“El político se vuelve estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”
Wiston Churchill.
Pasamos por las manos de los líderes heroicos del pasado; cruzamos el desierto del líder mesiánico al que se le seguía u odiaba porque estaba contra todo lo demás dentro del mismo país; ahora estamos en un laberinto, cargando sobre nosotros el peso de los lideres muertos, al mismo tiempo que llevamos el peso de los que se han pretendido como lideres, todos malformados y discapacitados, mientras que parecemos ansiosos por seguir siendo guiados por esa antinatural mezcla entre personajes “muertos y vivos”, que sólo dejan como resultado “políticos zombis come-dinero”. (Entiendo que por eso hoy en día en Venezuela muchas personas aún acuñan bajo esa denominación de “líder” a apellidos como Guaidó, Leopoldo, Radonsky, Allup, Maduro o Chávez, y a quienes en consecuencia, siguen y defienden en cada bando que corresponda).
Obviamente a ellos no van dirigidas estas palabras; lo están hacia aquellas personas que han denotado en el paisaje político venezolano un suelo estéril en cuanto a liderazgo se refiere, y buscan explicaciones y también soluciones a esto.
¿Somos débiles por no tener líder?
“No”, no somos débiles, pero si en definitiva, vulnerables; terriblemente vulnerables, hasta el punto de estar amenazados de no sobrevivir, porque lo que va quedando por Venezuela no es una tierra de ciudadanos, ni un país que se comporte más que como una colonia al servicio de terceros intereses.
Todos los “liderazgos” de los que hemos sido testigos en los últimos 30 años, han sido el epitome de lo que se podía construir malamente con lo que quedaba por país disfuncional, y como consecuencia directa de habernos acostumbramos previamente a dar por sentado que un “líder” era el personero del partido de turno que estaba a su cabeza o que había sido nombrado como candidato, y luego, cuando ya creíamos que nada peor podía pasar, en 1998 optamos por el que mas parecido hablaba a nosotros en nuestras arrogancias de pasillo y mesas de reunión, con el resultado en el que ahora estamos sumergidos hasta el cuello (y no precisamente en bendiciones).
Hay que entender que si hablamos de “ideal” en esto de liderazgos, entonces cada uno de nosotros debería liderar mediante su participación activa como ciudadano que ejerce lo político: Empapándose de lo que acontece, (cruzar siempre información para evitar manipulación y luego divulgar las criticas a que se diera lugar), para así poder estructurar opiniones a través de los canales colectivos (redes sociales digitales, presencia física en concentraciones y comunicaciones dirigidas a los representantes políticos designados para cumplir el mandato de las leyes que hayamos aprobado), con el fin de que se ponga en practica aquello que por consenso se haya estructurado como mecanismo transparente de Gobierno y Nación.
Sin embargo, cuando nos bajamos del podio de lo ideal, una “escalera” de opciones se despliegan ante nosotros: desde el peldaño más bajo ellos, (donde han estado todos nuestros “políticos” con los resultados que vivimos hoy), hasta el peldaño inmediato a lo ideal, desde donde poder exigir no sólo un currículo ético y profesional acorde a la responsabilidad exigida a los ADMINISTRADORES que requerimos, sino también con los acuerdos de compromiso a cumplir en mano, para hacer el seguimiento requerido mediante auditoria y así en caso necesario separar del cargo y enjuiciar oportunamente a quien se desviara de su función.
No haber tenido lideres “sanos” sólo nos ha puesto en el incómodo pero necesario escenario de asimilar lo que no puede seguir teniendo un “líder” o “dirigente” para poder funcionar, puesto que en todo caso SOLO ESTÁ LLAMADO A ADMINISTRAR LO QUE YA ESTA DESCRITO EN LA LEY.
Recalco esto porque nuestra mayor desgracia ha sido el creer que el político se nombra exclusivamente para que nos diga cómo hacer las cosas, como si la Constitución y las leyes no estuvieran ya sobradamente claras y detalladas.
Creer que necesitamos guía para vivir como nación es sin pretenderlo, reconocer que no entendemos en lo absoluto de lo que es ser ciudadano, y de qué en consecuencia, se trata eso de vivir organizados bajo un concepto de sociedad nacional.
Entonces, ¿nuestra fortaleza se “cuece” lentamente dentro de esa verdad?
“Si”, definitivamente se está cociendo con una lentitud desesperante, y admitamos que se debe en parte a que la “leña” del necesario “fogón” para cocer ese caldo de “dignidad colectiva” ha emigrado, y la restante leña que aún queda, decidió “mojarse” en sus asuntos cotidianos relacionados al tema de ver cómo sobreviven, por miedo a terminar hecha cenizas sin aparentemente lograr nada, como la leña que le precedió.
Digamos entonces que esa fortaleza finalmente cocida hasta su correcto punto consistirá en:
1: Entender que nadie hará la tarea por nosotros, el pueblo;
2: Que necesitamos y podemos asignar la función temporal de líder a mucha gente, con la única condición de que no sean ellos los que decidan por nosotros nada, ni sean capaces de escapar impunemente con la cabuya en la pata, diciendo luego “yo no fui”;
3: Que el liderazgo “vitalicio” se hace innecesario una vez se nombran por elecciones a los funcionarios que administrarán el poder de las leyes y permanecerán bajo observación por parte de ellas, hasta que sea necesario la irrupción de nuevos liderazgos;
4: Que la única fortaleza que cuenta, es la de estar convencidos como mayoría, de que el proyecto que defendemos para vivir juntos puede funcionar, si y solo si estamos dispuestos a ejercer la justicia para la supremacía de la libertad individual ciudadana.
Mientras ello ocurre, pasará que seguiremos en manos de estos rufianes disfrazados de las más variopintas tendencias políticas en boga, hasta que I: Ellos mismos cedan el poder y se lo “transfieran” al otro bando cómplice, o II: Nos levantemos estimulados por 1: la verdad ya inocultable que nos ha llevado a unificarnos y sentir orgullo y emoción por ello, o 2: por la ocurrencia de un terrible acontecimiento que fracture de muerte el stablishment presente.
Como siempre, depende de la decisión colectiva que tomemos, pues el cambio verdadero está en nuestras manos, por la vía pacifica del levantamiento total(*), o de la violencia generalizada(*).
(*) ¡Cuidado!: Si bien Ghandi logró la inflexión del subcontinente indio por la vía del “mínimo” derramamiento de sangre posible para el contexto cultural e histórico de las naciones que se formarían luego, a personajes como el alemán Adolf Hitler en Europa, no se les saca jamás más que con el uso de la violencia total.
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