Cuando reflexionábamos hace meses sobre la situación eléctrica del país debido a la sequia y los desatinos a nivel de estado y gobierno en esta materia, terminaba comentándoles como la llegada de las lluvias nos permitiría seguir con la fiesta en la que vivimos. Mucho me habría gustado estar equivocado.
Esa es la razón por la que titulo de esta manera: No lo hago por la sequía y las lluvias en sí, que dependen de fenómenos climáticos propios de la tierra, pero si por la electricidad (la falta de esta), y las muertes de aquellos compatriotas que viviendo imprudentemente en sitios inseguros o por circunstancias generalmente solo producto de la negligencia, son arrastrados ahora en esta temporada inusual pero predecible de lluvias, por turbulentas aguas no bien evaluadas y aludes evitables que son en conjunto las consecuencias en la mayoría de las veces, de una falta de gobierno efectivo en más de un sentido: desde la de aquel gobierno municipal y en las sucesivas escalas estadales, pero siempre con el gobierno central que, como un eunuco, solo es capaz de fingir y no de sentir una verdadera necesidad de planificación, estrategia y seriedad, por lo que debido a ello, permite y reconoce desde la construcción e invasión de cualquier hueco o pared de arena donde quepa una casa, hasta la institucionalización del rancho como vivienda estándar.
Sabemos que no basta con que el presidente autorice, de manera reaccionaria, a construir “más arriba” de la cota límite actual, en el caso patético de Caracas, como si por ello, construir ahora en las paredes del hueco en el que estamos, nos acercara más a la superficie donde deberíamos estar.
Simplemente queridos compatriotas, se necesita para arrancar dos cosas: Coherencia y apego a las leyes, pero de eso hablaremos más adelante.
Hace unos meses hablábamos, ante la falta de agua en las centrales hidroeléctricas, y el funcionamiento al límite de casi todo el sistema eléctrico nacional, de cómo lo que faltaba es que Dios nos entregara en aparente obsequio, y a montones, el agua que estábamos pidiendo, con lo cual, irónicamente, solo distrajimos nuestra atención de un problema que no se solucionó (el del sistema eléctrico todo), mientras que sin darnos cuenta, nos sumergíamos, literalmente, en otra de nuestras fallas, típicas de nación tercermundista y subdesarrollada: la incapacidad para prever, planificar y manejar los caudales generados por las lluvias, como la sordera de quienes deben decidir al oír las voces de alerta de quienes conocen del problema; la ineptitud para detener el crecimiento desorganizado de las ciudades; la incapacidad manifiesta para hacer cumplir la ley independientemente del interés político del momento; la construcción de un aparato industrial nacional y organizado que saque de las ciudades a gran cantidad de gente; la dependencia de la figura presidencial, cuyas palabras solo interesan quizás a la mitad de la población electoralmente activa, para que de paso, el aparato burocrático nacional, se mueva pesadamente sin gracia ni eficiencia.
No es mi deseo ser áspero con estos comentarios, pero amigos míos, mi aspereza no es nada, comparada con las filosas piedras que están desgarrando nuestra carne mientras bajamos alocadamente y sin control, por este furioso torrente en el que se ha convertido nuestra negligencia nacional.
Ahora nos ahogamos; luego en unos meses quizás moriremos de sed y estaremos a oscuras sin electricidad, mientras que de los contenedores de PDVAL ya nadie se acuerda ni conoció a los culpables, y así la celebración por la ilusión que no termina, continúa.
Venezuela no sabe aún lo que es una revolución. Sin embargo, importante es que estamos aprendiendo sobre lo que no es una revolución: Vivir de palabras épicas y vacías; de promesas y miserias que se visten de marca y se rodean de lujos superfluos y clasistas, capaces todos estos al mismo tiempo de apisonar y deformar los buenos logros que se consiguieran concretar, dejando que se pierdan en un aburrida y eterna descontextualización.
La miseria no se maquilla, ni se pinta, ni se redistribuye mejor con mas kilómetros o metros de altura para construir en el mismo desorden de siempre, ni se educa, ni se le beca, ni se le da permiso para hacer infinitas colas frente a un proveedor de comida o salud, ni se le ofrece regalar una casa cuando por desidia gubernamental perdió la que tenia; tampoco se premia al que en su ignorancia y falta de valores, preña y deja hijos por doquier y luego invade exigiendo techo regalado: La miseria se elimina erradicando su foco de aparición: la falta de venezolanidad y la falta de una aplicación real y constitucional de la justicia a través de sus leyes, sin atajos ni lideres o conveniencias de por medio.
La verdadera revolución será esa. Cuando Dios, justicia y pueblo, sea el orden, la secuencia para hacer las cosas. Es decir, cuando el poder de los unos, siguiendo el ideal republicano, hagan el poder del colectivo sometido nada más a Dios y a la constitución de la nación.
¿Exagero?; bueno, hagan algo para que yo con gusto, ¡les declare que me equivoqué!
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