(Cuando ser propietario y habitante del hogar, no basta para estar seguro).
“La señora Marta Campos, de 67 años de edad, por poco se queda sin casa este fin de semana cuando unos 20 invasores entraron a su hogar, ubicado en La Pastora, Caracas, mientras ella hacía unas diligencias.”
“Campos relató que salió temprano en la mañana y una vecina la llamó para decirle que la habían invadido. Cuando regresó, dijo, no pudo entrar porque los invasores le cambiaron las cerraduras.”
Son sólo fragmentos de una noticia recientemente publicada; asunto sorprendente en una nación donde sus líderes se dan golpes de pecho frente a la supuestamente sagrada constitucionalidad de nuestros procederes.
Independientemente de que posteriormente corrió el rumor de que esta señora tenia a varias casas en alquiler, o que incluso era, como gustan llamar ahora, un “ensayo mediático” de los oposicionistas, lo cierto, -porque conozco por lo menos tres casos que me han relatado familiares de algunas victimas-, es que:
En Venezuela si se están dando casos donde viviendas (casas o apartamentos) dejadas solas por un día, o por unas semanas, así como las que están por ser entregadas, han sido invadidas.
No voy a entrar en detalles sobre si esto se debe a la degradación moral y social de muchos pobladores de la nación, o si el discurso político prevaleciente ha sido la inspiración exaltadora de los violentos instintos territoriales del animal humano, pero en todo caso, innegable es que estos episodios, a parte de la angustia que causa en sus victimas, (incluyendo a los vecinos del sector que quedan expuestos a la violencia verbal y física generalmente asociadas a estos procesos ilegales y sin ética, y que no son protegidos ni atendidos por las autoridades), construyen un poderoso y nefasto precedente, que hará mas cuesta arriba, la gobernabilidad constitucional del país.
No es grato ver en Venezuela, el desbalance que la justicia exhibe cuando la fiscalía general de la republica mueve sus brazos para proteger y buscar cualquier violación de los derechos humanos de quienes invaden, mientras se hacen de oídos sordos a la hora de proteger los derechos fundamentales de los que habitando en el sector, son victimas de la violencia ya mencionada, y en el caso de ser expulsados de sus viviendas, tienen ellos que demostrar, en medio de la asfixiante y lenta burocracia, que ellos son los dueños y habitantes legítimos de dicho hogar, mientras sus hijos tiene que dormir afuera, y sus padres no hallan como explicarle lo que no tiene justificación. Hipocresía típica del tercermundismo.
Déjenme entender: ¿El hijo del que invade no puede ser tocado “ni con el pétalo de una flor” para sacarlo de lo que sus padres invadieron, pero los hijos del invadido no tienen derecho a dormir esa misma noche en su propio hogar?
Explíqueme la lógica de esto, Excelentísimo Sr. Presidente.
¿Quien le está ocultando el punto aberrante en este asunto?
Cuando las autoridades se inhiben para desalojar a invasores de lo que era hasta ese momento una legal y habitada casa de familia, estamos a las puertas de autorizar cualquier otra arbitrariedad en nombre del supuesto derecho soberano del pueblo, a hacer cualquier cosa. ¿Que diferencia hay entre hacer esa invasión y despojar de su mercancía a un supermercado o a un abasto en un barrio, simplemente porque el pueblo tiene hambre? ¿No era el papel del gobierno prever y corregir los factores que originarían esta clase de aberraciones, para que de hecho, nunca hubieran existido tales injusticias afectando a ciudadanos del país?
No podemos permitir que más familias sigan fundando sus hogares sobre un pecado ante Dios: El robo de un terreno.
Cualquier otra definición, es un eufemismo a lo que es la invasión de algo: Un robo. Los españoles lo hacían hace quinientos años, y nosotros lo repetimos en pleno siglo 21.
No hay moral familiar posible de levantarse sobre el hurto de terrenos y de servicios públicos, mientras beben licor frente a los hijos, hacen del verbo grosero y violento el día a día, y no son capaces de reconocer causa injusta y errada en ello.
La génesis de un nuevo cinturón de miseria se labra en el corazón de millones de niños y niñas con cada sol que amanece frente a ellos. Un ocaso más y más oscuro para una republica anhelada, se hace sentir en cada anochecer que termina refugiando también a más y más delincuentes.
Lo hemos comentado ya: La ley y la constitución, no pueden estar a los pies del soberano; ha de estar por encima de ellos, para que pasado el trago amargo de aceptar los errores arrastrados desde el pasado hasta hoy, podamos todos juntos seguir construyendo la nación republicana que anhelamos.
Esta clase de tema es una de esos que se vuelven las banderas preferidas de los políticos civiles o militares, manipuladores todos, que no dudan en sacar provecho electoral al aupar procederes no éticos y si inmoral en todo aquel sector del colectivo venezolano disminuido en su identidad.
Tengamos cuidado pues, en quienes pretenden sacar dividendos electorales con un problema que no tiene solución a corto plazo.
Niños como los mostrados en la foto, tienen los mismos derechos de cualquier otro hijo a cubrir sus necesidades, pero acaso, ¿Tienen derechos sus padres a decidir lo contrario y actuar al margen de la ley, incluso sobre el derecho de los demás niños?
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