha escrito y enviado.
Esa criatura perversa está ocupando un espacio colectivo que nosotros mismos hemos dejado vacío: el de un valor común por encima de todos nosotros, en el cual creer y por el que luchar.
Para llenarlo, primero debemos liberarnos de la “criatura”:
No podemos seguir creyendo en mesías, líderes “enlatados” y “revoluciones dentro de la revolución”
La filósofa Hannah Arent, en el ya lejano siglo XX, decía que “el revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución”, y esto lo traigo al presente porque no hay en la actualidad, peor “radical” (derechista, centro, o izquierdista, surgido de ese patético impulso humano colectivo de seguir a un “líder” como si de “manada” de borregos se tratara), que aquel que puede llega al poder montado en la esperanza casi desesperada de una población afectada y debilitada en su psique por la represión y la crueldad de los que han gobernado o gobernaron.
Hay que cuidarse del que viene con la “frescura” en sus ideas (muchas veces tomadas de aquello que ya flotaba en el ambiente), y solo pide que votemos por él y le dejemos hacer el resto, pues llegado al poder, rápidamente se puede dar pie a la rigidez y tozudez muy propia del que en realidad no llevaba en el corazón la idea de buscar el consenso y el cumplimiento de los preceptos legales más elementales, (ni mucho menos tenia la pretensión de renunciar si no cumplía a tiempo con lo ofrecido), sino más bien imponer su propia y egoísta visión de las cosas, usando para ello las ambiciones de quienes más cercanamente le rodean, y de los que están más lejos, cuando incluso lo primero ya no es suficiente.
(No, no les suena “familiar” por accidente; es que así ocurrió en Venezuela)
Esto que podemos afirmar, no viene de vaporíferos sueños; lo dice la evidencia:
Hasta el sol de hoy, NADIE que llega al poder o está del lado de quienes detentan el poder, admite errores y vicios en el proceso político donde milita, y mucho menos se somete a las consecuencias de dichos errores.
NADIE.
(Por esto es que militar como “miembro” en un partido político venezolano, es casi seguramente meterse voluntariamente en un corral donde unos pocos tienen la voz cantante y habría que volverse tan “culebra” como ellos para ascender y tener peso. Ese es el riesgo de este puntiagudo método de “aglutinar” voluntades bajo cualquier estructura política, existiendo otros más benevolentes, que los mismos partidos se han encargado de desprestigiar injustamente)

Por estas cosas es que cuando miramos atrás y observamos por ejemplo, la revolución de Chávez inmediatamente tras el fracaso del puntofijismo en los setentas y ochentas, apreciamos como muy pronto su liderazgo se fue ahogando en incongruencias a causa de la necesidad personal de crear y distribuir cuotas de poder bajo la influencia de su mandato central, que finalmente degeneró en actos inmorales y antiéticos, imposibles de ser admitidos si se deseaba mantener la base servil que “lubricaba” la cada vez mayor tolerancia a la desviación constitucional, todo ello sostenido por la abundancia efímera de recursos petroleros y de impuestos. Así, el principio del fin, quedaba registrado en letra invisible en una Venezuela ebria de dinero y arrogancia, tan pronto como el año 2000.
La resultante de ese agónico proceso que comenzó con el deterioro ético y político iniciado a finales de los setentas con la golosa repartición de poder en el epicentro formado entre los partidos AD y COPEI, se consumó tras la muerte truculenta (y aún no esclarecida) del para entonces ya “líder supremo”, que determinó la desastrosa llegada al poder de su sucesor, -un extranjero mal acobijado en el país, corrompido en todo sentido, hijo malformado políticamente y discapacitado moralmente-, que se erigiría como el exitoso operador partidista y líder pragmático de una ahora fuerte corporación de mafias abiertamente activas, con ramificaciones internacionales venidas a intervenir todo hilo concebible de poder en Venezuela.
La llegada de Nicolás Maduro y consolidación, supuso el epitafio no leído de toda opción de rectificación pacifica, y casi ningún político venezolano lo ha sabido leer y reconocer.
(NOTA: Esto último, al no ser comprendido hasta fechas recientes tampoco por las masas, significó la aparición de ese triste periodo de intentos de protestar masivamente sin contar con una estrategia y una táctica apoyadas por la oposición y adecuadamente lideradas por sus “dirigentes”, con el consecuente derramamiento de sangre inocente y el apresamientos de cientos de ciudadanos de todas las edades, que hasta hoy día aguardan por la llegada de justicia y castigo para los criminales aun libres).

Debemos entender e interiorizar que la Venezuela de hoy, (resto de la citada “República” vivida desde la caída de Pérez Jiménez), pasó la línea de no retorno, y que ante la acumulación desmedida y aún incomprendida del resentimiento natural ante lo injusto, solo queda el uso de la fuerza contundente sobre el régimen, así como el ejercicio inmediato de la justicia dura contra todo aquel que haya violado la ley para llevar al país al actual estado de las cosas, entendiendo que todo esto es el único medio para calmar la “sed” que en definitiva, siempre ha sido el combustible de toda verdadera revolución humana.
No podemos ni soñar en reconstruir a Venezuela. DEBEMOS entender la necesidad imperiosa e impostergable de construir una nueva, basada exclusivamente sobre lo rescatable del pasado, venga del bando que venga.
Tan profundo debe ser el cambio CONSENSUADO, que incluso la bandera deberá ser modificada, y no para volver al pasado de 7 estrellas, (ni mantener la vetusta momia de 8 estrellas sacada de la historia del siglo XIX, a conveniencia de Chávez), sino dar un paso hacia el futuro, con una sola y gran estrella en su centro, como símbolo de la nueva unión nacional. (Ver: “Nueva etapa republicana, nueva bandera” en el blog; artículo publicado el 22/11/2015)

NO hay manera alterna. No insistamos en perder el tiempo que ha costado tanto.

(FIN DE PRIMERA PARTE)

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