domingo, 15 de enero de 2017

¿Qué es peor en el 2017: ¿Un presidente mentiroso, o una sociedad que le tolera las mentiras?

Leía en BBCmundo (www.bbcmundo.com), sobre el problema de la procrastinación en la educación actual, al señalarlo como uno de los mayores problemas a la hora de comprender su deterioro, (Según el psicólogo Tim Pychlyl, de la Universidad de Carleton en Canadá, Procrastinación se define como “tomar la decisión de no hacer algo a pesar de que sabes que a largo plazo será peor”; luego prosigue con esta perla: "Cuando procrastinamos, estamos tratando de mejorar nuestro estado de ánimo evitando hacer algo que nos parece desagradable").
Seguramente esa última frase les habrá hecho encender las alarmas dentro de sus mentes:
¿Tratando de mejorar nuestro estado de ánimo evitando algo desagradable?
“Tomar la decisión de no hacer algo a pesar de que sabes que a largo plazo será peor”:

¿Será ese justamente nuestro diagnostico como sociedad?

¿Somos un conglomerado acostumbrado a tolerar la impunidad y el consecuente estado degenerado de las cosas, debido a esta tendencia sostenida de procrastinar en todo?

Bajo esta interpretación, veamos la realidad del presente en tres partes:
I: Legitimidad versus impunidad tolerada
Simple y directo: Todos estamos claros en que Nicolás Maduro perdió legitimidad desde hace tiempo como presidente, por su continuo y desfachatado actuar fuera de lo constitucional. No hace las cosas bien, y no deja que otros lo hagan. Es negligente, y por mantener el estado conveniente de las cosas para los suyos, ha sido permisivo con lo indefendible: La entrega del bienestar de todos.
Tan claros debemos estar en esto, como lo podemos estar a estas alturas de las circunstancias nacionales, sobre el hecho muy tajante e incomodo referido a que si él y toda su maquinaria burocrática y partidista aún permanece en el poder, es precisamente porque todos los medios sociales de presión legítimamente presentes en la constitución, fueron sistemáticamente coartados ante la mirada indiferente de una mayoría muchas veces más bien entretenida con los beneficios económicos directos e indirectos que recibía solo con la procrastinación como requisito.
Ahora nos encontramos con que si la sociedad (o pueblo, como deseen llamarle), no tiene forma de accionar, debe recuperar el aire de los pulmones ante la “patada” nacional que ha recibido, para entonces darse cuenta de que conceptual y prácticamente, estamos ante una dictadura, porque tal es la definición de un gobierno donde solo él que decide cuando y como se hacen las cosas, y en donde la impunidad flota libremente en medio de un país en consecuencia paralizado, estando ella (la impunidad), más institucionalizada que la misma justicia.

NOTA:
Se  antoja que hay tres tipos de dictaduras al presente en el mundo: 1: Las que teniendo  un carácter militar, ordenan  y coartan abiertamente todo lo constitucional. 2: Las que originadas en un voto popular, luego manipulan todo el marco legal para permanecer ad infinitum en el poder mediante la conveniente administración de los recursos, y 3: La que dejando hacer a la gente, los encausa hacia un sistema donde finalmente las minorías poderosas deciden el rumbo y destino al que toda una sociedad nacional o continental se mantendrá sometida y en marcha.
¿O será que el mundo está en realidad sometida simultáneamente a estas tres formas pérfidas de control?
¿Qué extraña programación gobierna a estas formas de control de masas?

Se viene a evidenciar que por esta perturbadora razón, nos estamos acercando a la parte más oscura y desesperanzadora del precipicio donde nos hemos lanzado como sociedad toda, y de donde solo quizás un delicado y riesgoso uso del artículo 350 de la constitución, (extremadamente riesgoso diría yo, por la inexperiencia social frente a escenarios que requieren consenso, así como por la escasa fortaleza institucional de la nación, que da pie a cualquier accionar inesperado por parte de uno o más componentes del Estado a favor o en contra de lo manifestado/interpretado en la “constitución de la República”), pudiera alterar el estado actual de las cosas, aunque debo insistir en que nadie podría apostar por un final previsiblemente conveniente para las mayorías, considerando la existencia siempre en potencia de un complot con cualquier cantidad de tentáculos e intereses, además de una indeseable montaña inicial de muertos y desaparecidos imposible quizás de contar en las primeras de cambio.
Quisiera decir que todo esto ocurre por tener como presidente a un individuo que está desdibujado del todo, pero no puedo hacerlo, porque él en realidad es consciente de cada paso que da (no en balde ha permanecido tres años como gobernante, sin señas de debilitarse como figura inamovible).
Deben recordar que él es consecuencia de lo construido (y dejado de construir) durante el gobierno de Hugo Chávez, por lo que Maduro termina siendo en ese sentido, subproducto no deseado pero necesario dentro del complejo político-económico construido bajo una línea estratégica particular, y por ello Nicolás resulta en algunos aspectos similar a Dilma Rousseff, (salvando las distancias intelectuales y de verdadera lucha social entre ambos personajes, puesto que Maduro fue solo un mal sindicalista): son herederos de una estructura de gobierno fundamentalmente basada en la opulenta riqueza mal gerenciada, nacida de los impuestos y la venta de un petróleo que insistía en rondar los 100 $ el barril.
Caído el ingreso, en ambos casos el mantener la fachada supuso para estos gobiernos el descalabro de sus aparatajes de poder paralelos y bajo control de las elites partidistas-oficialistas (círculos bolivarianos, juntas comunales, comunas en el caso de Venezuela), distribuido entre los círculos concéntricos de burocracias creadas aguas abajo de la superestructura del estado, quedando entonces expuestos en los dos casos tras la referida caída del ingreso, los filamentos de poder y de influencias que rápidamente se marchitaron y fueron sustituidos por clientelismos más directos y notorios.
Para ambos casos (Dilma y Maduro), el pecado primario ha sido el no reconocer que decidieron gobernar sobre un castillo de naipes, y que por ello las consecuencias de sus propias inacciones terminaron siendo más  funestas y distractoras que las generadas por los desatinos de sus populares predecesores.
NOTA: No estamos ante un pecado exclusivo de los pueblos de Latinoamérica, pero no es excusa para aceptar tales lacras en los niveles de gobierno.
Pese a todo esto, y como dice el refrán, (“ya lo hecho, hecho está”), lo que queda frente a todos nosotros es dilucidar de la mejor manera lo que nos puede pasar en el 2017, para implementar proverbiales reparos a la crisis existencial venezolana.

II: El balance anual 2016
Para empezar, entendamos cómo ya ha cerrado el año 2016: La balanza de los acontecimientos se ha inclinado hacia el actual gobierno, que pese a su muy deficiente actuar en cada una de sus competencias legales, mostró una capacidad sobresaliente para anular a la Asamblea Nacional, a la Constitución, a la MUD, a los todos partidos políticos, al Referéndum y a cuanta cosa hiciera ruido en contra del stablishment chavista-madurista, mientras que sin lugar a dudas, el lado perdedor (*) en ese balance se lo ha llevado la oposición con su torpeza supina para hacer frente a quienes se evidenciaron totalmente al margen de la ley.
NOTA: (*): Ni gobierno ni oposición deberían ser los principales protagonistas de esta historia, sin embargo, como así lo ha permitido la misma sociedad (cosa que hemos establecido ya, y que viene a reforzar el viejo precepto que afirma que “cada pueblo tiene el gobierno que merece”), es justo decir que en los términos superficiales en los que se ha manejado la realidad venezolana, acertado es hablar por ahora de ganadores y perdedores respectivamente, al señalar al mencionado gobierno y su “escuálida” (por incapaz), oposición como principales protagonistas, a falta de una sociedad en ejercicio real de su soberanía.
Los episodios que ponen en evidencia el truculento éxito del gobierno y el consecuente desplome de la oposición, pasan necesariamente por el continuo descaro presidencial, (comenzando con el hecho de que ni siquiera se ha podido despejar la incógnita de si es colombiano-venezolano, -o solo colombiano- y sin que por ello se mueva un dedo para zanjar el asunto), materializado en cualquiera de sus declaraciones, aunque ninguna tan altisonante y descarada como la relacionada al patético caso del retiro intempestivo de los billetes de 100 Bolívares, que en un sádico ir y venir, solo sirvió para poner en evidencia la negligencia que se ofrece cada día como un “blindaje” a la impunidad existente, intocable y brillante, la cual pasa por nuestras narices una y otra vez sin que por ello ocurra la activación de cualquier mecanismo constitucional capaz de castigar semejante desparpajo, lo que viene finalmente a decir mucho del estado catatónico de las cosas, y de la más que enfermiza tolerancia social reinante en este “procrastinado” país.

III: Los escenarios del 2017
Aunque el año 2017 pareciera haber decidido seguirle los pasos al pie de la letra al 2016 en su tendencia a la futilidad y a la “nada” debido a la evidente insistencia presidencial de atacar y despotricar de todo y contra todos, al tiempo que la oposición en la Asamblea Nacional no tiene mejor idea que seguir flotando en el limbo jurídico que se dejó imponer por el TSJ, enfrascándose mientras tanto en el torpe y cuestionable artificio leguleyo (por rebuscado y poco creíble), del “abandono del cargo” por parte de Nicolás Maduro, cuando lo correcto era (y es), declarar primeramente su traición a la patria por cada uno de los hechos puntuales que resultan obvios para ustedes como para mí, y que comienzan frente al Este con Guyana por la entrega de facto del Esequibo, para acabar en la frontera colombiana con el bachaqueo/tráfico y la corrupción militar rampante, no sin antes pasar  por el “arco minero”, las “concesiones petroleras”, “los contratos con Odebrecht”, los “Panamá Papers”, la inflación, así como la carestía sanitaria y alimentaria, entre otros, para dejarnos hoy, con una sensación de vacío y desasosiego enmarcada en esa procrastinación que nos domina, al no encontrar ruta legal capaz de ser activada para salir de un mal gobierno, de la misma manera en que cualquier empresa se deshace de un mal gerente o de un empleado ladrón.
Maduro insiste en ser el heredero loco y desnudo que juega tirado en el patio de su castillo con sus propios excrementos, mientras sus cuidadores (Cabello, El Aisami), -a los ojos del pueblo-, disfrutan del poder usurpado y amasado.
El conjunto de estas cosas dejan en evidencia (aún para quienes no lo ven, pero lo presienten), que ante nosotros únicamente existe una alternativa equilibrada donde viene a reposar cual manantial, el “agua” de la constitucionalidad que saciará está colectiva “sed” de justicia, aunque para llegar a ella, debamos transitar probablemente por uno de dos caminos (**), cualquiera de los cuales deberá andar por el mismo puente construido de una premisa sencilla pero aplastante:
El gobierno existente es de carácter y proceder dictatorial, y solo puede demostrar lo contrario cediendo a la realización de todas las elecciones y transiciones de poder pautadas por la constitución, en los tiempos que dicta esta, sin uso abusivo o ventajista de su posición ni de sus magistrados”.
(**): Hablamos de dos caminos únicamente, porque debemos por conveniencia en este análisis, obviar eventos naturales (mega terremotos en el área de la Gran Caracas, vaguadas devastadoras, o situaciones fortuitas como accidentes de aviones presidenciales, entre otros).

·       CAMINO 1: Todo sigue igual, represado por la “exitosa” estrategia ejercida por el gobierno y tolerada de forma ininterrumpida por la sociedad desde los años 2000, en espera de una hipotética elección “honesta y cristalina” en el venidero 2018, en caso de haber recursos económicos para ello.

·         CAMINO 2: La sociedad sale a la calle (con dirigencia política o no), y logra acceder al cambio de gobierno conforme a lo establecido por la constitución, o de acuerdo a petición soberana extraordinaria (asamblea constituyente).

NOTA: No, no hay en apariencia una tercera opción: Los militares están muy cómodos y bien atendidos como para desbaratar el conveniente “orden constitucional” existente, donde no tienen que dar la cara ante nadie; solo disfrutar de las prebendas obtenidas. (ADVERTENCIA: Recuérdese que aspirar a un cambio de situación montando en el vendaval del ímpetu militar, es caer innecesariamente en viejos esquemas practicados en la Venezuela del pasado, -incluyendo el intento de golpe del 92 y la posterior llegada al poder de Hugo Chávez-, que es precisamente lo que socialmente nos tiene otra vez en esta disyuntiva al ser pueblo eminentemente caudillista y ahora presidencialista). En todo caso, es conocido históricamente que solo los golpes no esperados, son los que triunfan, desencadenando nuevos giros en la rueda de la vida nacional, que rara vez evitan a su sociedad volver al punto de inicio, donde tenían por sí mismos, que tomar las decisiones correctas.
Hemos de reconocer que realmente complejo es el panorama que se nos avecina, dado que la cantidad de oportunidades perdidas en el camino, han ido cerrando el abanico de opciones posibles, dejando únicamente las más fuertes y sacrificadas. Ante esto, pareciera resumirse ambos caminos a una especie de frustración, daño moral y ético en uno, mientras que en el otro, incertidumbre y esperanza se asoma.
Recuérdenlo:
“Cuando tu propia cosecha es la fuente de tu alimento, las consecuencias de la semilla mal sembrada no puede revertirse ni evitarse; solo comerse.”

No hay atajos. Ya los probamos todos. De eso encargamos a Chávez.

No puedo decirles que el futuro inmediato será color de rosas, porque pendejadas no  quiero decir. Otra cosa es hablar de confianza: esa si puede llegar pronto, pero únicamente conforme decidamos, (pese a los sacrificios involucrados), a decir y hacer las cosas correctas, para 1: elegir nuevos gobernantes; 2: exigir la aplicación de todo el peso de la ley en cada uno de los ciudadanos y extranjeros en territorio venezolano; 3: reconstituir los pilares de la creencia en la republica: Educación, Salud, Trabajo, Seguridad, Justicia. 4: restituir la institucionalidad a toda prueba, de los poderes del Estado. 5: Crear un sistema de apoyo temporal para los más desvalidos, como paso previo para la disolución de todo el aparataje burocrático y clientelar existente. 6: despolitizar las FAN, que pueden seguir siendo bolivarianas, pero no protagonistas.

Si las cosas más elementales no podemos hacerlas por consenso, mucho menos podremos enfrentar los grandes retos y sobrevivir. De los que estamos vivos ahora, (a duras penas en su mayoría),  depende que Venezuela como país, siga existiendo.
Recuerden: Capitalismo y socialismo son solo patrañas del pasado que únicamente resultan efectivas frente a tontos útiles. No lo seamos más.

No sigamos procrastinando lo que hay que hacer.

NOTA: La imagen corresponde a una caricatura publicada en el diario "El Nacional", de Venezuela. Espero me disculpe el Sr, EDO por tomarme la libertad de utilizar su excelente ilustración para acompañar esta entrada al blog.

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