sábado, 21 de enero de 2017

Lo que la leche líquida dice sobre Venezuela…

Pocas veces he comenzado una entrada al blog partiendo de un hecho tan cotidiano como lo puede ser la compra y consumo de un producto alimenticio, pero es que quizás como una prueba de que todas las cosas están interrelacionadas, siento la necesidad de detenerme para hablarles de la leche que se puede conseguir en el mercado al detal venezolano.
Como muchas personas, disfruto del consumo de este producto lácteo, que nuestra muy criolla crisis económica ha ido alejando de la nevera de mi hogar, conforme su precio ha ido subiendo y mi poder de compra disminuyendo. Antes era más bien algo en lo que no se pensaba mucho, pues siempre estaba disponible (como la comida). Hoy, como con casi todo, su ausencia es notada.
Ahora bien, una cosa era comprarla antes (la leche), y otra es ahora, y no me refiero con ello a que se podía adquirir, sino a lo que en la actualidad puede comprarse como tal. Hoy en día se comercializa en teoría en Venezuela la leche aproximadamente de 8 maneras: Liquida (pasteurizada o en presentación de larga duración), por su contenido graso (descremada o normal), o en polvo (completa, semidescremada o descremada), y como “bebida láctea” (reconstituida a partir de sólidos lácteos extraídos como subproducto de otros procesos industriales).
Eso es en teoría, debo insistir; la actual situación económica ha hecho que conseguir la leche en cualquiera de sus siete primeras presentaciones mencionadas, sea cuando menos, muy difícil en el mercado formal, reduciéndose en muchas regiones del país, -y donde yo vivo en particular-, su disponibilidad únicamente a la ultima forma de presentación: la “bebida láctea”.
Aquí comienza lo interesante: ¿Por qué existe esta presentación?; ¿Quién querría tomar una bebida láctea (leche en exceso manipulada), cuando puede tomar la leche completa?; ¿Será porque es más económica la bebida hecha a partir de residuos lácteos?
Pues la respuesta a estas interrogantes nos llevará a una triste realidad (tolerada por la sociedad venezolana), lo que nos mostrará cómo el modo de hacer política y vida social organizada como nación, termina haciendo valer tan poco a la ética para casi todas las cosas en el país.
La bebida láctea, como su nombre lo indica, no puede ser denominada técnicamente como “leche”, puesto que su composición  difiere particularmente en una cosa: el volumen de agua presente por cada unidad de materia láctea existente: La bebida láctea tiene en esencia, una parte de agua por cada parte de leche.
Esto para quienes la elijan, debería suponer que su precio ha de ser menor, por cuanto tiene menos contenido de “aquello” que tiene un costo importante en la producción de la misma (la leche en sí), pero ¡sorpresa!: ¡Su costo es tres o cuatro veces mayor que el equivalente al de la leche pura pasteurizada!.
Aquí comenzamos a adentrarnos en uno de los pérfidos ángulos de la política reguladora alimentaria del mercado venezolano, aplicable a los jugos (100%, 60%, 30%, y “bebida sabor a jugo”), a las pastas (diferentes tiempos de cocción), al arroz (saborizados o parvolizados), al café (“Gourmet”), y a las mantequillas (saborizadas), por mencionar algunos: Volviendo al ejemplo de la leche, el gobierno y las autoridades “competentes” en la materia, regulan “severamente” la curva de crecimiento del precio de la leche pasteurizada, (haciéndola prácticamente inviable como negocio frente a una inflación indómita), pero no tocan el de un concepto relativamente nuevo en Venezuela como lo es el de la bebida láctea. Resultado: Esta última es legalmente mucho más cara, lo que supone un estimulo irresistible para que la industria láctea prefiera agarrar la leche líquida (a veces mal refrigerada y dudosamente manejada), diluirla en un 100% o más y comercializarla (con lo cual por cada litro de leche, realmente sacan por lo menos dos litros para venderla), triplicando o cuadruplicando las ganancias en el proceso.
Llegado a este punto comenzamos a denotar como se interceptan la debilidad ética en el manejo político y técnico de los asuntos nacionales más cotidianos, con el descaro de quienes sabiéndose afectados por la crisis económica, optan por atajos productivos que les reditúan mayores beneficios, en perjuicio de quienes se supone son el motivo de la producción de bienes.
No ha habido manera en que el gobierno haya podido controlar los precios y estimular a su vez la producción. El crecimiento desmedido de la inflación ha creado un cáncer social que ha hecho metástasis en todo el cuerpo social, mientras que la importación que se había convertido en la solución vía “intravenosa” de quienes gobiernan para la sociedad, para paliar las necesidades de estos productos, que se agotó rápidamente en pocos años de “sobredosis” de malas “terapias” continuas, anunciando con ello el ya necesario final de esta etapa, sin que el “paciente” (sociedad), se dé por enterado, aunque ya esté en los huesos por la falta de alimento y dignidad.

Así, un enorme círculo vicioso es en el que giran gobierno y sociedad, como si de un triste carrusel de caballitos que no va a ninguna parte se tratara, mientras se mantiene en movimiento inútil. Entretanto, yo solo puedo ver ocasionalmente la blanca y aguada bebida láctea en las depauperadas panaderías y mercados del país, de donde la puedo sacar si estoy dispuesto a pagar más que el equivalente de una jornada de trabajo, en triste evidencia de una muerte andante de la que si podría hacerse una película real de zombies, a la venezolana.

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