sábado, 16 de mayo de 2015

Maduro debe renunciar.

Es simple: contemplar el resto de un periodo presidencial en Venezuela, con una persona como Nicolás Maduro al mando, que no es capaz de inspirar confianza, legalidad o justicia, es inaceptable por lo contraproducente que resulta.
Lo digo estando consciente de que decir o escribir esto es un riesgo en Venezuela: Nicolás Maduro, su poderosa esposa y el círculo de parcelas políticas alrededor de ambos, no pueden ofrecer nada más, y deben renunciar. El juego terminó. Solo la ingente cantidad de dinero que sigue entrando al país, pese a los bajos precios del petróleo que se reflejan hoy en día en el presupuesto nacional, ha mantenido el statu quo de las cosas, entreteniendo a una sumisa y “cuidadosa” población, (acostumbrada a la “supervivencia individual del más apto”), que no quiere ver ni actuar mas allá de las necesitarías colas para comprar cualquier cosa.
Sea oposicionista, chavista o un improbable moderado como tercera vía, (preferiblemente de profundo sentido social pero pragmático en lo que a economía y manejo de las finanzas se refiera), es claro que el cambio político es necesario para comenzar a obtener distintos resultados a los que con cada día que amanece y termina en este país, vemos desarrollarse inútilmente sin hacer absolutamente nada.
El artículo 350 quedó como una curiosidad constitucional, inoperante debido a que la gente le cogió miedo a la protesta. Nadie quiere sacrificarse por lo que ve a su alrededor. Ni políticos, ni la gente de la calle.
Ciertamente se vienen las elecciones parlamentarias, pero en medio de una gran decepción nacional que no termina de ser analizada o comprendida, ni muchos menos canalizada por liderazgo alguno, por inexistente y embrionario, más que por el esperpento que tenemos por “oposición” al gobierno chavista y madurista, montado en la batea del dinero sin dueño aparente; ante esa falta de humildad para reconocer los errores de parte y parte en el mudillo político venezolano han cometido, terminamos en las manos del perjudicial circulo formado por el CNE, tan desprestigiado y acostumbrado a dejar dudas sobre su actuar y proceder, que una vez más administrará un proceso electoral jugoso en contratos de maquinarias de votación y publicidad vacía, pero fútil frente a lo que debería ser acto de devoción republicana. En manos de las mismas caras complacientes con el poder quedarán los venideros procesos, en lo que más bien debería ser un camino de esperanza en ruta al referéndum revocatorio presidencial del 2016, que solo con una aplastante tendencia al “SI, quiero que Maduro se vaya”, podrá superar la adversidad.

Mirar desde una distancia prudencial a la política y a los políticos acomodados o que buscan acomodo en el aparataje gubernamental venezolano, es no encontrar novedad desde hace tiempo; Chávez mismo dejó de ser novedoso al año de estar en el poder; todo pareciera ser ahora una inmensa pintura envejecida, colgada en la pared de una casa ruinosa y mal oliente; no hay movimiento; no hay luz emergiendo al final de un túnel; NO HAY GENTE DESPERTANDO. Únicamente se ve a las personas adaptándose, como si estuvieran tratando de acomodarse para seguir con vida sobre el borde de una cornisa ruinosa que se desmenuza y cae, pese al rugir constante del pozo petrolero que no deja de escupir su apestosa y jugosa riqueza justo al frente del edificio nacional que amenaza con caerse.
Nicolás Maduro tuvo su oportunidad de oro solido obsequiada por Chávez; que las elecciones de aquel 2013 las ganara o perdiera en el terreno era lo de menos: los procedimientos para garantizar el nombre del “vencedor”, estaban diseñados y practicados desde hace tiempo, producto de optimizar hasta la desfachatez aquellos métodos creados en tiempo de la cuarta republica por AD y COPEI.

Estamos en medio de una dictadura y para confirmarlo basta con apelar al diccionario y buscar el significado de esta palabra. Los derechos humanos en manos del gobierno, son como el pasto entre los dientes de una vaca: Pueden tragarse y regurgitarse tanto como sean necesario para sacarle provecho político, aunque al final sea excretada.
La pérdida de autonomía de las instituciones fue jugada maestra del propio Chávez en la búsqueda de la hegemonía necesaria para poder instaurar un modelo político, social y económico que no era apoyado por la mayoría necesaria, y que se lanzaba de frente de la misma constitución apadrinada por él; por eso poco vale la palabra de cualquier funcionario del alto gobierno, (defensor del pueblo incluido), al momento de descalificar o defender cualquier cosa.
Dictadura y régimen antidemocrático es aquel no por la existencia o no de elecciones, sino mas bien  por la forma en que estas son llevadas a cabo, en el marco jurídico y practico en que lo son; misma situación reafirma la condición dictatorial el hecho de las desapariciones, la de corrupciones sospechadas por todos, pero que no logran llegar concretar ningún acto judicial. Imposible resulta ver el cambio de un alto funcionario, a menos que sea porque cayó en desgracia dentro de su propio círculo de poder, y sea removido. Solo en dictadura los enrosques de funcionarios son cosa del día a día; solo en dictadura los parientes más cercanos de un político de alta jerarquía pueden estar en el poder junto a este. Solo en dictadura puede alt6erarse la constitución basada en un llamado a referéndum fuera de tiempo; solo en dictadura un diputado puede decir que el presidente no es venezolano por nacimiento, y nada pasa.

Claro es que ambas agrupaciones políticas han cometido errores imperdonables, como claro es que grandes aciertos se han producido, y que estos últimos son los necesarios de rescatar y cultivar, mientras que los primeros son juzgados y condenados como único camino para cimentar las necesarias bases de la confianza en el sistema republicano.

Pareciera que lo peor está por venir, y ese se ha convertido en el sello oficial del gobierno de Maduro, como expresión final de lo que el camino político equivocado permite que ocurra. Los chavistas tienen por delante hacer acto de constricción y dándose con una piedra en los dientes, admitir los errores y desviaciones permitidas, toleradas y alcahueteadas tanto al líder supremo, como al asignado a dedo por éste para sucederlo. Para la oposición y el oposicionismo necio y ciego, largo y triste es el camino de la aceptación de sus terribles errores, que incluye el de constituirse con premeditación o no, en los “garantes” de la perpetuidad de Chávez, quien pudo así seguir intacto hacia adelante, pese a las fallas garrafales.
Ambos bandos terminaron siendo crías de la misma camada, como un irónico ejemplo de lo que en realidad somos: Una nación sin rumbo ético claro.

En un país donde mis palabras serian repudiadas por oficialistas y oposicionistas, la reacción visceral y furibunda contra quien esto escribe seria precisamente medida directa de la intolerancia y arrogancia reinante, pese a la miseria presente hasta donde da la vista en el horizonte; miseria que se esparce con el viento, en el desierto moral y conceptual en que hemos convertido la república venezolana.


Nicolás Maduro ha fracasado como presidente, y su renuncia debe ser solicitada. 
Yo formalmente la pido por esta vía, como única manera de comenzar a hacer las cosas de manera distinta. 
No esperes el referéndum Nicolás; no necesitas salir por la puerta de atrás. Podemos garantizarte una pensión justa, en reconocimiento a tu postrero acto de valor, al decidir hacer renunciar a tu círculo de poder, y hacer lo propio al renunciar irrevocablemente.

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