jueves, 4 de febrero de 2016

Nada cambia con los motores de Maduro

(Aunque más preciso seria decir que son los motores del chavismo; todos ellos).
Uno tras otro sin embargo, independientemente de que sean obra de Chávez o del negligente de Maduro, todos los motores han ido quedando como inservibles maquinas, (salvo el MOTOR DE LA CORRUPCIÓN, instalado detrás de la fachada levantada mediante la mentira sistemática).
A veces los motores restantes han quedado oxidados porque en realidad nunca se usaron; a veces terminaron quemados porque se les dio un uso inadecuado; en otras oportunidades, los motores quedaron incluso aún en sus empaques, porque lo importante fue en sí el tramite mil millonario en dólares que se hizo, (en provecho de pocos, naturalmente).
No importaría si eran a combustible o a electricidad; igual no sirvieron, porque o bien no había electricidad por el negligente manejo de la industria eléctrica venezolana, o bien porque no obstante la gasolina barata, sufrían de falta de repuestos y mantenimiento, a manos de  los mismos funcionarios que se encargaban de las gestiones burocráticas y de las jugosas tramitaciones en dólares.
Entre los motores de Chávez, y los motores de Maduro, lo cierto es que han vuelto una chatarrera el país. Como el más inescrupuloso de los importadores de equipos usados, el gobierno administrador de los dólares subsidiados y siempre ambicionados por pocos  a costa de nuestra miseria social, encontraron en cada proyecto que inventaban, y en cada necesidad de conseguir alimentos y equipos que se requirieran (por la no producción de estos en el país), una oportunidad única con la cual lucrar, dando al traste de forma inocente pero sistemática, con las buenas intenciones que muchas veces respaldaron a las ideas que posteriormente fueron endosadas injustamente a un personalísimo proyecto político que se cimento sobre la discriminación de todo aquel que no lo compartiera, con las consabidas consecuencias que ahora padecemos, sin remedio que sea capaz de imponerse.
Hoy, con la patética realidad que nos abraza, con todos los motores (menos el de la corrupción), fuera de servicio por ser incapaces de “acoplarlos” con algún sentido de eficiencia o eficacia, a cosa alguna que cumpla una función constructiva, El ya “políticamente herido de muerte” presidente y negligente Nicolás Maduro contempla sin reconocerlo, los agónicos últimos tiempos de toda esta etapa revolucionaria llena de innecesaria torpeza, donde aún oficialismo y oposicionismo buscan casi que inútilmente las soluciones, teniendo como denominador común, la exclusión del actual presidente de la ecuación final, sin saber que el tiempo de todos ellos obligatoriamente debe pasar, tras la muerte y resurrección política de la sociedad venezolana.
Maduro seguirá siendo el figurín que le dio cara a esta moribunda segunda mitad de la decadencia sociopolítica y económica que ahora comienza a cerrarse tras décadas de cuarta y quinta república.
El efecto del “Niño Maduro”, no es la causa de nuestros males; como todo proceso cíclico natural, también en la "naturaleza de las sociedades" ocurren ciclos originados en la soberbia de las masas y quienes eligen para gobernar, que hacen surgir fenómenos como el "niño Maduro", y nada más como la consecuencia de un mal proceder social/colectivo que hemos tolerado y aceptado desde los ochentas, con Chávez en medio como el gran "secuestrador sin mala intención" (porque así lo dejamos y quisimos), de las ideas que nos pertenecían a todos.

Seguiremos flotando en la nada con un presidente que no convence en nada que hace (o nos hace), ofrendando a los dioses de la futilidad, durante cada día que pase, hasta que Nicolás Maduro y todos los personajes que tras él detentan el poder, hayan salido del poder y pagado con moneda fuerte, de justicia y constitucionalidad, los delitos cometidos.
No hay justicia con impunidad; no hay rectificación posible sin consecuencia judicial pública y notoria para los responsables; no hay cambio posible; no habrá moderación y ahorro para los proyectos que nos esperan como nación, si seguimos gastando más de lo que nos ganamos.
Estamos muy cerca de aquel temible umbral que advirtió Bolívar, el verdadero Libertador que es visible con solo indagar en nuestra historia real: “Llega el momento en que el castigo a los delitos no es suficiente”. Tiempo hay (pero muy poco), para enmendar y evitar cruzar la línea que deja atrás a la institucionalidad basada en nuestra constitución; poco queda para traspasar la dura línea del camino que derrama sangre inocente.

Estamos a tiempo, pero por poco.

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