viernes, 17 de diciembre de 2021

Tener libertad, no es tener derechos; tener derechos, no significa tener libertad.


Hablando del título de esta entrada, es en el filo de esa navaja que camina el reducto distópico de lo que somos hoy como sociedad en Venezuela, y eso ha dado como resultado un corte profundo en nuestra capacidad de vivir con dignidad, al tiempo que nos ha expuesto el padecimiento de una hemorragia que ya sólo ha ido dejando apenas sangre para poder mover la cabeza en señal de sumisión y de aceptar lo que le impongan.

Eso es lo que ocurre cuando una sociedad elije lo estático como forma más segura de existir.

No importa que esa manera “segura” sólo sea una ilusión; igual se insiste en quedar en el mismo lugar todo lo que se pueda, aunque con ello finalmente nos ocurra como cuando estamos a la orilla del mar, y que con cada ola que nos golpea, nuestros pies se entierran un poco más en la arena al permanecer en el mismo sitio; el movimiento trae el cambio, y lo que no se mueve, es erosionado, hundido, y eventualmente olvidado.

En ese olvido estamos como sociedad; nos estamos olvidando a nosotros mismos, porque la inconsciencia nos tiene aturdidos.

Les digo todo esto porque es obligatorio el precisar que nada de esto ha sido " de a gratis": los políticos de oficio (y entendamos que en esa categoría entra toda la oposición, el propio Chávez, los militares activos en este régimen y  cuanto venezolano y extranjero oportunista que consiguió un hueco aquí para delinquir), están todos aliados bajo la sombra de la mentira, y han hecho su trabajo: ponernos a los unos contra los otros, mientras ellos se ponían los unos junto a los otros.

Aprendieron a sacar de nuestra imaginación colectiva la noción elemental -y esencial-, que nos hacía intuir que la distancia más corta para progresar, era la que seguía el sendero de la honestidad y la dignidad.

Se valieron de nuestra vulnerabilidad, de la necesidad que teníamos de gobernarnos mediante algunos elegidos, para que el resto nos pudiéramos dedicar a trabajar y a existir. Rápidamente aprendieron que en esa situación de entrega y dejadez por nuestra parte al dejarlos sin control y auditoria severa, que a ellos en vez de construir puentes entre nosotros, les resultaba de mayor beneficio construir muros, para que la distancia que tuviéramos que recorrer hacia la verdad, fuera de manera imperceptible cada vez más larga y desalentadora, hasta tal punto que fuese mejor que creyéramos que era mejor que ellos pensaran y decidieran por nosotros; así nos fueron encerrando con nuestro torpe consentimiento en un laberinto de condiciones, prerrequisitos y coimas para lograr cualquier cosa, con lo que finalmente nos llevaron a vivir en un gran círculo imposible de describirse como tal.

Ellos, los políticos de oficio, hechos burócratas nada mas llegaban al poder sin importar la tendencia "política" de la que vivieran o dijeran venir, lograron que cada ley, que cada reglamento, que cada decreto y que cada ordenanza, se levantara como una pared más en el laberinto existencial donde nos enseñaron que debíamos vivir y hasta agradecerles; descubrieron que cuantas más leyes y regulaciones, más paredes y recovecos tendría el laberinto y más fácil sería extraviarse en el para nosotros. Nos acostumbraron a esperar sus instrucciones para supuestamente saber por dónde ir, haciéndonos creer que nos llevaban a la salida, a la tan esperada y prometida “prosperidad” de la que ellos mismos y siempre con cuidado y discreción, nos apartaban.

A las fuerzas armadas de la nación, las convirtieron en la gran cegadora que volaba la cabeza a quien tuviera la idea de ponerse de acuerdo con alguien para subirse en sus hombros buscando ver más arriba y más allá de las paredes para descubrir la verdadera salida.

Nos distrajeron del camino; nos hicieron olvidar la esencia; los más incautos creyeron en sus historias y murieron por ellas. Sin ser capaces de admitirlo, buscamos enmendar nuestras debilidades apoyándonos en la ambición de quienes nos ofrecieron “villas y castillos” sin prueba alguna en la mano, y lo peor, sin que tuvieran que pagar luego por sus mentiras y promesas incumplidas. Así, quienes deseaban el poder por el poder mismo, se hicieron de éste, y con ello, del país, hasta convertirnos en gentes sin derechos, y sin libertad.

Hemos dejado de ver que los gobiernos como están, autojustifican la apropiación de aquello que no les pertenece, resumiendo la existencia a robar o dejar que te roben.

 

“La distancia más corta para progresar, por ruda que parezca o llegue a ser, es siempre la que sigue el sendero de la verdad”

Nos hemos dejado infiltrar por la creencia cuasi religiosa de que las doctrinas izquierdistas o derechistas, -según el ojo que la vea o la moda de turno que prevalezca, alimentado por el desespero y la ignorancia-, son la solución a todo los males, cuando en realidad, el mal es en sí toda creencia que nos aleja o distraiga del camino más corto al progreso y el bienestar: El del ejercicio de la verdad y la honestidad, en amor.

La única revolución real a la que podemos aspirar hoy en día, es a la de vivir con la verdad y la honestidad basada en los más excelsos valores humanos, comprendiendo que todos ellos están forjados en la fragua eterna del amor.

Cuando como mayoría entendamos que al robar la dignidad de nuestras propias acciones, abrimos también el camino para robar la de los demás, y que si nadie pudiera robar lo público, ni robar lo privado, ni adueñarse de la autoridad que por naturaleza radica en la soberanía de la población como sociedad, sin ser sometido inmediatamente a la investigación, el juicio y el castigo, sin duda, el mundo sería en esencia, un mundo de amor.

Las situaciones más complejas, desesperanzadoras, apremiantes y áridas, todas, absolutamente todas, comienzan a cambiar con sólo una decisión. Una sola.

Esa decisión es la que tenemos que tomar, y para que nunca más nos manipulen, ese punto de inflexión en nuestras historias tiene que pasar por una única puerta: la de hacer del robo en cualquiera de sus formas, motivo de diligente y proporcional castigo al robo realizado.

Entiendan que sobre este mundo, al amor, se le contrapone el robo.

Entendamos qué nos hemos dejado robar, y en ese momento el país cambiará; será como una descarga eléctrica que nos atravesará a todos y nos hará levantarnos en pies de dignidad y consciencia.

Necesitamos entender que la tolerancia ante el robo socavó todo lo digno que podíamos tener, dejando que la figura del político de oficio, -del burócrata-, emergiera entre nosotros como cimiento de las paredes que conformarían a la larga, nuestro laberinto y prisión.

 

Execremos la noción del político de oficio, de ese burócrata con "linaje por derecho propio a gobernarnos", y estaremos execrando de la sociedad al primer actor que pone en marcha las ruedas del ventajismo, de la componenda y de la coima.

Necesitamos administradores de lo público: gente cuya recompensa sea la seguridad social que les brindemos con dignidad, y el reconocimiento nacional que les daremos como héroes por apegarse al camino de la verdad.

Esta es la única manera de mantener en nuestras manos las riendas de la sociedad que deseamos ser.

No busquemos en las ideas rebuscadas y las estrategias que sólo unos pocos entenderían -y donde pueden colarnos cualquier engaño-, la solución a nuestro problema raíz: la tolerancia al robo; ENTIÉNDASE: al robo material, al robo espiritual, al robo de toda estructura proba de prosperidad.

En definitiva, les convido a que hagamos del “no al robo en cualquier manera o forma”, la frase que nos defina como venezolanos.

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