sábado, 14 de enero de 2023

Venezuela en el 2023: ¿Indigna, fea, y sin sueños?

 

¿Existe realmente ese país?;

¿Cómo coexisten dos naciones en la misma tierra: una envilecida por quienes la regentan, y otra que se levanta en nuestro imaginario llena de dignidad, belleza y sueños de justicia?

Pese a las interrogantes que sirven de titulo e introducción a esta entrada del blog, -y a las proféticas palabras cuya autoría se asigna a Renny Ottolina mediante la imagen adjunta-, deseo pedirles que hoy al comenzar a leer se deslastren de toda percepción negativa, -incluso de la que puedan tener de ustedes mismos-, porque se hace necesario reconocer entre todos que los venezolanos poseemos en conjunto, un potencial enorme e imposible de ocultar, y que sí es posible alcanzar esa imagen del país posible que nos imaginamos y elegir ser radicalmente distintos, y por cierto, radicalmente justos.

 

1.- La Venezuela indigna, fea, y sin sueños: ¿Existe realmente ese país?;

Como primer paso para soltar lo que no somos, hemos de reconocerlo en su forma y fondo, y muy importante: sin explicaciones o historias que lo suavicen. Esa Venezuela cruel definitivamente sí está entre nosotros, y lo hace a tal punto que prevalece sobre la otra (la Venezuela posible y bella), porque esta última está ahogada en el divagar que como sociedad mantenemos al ver todo en “dos colores” (blanco o negro, bien o mal, oposición u oficialismo, amigo o enemigo), con lo que terminamos dispersos, débiles y vulnerables frente a los políticos y personajes públicos que apalancándose en el conflicto (el funesto “divide y vencerás”), recogen para sí mimos los mejores resultados y beneficios.

Dejar de enfrentar los opuestos que imaginamos nos situará  por encima de la dualidad (y en consecuencia, por encima de la manipulación), lo que dará paso de forma natural a individuos y sociedades abiertas a la conversación desapasionada, a la posibilidad de un país libre de partidización política, de continuos señalamientos estériles y de constantes escupitajos hacia el cielo, con lo que la vida nacional discurriría en equilibrio, en lo sereno, y por qué no decirlo, en el amor.

Mientras tanto, a falta de ese equilibrio la realidad nos abofetea hasta desfigurarnos el rostro social, y lo hace con una verdad que como martillo invisible no somos capaces de ver aún: que si un pueblo se divide en su fin último (la oportunidad de prosperidad para todos),  y termina por no darse el permiso de ser gobernado por sus mejores ciudadanos, lo será entonces por los peores de entre ellos, y ya luego de que se hagan estos últimos con el poder, no importará cuanto intento pacífico se intente para retomar el control.

La tesis del dominio de los peores se hace evidente en la Venezuela contemporánea a través de una interminable procesión de mentiras que han firmado en la lapida del país bajo los pseudónimos de “elecciones democráticas para todo”, “consultas populares vinculantes” (cuyos resultados nunca se vinculan a nada), y de “referéndums” (siempre entubados), todo lo cual nos fue en cada ocasión entregando resultados siempre amañados y acompañados por silencios incómodos y  sordas complicidades de lado y lado.

Cuando aceptemos que esto es así, es que podremos comenzar a notar (aunque sea con alarma y desasosiego inicial) que efectivamente,  la Venezuela indigna si existe, y lo hace porque el concepto de ciudanía ha ido desapareciendo como forma válida de vivir y de expresar (y ejercitar) lo correcto en alguna dimensión de cooperación social y respeto; que la Venezuela fea si existe, y lo hace como consecuencia directa de la desaparición de cualquier estética ciudadana y gubernamental que hiciera visible el ejercicio constitucional de los mandatos y planes de la nación, y por darse esto último entonces es que la Venezuela sin sueños es una realidad, porque resulta que allí donde no hay libertad, tampoco puede haber dignidad colectiva, y ello cierra el círculo a escala nacional que como pesadilla en reemplazo de un sueño, nos agita y extravía existencialmente dentro y fuera de las fronteras del país.

 

2.- La realidad que se desliza de lo colectivo, hacia lo individual.

Si lo indigno, lo feo y la rendición ante la falta de sueños capaces de conectarnos con un proyecto de rescate nacional cohabita en mayor o menor grado en el corazón de los individuos, ¿cómo superarlo?

Solo hay una manera: Entendiendo que la naturaleza a nivel físico aborrece el vacio y que en contraposición a  las nociones de indignidad, fealdad y sin sueños que nos domina y subyuga, podemos apelar a lo que el español Pedro Baños resume muy bien en una sola frase:

A lo ético, a lo estético y a lo épico.

Y es que a mi modo de ver las cosas, la única manera de romper la maldición que nos lleva de continuo a dejar una cruel herencia para las siguientes generaciones, es estableciendo un marco de referencia a modo de valores humanos accesible para todos y que nos identifique como venezolanos (lo ético), lo que nos permitiría organizar, desarrollar y hacer florecer la capacidad para establecer líneas claras de dignidad (lo estético) que admitan entonces la posibilidad de dibujar en una sola “hoja de ruta nacional”, un equilibrado “Plan de Desarrollo y Progreso”, caracterizado por su coherencia y sostenibilidad en el tiempo debido a la participación y consenso de las mayorías ahora con una visión y un sueño claros (lo épico).

(Para esto hemos sugerido varias ideas y propuestas en el pasado, como “el decálogo”, “la guía del ciudadano”, y “la mesa de cuatro patas de los valores nacionales”, entre otras).

Esa especie de hoja de ruta que he expresado, es piedra angular y fundacional en mi opinión; no hacerlo es privarnos de un punto de referencia en el que nosotros, -cada uno-, sea esencial, sino que además evitamos con esto el mantener el extravío que anula a la ética, a la estética y a la épica de nuestra mente colectiva, y como retruque, de la de muchísimos en su mentalidad individual.

Al insistir todos en manejar un complejo de inferioridad reduccionista como hasta ahora (siempre atizado  por la carencia de liderazgos coherentes que porten imbatibles banderas de valores y conciliación), permaneceremos dando vueltas en círculos. Insistamos en esta última idea: La falta de liderazgos que actuaran como ejemplos vivos y palpables entre nosotros (y no sobre nosotros), ha permitido que la noción de “ciudadanía” haya ido quedando relegada más bien a algo así como una opción accesoria  y cursi sin impacto real, más que a un deber con consecuencias claras por su aplicación y defensa colectiva.

Por esto que mencionamos es que Venezuela ha terminado siendo administrada desde Caracas con una estrategia donde predomina el aparato militar como gerente y tesorero al estilo cubano, en una intima complicidad con la corporación resultante de la cooperación oficialista-opositora que tras hacerse del poder económico y mediático, no ha conseguido más resistencia ni han tenido que enfrentarse a ninguna disidencia contundente sobre el terreno o sus fronteras.

Es en esa fatídica resignación en la que nos hemos hundido hasta esta peligrosa forma de concebir y vivir a Venezuela, y que parafraseando a Aldous Huxley, nos ha arrastrado a un ambiente bizarro en el que debemos tener el cuidado de no manifestarnos ni muy racionales ni muy honestos, porque en una nación ya sin dignidad colectiva, el ciudadano integral no se convierte en rey ni en visionario, sino en potencial víctima de un linchamiento que cuando no es de la mano de los defensores de la esclavitud voluntaria, lo son de la mano de las mafias que los gobierna.

Recuerden los aspectos que humanamente intuimos como cruciales para el progreso y la prosperidad: la verdad, la honestidad, el derecho, y la obligación (que en suma son aspectos del amor).

Aceptemos que hemos olvidado por accidente -o por miedo-, que cualquier proceso de cambio donde pretendamos tener éxito, solo puede ser funcional y verdadero en cuanto seamos nosotros los que tengamos el poder real en las manos por vía de la contundencia pacifica o de la fuerza de la violencia organizada y sin retorno.

Para lograr esto, retomemos lo que inicialmente mencionábamos: Tenemos que dejar de lado las acartonadas nociones del bien y del mal de corte cuasi religioso que insistimos en manejar diariamente a instancia de los mismos políticos que siempre están necesitados de un enemigo ficticio al más puro estilo de estratega nazi Joseph Goebbels (Alemania, siglo XX), porque si seguimos así, nos mantendremos dóciles ante todo lo impuesto, que llegará sin mesura ni posibilidad de garantía, liderazgo o castigo frente los reiterados e impunes fracasos de los proponentes de turno (entiéndase con ello a los políticos, partidos o caudillos del momento que dominan al país).

 

3.- Sobre lo ético, lo estético y lo épico.

Hago hincapié en que aún con todo lo que podamos decir y señalar acertada (y necesariamente) con respecto a nuestros tropiezos, no podemos perder de vista que en esencia somos gente buena y llena de energía, con conocimientos, destrezas y experticias suficientes para cambiarlo todo en un giro revolucionario, pero que por motivos psicosociales e históricos han elegido por su propia voluntad el despertar lentamente a punta de golpes y ultrajes, mientras han sido arriados de la mano de quienes fueron puestos equivocadamente al frente de los gobiernos, y todo por resistirnos a entender que las decisiones correctas no siempre serán las más populares, y que las decisiones populares siempre terminan siendo las incorrectas.

Es el precio a pagar queridos compatriotas, por no asumir que realmente no éramos -pero podíamos ser-, una sociedad mental y emocionalmente soberana, en justicia y libertad. Esa es tarea pendiente de lograr.

El siguiente paso en este proceso de reconocer las cosas como son, consiste en aceptar que no todos podíamos marcharnos del país huyendo del régimen y de nuestras frustraciones (eso de hecho habría sido la capitulación más patética que registraría la historia humana de un pueblo ante sus opresores); tampoco la migración de muchos es pretexto para acusarse y estigmatizarse mutuamente con el “…que si nos fuimos o que si nos quedamos, y que por eso valemos más, o menos”, porque eso no sería más que otra evidencia a favor de la profunda división que reina a favor de los opresores.

Lo más importante que tenemos que rescatar en este punto es que aunque sabemos que muchos no se fueron porque en realidad no tenían los medios, la voluntad, o la libertad (vamos, que nadie se queda a ser mártir donde no hay causa),  la inmensa mayoría que sí permanece por decisión propia, lo hace con la convicción de que doblegarse ante el régimen es darles a estos el triunfo final, con lo cual sin proponérselo necesariamente, custodian un tesoro de dignidad y de valores que será imprescindibles para construir una nueva ciudadanía con una dirección que podamos seguir entonces en el futuro hacía una fresca y distinta nación.

 

4.- Las conclusiones obvias, pero ignoradas.

No le demos más vueltas; estas son las cosas (que al menos de entrada), hay que concretar para cambiar el juego, y que no sigan jugando con nosotros:

  • ·Tenemos que aceptar que debemos despertar mayoritariamente para poder actuar;
  • ·Tenemos que eliminar de nosotros lo indigno, feo y sin sueños, para instalar y exigirnos lo ético, lo estético y lo épico;
  • ·Tenemos que creer en nosotros para hacer lo anterior;
  • ·Tiene que surgir un liderazgo por su propia fuerza e ímpetu, y nunca por ser engendrado en primarias partidistas de perdedores ni patrocinado por fuerza de  intereses foráneos, pues ha de contar con su propia luz para poder brillar e inspirar;
  • ·Tenemos que entender con claridad qué caminos queremos tomar, y cómo verificar mediante la hoja de ruta, que no haya interpretaciones por parte de terceros ni opciones unilaterales admisibles, o que quedasen sin castigo la sola insinuación de alteración por parte de políticos y demagogos oportunistas;
  • ·Es necesario perderle el miedo a la instauración de una Junta de Gobierno; no hay manera de que los políticos actuales enderecen el entuerto social que a ellos mismos los parió y dejó discapacitados éticamente.
  • ·Entender que si hubiera certeza de unas elecciones y referéndums libres y verificables, sin duda el acto del voto sería la vía para alcanzar los objetivos, pero a falta de esto tenemos que unirnos y levantarnos masivamente en un único acto de rebeldía amparado en el art 350 de la CRBV, que haga sentir en el cuello a cada verdugo de nuestra libertad, el filo de la violencia que somos capaces de desatar, porque incluso la salida pacífica, sólo se da por la vía soterrada de la amenaza contundente que el opresor alcanza a reconocer en el número de ciudadanos levantados y sin control posible por sus propias fuerzas opresoras.

 

En suma, ya sabemos que sí existe la Venezuela Indigna, fea, y sin sueños, y que a partir de su reconocimiento pleno es que podremos ponernos de pie frente al necesario proyecto de país requerido, capaz de auto-sustentarse desde lo ético, lo estético y lo épico, en justicia y libertad, que tendría como piso a una Constitución despolitizada y, -como Espada de Damocles permanente sobre quienes la administren-, a una ciudadanía amenazante y resuelta a ser libre desde la dignidad de cada uno y de la suma como mayoría.

Cuando asimilemos que toda moneda tiene dos caras, habremos superado la dualidad y estaremos ciertamente entrando en los territorios de la libertad.

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