Si, amigos y compatriotas, tengo que reconocer que he sentido envidia. Sé que es algo codicioso, y que va dirigido a un puesto muy alto, pero, ¿Cuándo un pecado es recatado?
Es un puesto desde donde se ha marcado historia, y desde el cual también se han hecho cosas muy positivas para el país; sin embargo, se han dejado pasar sin mediar alguna palabra al respecto, demasiadas desviaciones, que impunemente carcomen en muchos aspectos a la sociedad nacional, -desvenezolanizada e inyectada de valores extranjeros-, pasando factura histórica en el futuro, cuando ya nada pueda hacer quien tuvo en su momento la oportunidad de oro.
(Insisto: debe ser horrible darse cuenta de que se pudo hacer todo, y no se hizo más que lo irrelevante)
Nada de estas cosas que les digo, ha impedido que sienta en lo más profundo, esta envidia que carcome la humanidad…
Les cuento:
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“En contadas ocasiones, cuando he visto al presidente Hugo Chávez en la televisión, o lo he escuchado en la radio, o lo he visto en la prensa, saliendo airoso de tantas torpezas con las que se tropieza, he sentido envidia: intensa, pura y visceral, casi como la que se siente en los huesos, porque reconozco que me gustaría a veces tener todo ese poder que en la práctica, pese a los “golpes de pechos” y “desgarrar de vestiduras”, nadie más controla en este país.
No importan los eufemismos; no son relevantes las excusas. No existe justificación ni explicación alguna que minimice su alcance: Ese poder esta allí, y lo tiene el presidente.
La envidia te hace imaginar lo que se sentiría poseerlo, tocarlo y usarlo como lo usan:
Tener toda esa gente jala testículos a mí alrededor, buscando complacerme como sea con tal de mantenerse en ese círculo de poder del cual pueden ellos también sacar provecho personal; tener toda esa vorágine de zalamería cumpliendo mis deseos y caprichos, en público o en privado, aunque yo no los diga y me hiciera el abnegado y hasta aborreciera el culto a la personalidad. Qué bueno debe ser de hecho, poder estar hablando horas y horas y solo recibir aplauso y vítores; qué intenso debe ser salir en mi propio avión a visitar a otros países y a otros gobernantes, sin tener que pedir permiso a nadie en el gobierno y ver como todos ellos hacen espacio en sus agendas para atenderme. Desde la ONU en Nueva York y hasta Moscú, todos me escucharían y aplaudirían. No tendría que pagar nada, porque todo me lo darían. No habría deseo o necesidad que no se abalanzaran sobre mí a complacerme de inmediato, en cualquier sentido.
Me gustaría abrir la boca, y ver como lo que digo, se hace, sin importar si tengo razón o no. Si pido un juicio, se lo hacen al que sea; si señalo a quien considere un traidor, rápidamente es execrado. Ver como regaño a alguien y este se queda callado y me hace caso. Contemplar como pido la renuncia de alguien y este se somete de inmediato a mi resolución, o como insulto a alguien y luego éste me llega con sonrisas, como si nada hubiera ocurrido. ¡Ni hablar de cuando la gente pasa horas reuniéndose y esperándome para escuchar mis discursos y arengas!
Eso es poder; poder intenso, puro, poder para hacer casi todo como a mí me dé la gana, con solo excusarme diciendo que es por el bien de la patria o de los pobres. Desde los más viejos hasta los más jóvenes me admirarían; sería el sueño prohibido de muchas, y mis palabras retumbarían en los oídos de todos, aunque fueran mis enemigos. Civiles y militares se pelearían para codearse conmigo en la búsqueda de mi bendición, y hasta seria el cabeza de familia en mi apellido, más allá de mis propios padres o abuelos, sin importar sus legados.
Que increíble debe ser que hagan un partido político solo para seguirme a mí, a mis ideas y a mis propuestas, (aunque no lo admitan), pues yo mismo les he dicho, -y así lo han aceptado, por sumisión autentica o conveniencia de ellos-, que yo soy el proceso y la inspiración del mismo, y que sin mí no habría revolución. Vería como los recursos políticos del estado estarían al servicio de mi visión de país, sin mayor control de terceros poderes constitucionales. Yo sería el poder indiscutible, con la justicia, la contraloría, la defensoría y la fiscalía, todos a mi orden de mando pues hasta me llamarían “mi comandante presidente”, mientras visten todos el mismo color que yo decretase como patriótico.
Aquellos que se me opondrían, -haciéndome ellos el juego sin saberlo-, serian de especial atención para mí; tendría a cientos de políticos oposicionistas furibundos y perdidos en las estupideces de sus legados cuartorepublicanos, centrados nada más que en tratar de descalificar cuanta cosa yo hago o digo, por buena que pudiera incluso ser, sin recordar cada uno de ellos que sembraron en su oportunidad vientos, y ahora han cosechado tempestades.
Ese “temporal” ahora lo controlo y le pongo nombre yo.
Por eso es que con afirmar cínicamente que todo cuanto digan es mentira, o poner a cualquiera de mis seguidores y socios a renegar tales afirmaciones, sería más que suficiente para hacerlos tragar lo que ellos con tanto odio y desatino escupen. Para eso tendría a mis pies cientos de medios de comunicación. Cualquier intento de confrontación por parte de quienes me adversan, quedaría inutilizado con todos los recursos estratégicos, jurídicos y mediáticos a mi disposición, tanto en el país como en Cuba, Nicaragua y Bolivia, por citar algunos nada más.
Extranjeros sirviéndome tendría “como arroz” a mi alrededor; todos ellos lisonjeándome y admirándome.
Me encantaría ver como mi cosmovisión del todo, seria asimilada por la mayoría de esa población que hasta mi llegada lucia descarriada y sin venezolanidad; pobres y desafortunados todos ellos que yo tendría como reto levantar de sus desesperanzas; mi manera de atender los grandes problemas que tienen, sería lo que menos les importaría; la cantidad de petrodólares a mi disposición, sin ningún tipo de fiscalización o cuentas que rendir como les decía, me permitiría ir adaptándome y refinando con el tiempo las cosas a hacer, así como la forma de publicitarlas de acuerdo a mi único y exclusivo criterio. Sería la figura paterna que sin saberlo, necesitan; para los menos, sería el compañero de parranda; el amigo poderoso que todos desean secretamente tener; todos ellos estarán aguardando, como las señoras en cada esquina de mi subdesarrollado país, a que yo llegue y comparta un café. ¡Todos tienen derecho a compartir con su líder y comandante presidente, después de todo!
¿Digo un mal chiste?; ¡igual se reirán y celebraran!
¿Canto mal una canción?; que importa; ¡me la van a festejar igual!
¿Gobierno mal?; ¡pero quien carajo se va a atrever a decírmelo!, y en todo caso, si lo hacen, “es porque son apátridas pitiyanquis de la cuarta que no volverán” ; AL FIN Y AL CABO, YO DIGO QUE GOBIERNO BIEN, Y ESO BASTA.
El tiempo de permanencia en semejante situación idílica, se extendería hasta que mi voluntad o la duración natural de mi vida decida otra cosa; tanta es la sumisión a mis designios, que un “No” en un referendo no es razón suficiente para no intentarlo de nuevo y ganar. Así es mi situación; así es mi poder.
Yo sería la inspiración; yo sería el héroe; yo sería el antes y el después en la historia de la Venezuela contemporánea. Mi legado lo exaltarían a la altura de Simón Bolívar, y ni aún los imperios se meterían con mi control y acciones; sería el “Fidel Castro” con petrodólares, listo a salvar a todos.
Mi gobierno no sería desbaratado ni siquiera después de mi partida, pues como ahora, casi seguramente nadie me culpará de las fallas y errores, pues para que eso ocurriera (que me señalaran como culpable de algo), se necesitaría de muchos hombres y mujeres hechos lideres de sí mismos, que “coordinadamente”, lo hicieran mejor que yo, en menos tiempo y con menos recursos, y eso ¡es casi imposible en Venezuela!
¡Tengo el poder; por eso soy quien salvó la patria!”
Mis únicos miedos serian que alguien tratara de sacarme del poder como yo lo intenté en 1992, o que algunos menos poderosos que yo, sintieran la misma envidia, y sin decirlo, estuvieran conspirando contra mí.
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Bueno, este es mi pecado compatriotas; esa es mi envidia…
…¡No me digan que eso no es poder!
No me detengo en esta oportunidad a decirles si es poder bueno o malo, porque es el acto de la envidia en sí lo que me mueve a escribir. Me centro es en las alturas que se logran alcanzar cuando se está en esa esfera de eventos humanos; los que dominan ese poder, son distintos, y aunque lo niegan, se hacen miembros de un selecto club de seres con la capacidad para decidir destinos y vidas, porque así lo dejamos ser siempre.
(Debo establecer, -por las diferencias que los hacen únicos-, un abismo existencial entre todos los personajes que han tenido poder en este planeta, y dos figuras que aunque lo tuvieron, no siguieron ese mismo camino, pues centraron sus vidas en dejar paso libre luego de sus respectivas hazañas: Jesús de Nazaret y Simón Bolívar)
Nadie más. Nunca más.
En todo caso, como pecado al fin que es esto ante el Dios único que sigo, yo confieso ante El y ante ustedes estas cosas para no dejarme arrastrar por aspectos de la humanidad más propias de un infierno de falsedad y negligencia que otra cosa.
Quiero seguir luchando con humildad, con mi honor y mis ideales incólumes, en lo que la vida me dure. Quiero seguir luchando contra esa tentación tan intensa que se llama poder. Hugo Chávez lo tiene, independientemente de cómo lo use, y yo lo he envidiado.
(Hace tiempo reflexionábamos por cierto, algo sobre esto de poseer tanto poder: ¡Debe ser la muerte estar sin todo ese poder luego de 14 años de gobierno!)
¿Cómo no comprender al ciudadano presidente al buscar con tanta vehemencia su reelección en el 2012 y más allá?
¿Cuántos como yo habrán sentido tal envidia por ese poder?
…Quizás por estas cosas envidiadas inútilmente, sea por lo que vivimos esta "penitencia" colectiva. Reflexionemos acerca de lo idóneo o no de concentrar tanto poder.
Terminemos todos de admitir entonces, nuestros pecados.
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