He estado meditando y observado, como seguramente todos ustedes, el desenvolvimiento de los eventos a raíz de lo que ya parece lejano en el tiempo, cuando Colombia nos acusó de darle resguardo a líderes guerrilleros, como si estas denuncias estuvieran sincronizadas con los eventos venezolanos, queriéndonos distraer de nuestra inflación, de nuestra descomposición de alimentos y la delincuencia fruto de nuestra propia actitud nacional.
Sólo fugazmente pareciera venir estas preguntas a la mente:
¿Estarían los colombianos dispuestos a una incursión militar en territorio venezolano?
¿Qué ganarían con ello, y que de su propia miseria como nación estarían tratando de ignorar al mirar hacia afuera?
Esas son buenas preguntas. No se las respuestas. Sin embargo, no puedo dejar pasar estos temas sólo por ignorar lo que respondería a estas interrogantes.
Sabemos que ya ha ocurrido en el pasado; no queramos minimizarlo: La acción de ellos sobre nuestras aguas territoriales con la corbeta Caldas; los sangrientos ataques por fuerzas insurgentes colombianas sobre nuestros puestos fronterizos; todos engendrados por delincuentes colombianos o por gobiernos colombianos en distintos tiempos. Son hechos irrefutables, y por los cuales, Colombia nunca ha pedido disculpas.
Y bueno, en términos bélicos, las capacidades militares del estado colombiano están fuera de toda duda: Décadas de conflicto interno social y militar, han dejado unas fuerzas armadas curtidas en la batalla, con un seguramente alto desempeño en selva y en apoyo aéreo. Si a ello le anexamos la ayuda logística, de entrenamiento y de recursos económicos aportados por los EUA con el Plan Colombia, buscando erradicar el impresionante negocio de la droga en ese mismo país (¿Recuerdan que tocamos el tema hace tiempo?), nos encontramos con gente que sobre el papel y sobre el terreno, son una fuerza respetable a confrontar.
En ningún momento esto supone ser pesimistas ni mucho menos fatalistas, suponiendo ante una hipotética confrontación, el sufrimiento de una derrota; tampoco buscamos “satanizar” a una nación toda, con sus virtudes y defectos: Teniendo la experiencia de Ecuador por la intrusión de los colombianos en ese territorio, el antecedente nos pone en posición de interceptar las acciones neogranadinas en teoría, y repeler cualquier acto hostil mediante el uso de nuestra fuerza armada, cuyo espíritu está muy lejos y alto de las criticas y ataques del que son blanco a menudo en nuestro propio país, y eso aunque sus recursos técnicos y logísticos varíen y hasta declinen con los distintos tiempos realmente.
No me importa si ante un hipotético escenario de injerencia bélica, la fuerza de acción militar viniera de Colombia, de EUA, de Cuba, o de la Luna misma. Todas ellas merecen una contundente reacción que la contrarreste, apegados esto no a un gobierno, sino a un estado que constituye nuestro hogar nacional y ello, muy a pesar de las circunstancias que han llevado a muchos a rechazar al actual mandatario que en todo caso, es constitucionalmente, pasajero.
Quizás y como de costumbre, nada de esto haga falta: Los vientos de guerra, más propios del imaginario político en ejercicio del poder que de la vida real, no pasen probablemente de eso, y ambas naciones continúen con sus cotidianidades: La de Colombia, curarse de ese cáncer social llamado guerra interna, cuyo origen ya sabemos, esta en el alma misma de los colombianos y su actitud.
La de Venezuela, despertar.
Sigo sin ver otra cosa en nuestro territorio que no sea una sola nación, pero dispersa en su identidad, esperando –pareciera-, “que la sangre llegue al río” para entonces detenerse a corregir entuertos; esos mismos que como cuero seco, el gobierno trata tercamente, con una mentalidad impresionantemente limitada, de pisar y controlar, sin darse cuenta que la otra punta se levanta tan sólo al quitar el pie.
Hace un par de días leía algo que me atrajo poderosamente a la reflexión; le pido permiso al Sr. Gabino, quien escribió en el semanario “Las Verdades de Miguel”, la semana pasada, un análisis sobre algunas realidades de la Venezuela actual, más allá de Caracas. En ella mencionaba como en nuestras inexplicablemente abandonadas y aparentemente rurales carreteras, -todas ellas-, era común la escena del saqueo, -sin la mala intención que el mismo concepto destila en la ciudad, quizás- de cuanto vehículo sufriera una colisión o un volcamiento en la misma vía. La imagen casi siempre es la misma: No termina de detenerse al chocar o volcar, cuando de todas partes, incluso de los mismos que transitaban detrás de dicha victima, se detienen a agarrar la carga que pudiera transportar, viendo así gente humilde, y oportunista, llevando sobre sus hombros sacos o paquetes de azúcar, o de maíz, o de pasta, o de refrescos, o de lo que fuera, aunque no lo necesitaran.
Hace tiempo que no recordaba esa escena del pueblo en una carretera. Ello dice mucho de nuestra identidad, de lo que podamos definir como honradez, y de lo que la “viveza” implica en nuestras vidas como venezolanos. Somos gente buena pero ingenua, que hace travesuras como muchacho…
…y como tal, nos irrita que nos agarren por el brazo y nos digan nuestras verdades, prefiriendo fruncir el seño, hacer pucheros con la boca y arrancar pateando el suelo. Así somos.
No nos cansamos infantilmente de dar vueltas en esta “rueda de caballitos”, que nos mantiene atados a un trágico eje de rotación inútil, renuentes casi todos a destruirlo para con sus restos, construir quizás un “trencito” que aunque infantil aun, por lo menos nos permita marchar realmente hacia un horizonte palpable, impregnado de venezolanidad. En cierta forma, llegaremos aún como muchachos, pero nuestros primeros asomos de conciencia real nos prepararán y nos harán decididos a soportar los sacrificios a realizar.
No se si se han dado cuenta, pero hace mucho que ya casi ni se dice que “Venezuela es un país joven”. Esa niñez se ha perdido; tanto como la jovencita de 13 embarazada por caprichos de la ignorancia social que nos arropa. No crean ni por un momento que la deformación social se haya detenido en Venezuela, o que por lo menos esta aminorando su velocidad. La realidad es contundente en este sentido, y pintados de oposicionistas o chavistas socialistas, esta bola de excremento en la que nos metemos y gozamos, sigue bajando hacia lo mas profundo posible.
Recuerden esto por favor queridos compatriotas; a los jóvenes que pudieran leer alguna vez estas reflexiones les pido, como a queridos hijos, que:
“Mucho por andar todavía tenemos como nación, pero lo importante –y no lo duden-, es lo que hemos andado hasta hoy; ello es lo que nos preparó para el momento justo que vivimos y del que depende todo para despegar verdaderamente como venezolanos y ser grandes”.
No dejen que temas propiciados por intereses externos a los de nuestra patria (por ser nuestro hogar), les distraiga mas de lo necesario de la grandeza por realizar más allá de las políticas que se aplicaron y las distintas en apariencia que hoy se aplican; la sindéresis, la congruencia en nuestro actuar, aun aguarda por valientes que no pretendan mas que la humildad de ser uno más, y de personas que como tu, sienten la chispa de algo mas grande que tu, pero no ajena a lo que eres.
Lo grande está por hacerse; debo insistir: Todo lo ejecutado hasta el sol de hoy, queda como letras incorruptibles que escriben palabras en la historia de la cual aprender; no existen historias manipuladas ni amañadas; la verdadera historia lo es porque siempre ella sobrevive a quienes intentan distorsionarla y rescribirla, mostrando a las generaciones por venir la verdad de lo vivido, y el camino a evitar.
Una incursión militar extranjera seria triste; no necesitamos eso para darnos cuenta de lo que tenemos y debemos hacer, ¿O si?
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