Tres expresiones claves que desnudan la realidad de un camino seguido administrativa y políticamente: “cometió un error”, “tuvimos que importar”, y “los productos se dañaron”.
Tres expresiones que van mas allá de unos contenedores y los hechos ya consumados.
Siempre hemos considerado bueno desmontar, mediante el análisis simple pero contundente que está al alcance de todos nosotros, cuando dejamos a un lado cualquier apasionamiento político o de liderazgos, estas cosas (como las declaraciones de un funcionario publico), que deben ser reducidas a sus implicaciones fundamentales, a su origen básico.
Volvamos entonces a las expresiones claves. (Recuerden que se trata de analizar, no de enjuiciar: Esto último siempre habrá de hacerlo el poder judicial, en conjunto con la fiscalía Gral. de la republica y la defensoría del pueblo, cuando llegue el día en que cabalmente cumplan sus funciones):
1.- “cometió un error”: Vemos que no existe la admisión de culpas. Primero se ha enfocado la responsabilidad fuera del presidente de la republica, pese a que de él viene la orden indiscutible dada durante uno de esos tantos domingos de cadenas de medios de comunicación. No se reconoce que la estructura tiene fallas graves y catastróficas; no se insinúa que no funcionaron los mecanismos de control porque estos están a su vez sometidos a las decisiones presidenciales directas.
Se circunscribe básicamente al presidente de PDVAL, todo el peso del asunto, como si un solo hombre fuera el planificador, ejecutor y beneficiario de tal crimen; al mismo tiempo, se sataniza a la oposición, débil y paupérrima de por si, como la causante de esta perdida. Una vez más, observamos el dedo señalador, incapaz de señalarse a si mismo.
2.- “tuvimos que importar”: Se habla de las transacciones realizadas en el exterior para traer alimentos, pero no se menciona la cadena de eventos que condujeron a esta dependencia permanente del extranjero, forjada durante años de políticas presidenciales, -no nacionales-, que complementaron trágicamente la ya disminuida capacidad de autosuficiencia, herida desde los tiempos de la cuarta republica, y que sólo ha estimulado los jugosos negocios que tal dependencia origina para los gestores y burócratas.
La soberanía agroalimentaria continúa sólo como una expresión vacía, sin asidero en la estructura productiva nacional, mientras no se logra divisar en el horizonte, una solución clara, como las que tantas veces se han discutido y planificado en las universidades del país, sin que sean escuchadas en serio.
3.- “los productos se dañaron”: Con simpleza extrema se menciona la pérdida de estas adquisiciones; como si de una variable más en las aceptables estadísticas “negras” de la nación se tratara, en el proceso de administrar al país.
Lo cierto es que este evento, que en realidad oculta por su magnitud a otros en la escala de escándalos en la misma estructura socialista del gobierno, muestra las consecuencias del hacer permanente, algo que debía ser temporal* y que soportaría sobre si el establecimiento a cortos plazos, de mercados equilibrados por producción autóctona, justa importación, fiscalización eficiente y fácil proceder hacia las exportaciones de excedentes.
En cambio, las cadenas de distribución (*) de alimentos económicos, aupados y administrados por el mismo gobierno, al igual que las redes de atención inicial de salud (*), se han levantado, junto con las estructuras actuales de las juntas comunales, no en puentes de corrección de errores, sino en vías erróneas permanentes, donde la creación paulatina de un estado paralelo pero acéfalo constitucionalmente se va haciendo realidad.
Todo, absolutamente todo, sigue girando sobre la misma carestía: una débil venezolanidad practicada, que deja huecos que el subconsciente colectivo quiere llenar con héroes sintéticos, doctrinas llamativas y liderazgos cautivantes.
Nos continuamos acostumbrando a la vida alegre y superficial que se resuelve entre el abasto, la farmacia, la licorería y el sitio donde trabajamos o estudian los hijos; el tiempo de la vida se nos va en el cotidiano superar de las trabas que décadas de errores y falta de planificación en todo sentido han generado; nos decimos permanentemente que somos una nación de gente cordial y amistosa, capaz siempre de hacer una fiesta, comprar unas cajas de cervezas y olvidar las malas pasadas que al final se vuelven tan rutinarias como insolubles; mientras, en medio de esto, oposicionismo y oficialismo trabajan la confrontación diaria con la misma “alegría y superficialidad” de siempre: las altas autoridades se felicitan entre si cuando cualquier palabra premeditada o fruto de la genialidad del momento expresada frente a los medios sirve para que los autonombrados voceros de oposición se rasguen las vestiduras por defender lo indefendible: esa inocencia que un pueblo, por violación repetida, perdió. Mientras, un gobierno obnubilado con una visión tan particular como la de un solo hombre, lucha por reestructurar todo un estado, más a fuerza de dinero gastado en arrebatos e improvisación, que en conciencias levantadas con la verdad relatada con la paciencia del sabio y la humildad del que sabe de sus errores.
Los errores extraídos del diario declarar en los medios por parte de los políticos en ejercicio de funciones, cómplices todos ellos de la misma aventura, o el de los “representantes” del oposicionismo con sus inconsistencias siempre revoloteando lejos de la verdadera venezolanidad y constitucionalidad, nos deben servir de profundo punto de partida desde el cual, una vez más, aproximarnos con seguridad, a esa venezolanidad que en un sentido político, en un sentido económico, y en un sentido social, nos de por fin personalidad propia, lo que sin duda constituye el principio de la verdadera Venezuela; aquella que desde nuestra independencia se soñó, pero que solo ahora, logramos divisar en el horizonte como realidad alcanzable para los que vivimos en esta tierra, como protagonistas dispuestos a sacrificar algo de nosotros mismos por nuestros hijos, y por los que vienen.
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