Es
duro lo que está pasando. Es más duro tener que reconocer que sabíamos que
íbamos camino de tropezar con esta piedra por la terquedad de no querer dejar
de ser una sociedad complaciente consigo misma.
Nos
hemos alabado hasta el cansancio, y jamás nos hemos dado permiso para reconocer
como sociedad toda, las fallas que veníamos arrastrando como alma penitente que
cruza un desierto en una noche eterna sin luna ni estrellas con las cuales
orientarse.
No
hubo manera de que el conglomerado humano que habita en este país, fuera capaz
de detenerse a cuestionar lo malo con el atisbo de algún tipo de esfuerzo para
obrar por el consenso; como hombre o mujer acomplejado y sin asertividad frente
a su pareja, hasta hace poco hemos preferido como colectivo humano sufrir las
consecuencias de un mal matrimonio, (con
apenas unas dadivas como recompensa ante la continua humillación), que
arriesgarnos a separarnos y construir una nueva y distinta relación.
La
importante porción de la población venezolana que a lo largo de las últimas décadas
se levantó de su niñez huérfana de atención social por parte de un Estado
raquítico y cada vez más burocrático y que tomó forma de clientelismo
compulsivo, ahora se ve a sí misma navegando entre la ilusión de un amor
perdido (Chávez) y un concubino
déspota (Maduro), sin percibirse al
presente, -pese a su sufrimiento-,
con más opción que aguantar en silencio ante las terribles circunstancias donde
los que se levantan como nuevos pretendientes,
exigen como cruda “prueba de amor” el escupir sobre el recuerdo de algo soñado
y perdido en medio del desengaño de un amor que aunque mal correspondido, se ha
marchado.
Por
esto es que la MUD sigue fallando, y
solo se mantiene al frente de los acontecimientos únicamente por el empuje que
toda una marea de gente decidida a intentar el cambio, le hace desde atrás,
poniendo el sufrimiento y las victimas.
El
país en medio de su zozobra, ha perdido de vista incluso la manera de actuar
ante una polarización extrema como la que vive, por cuanto intuye (mas no declara), la inconveniencia de
seguir a cualquiera de los dos extremos, lo que hace que expresiones aun tan
facinerosas como “estás conmigo o estas
contra mí”, sin importar de qué lado vengan, no tengan cabida en la
vorágine que está consumiendo cualquier apego a los modelos clásicos de la
política venezolana.
Maduro
ha consolidado su poder sobre las ruinas de la oposición venezolana, por haber
sido incapaz esta última de deslastrarse de sus propios intereses que más que
chocar con los del oficialismo, parecieran navegar en cursos paralelos con
mismo destino: El control del poder por el poder mismo.
No
sé a cuánto tiempo estamos del cambio que requerimos como nación, pero si puedo
decirles con total certeza que nos encontramos a 20 o 30 % de “distancia”
(haciendo referencia a ese veinte a
treinta por ciento de voto duro unido al ideal de Chávez que aún las encuestas
indican que le queda a Nicolás Maduro para aprovechar), y con el cual al
presente, son aprovechados mediante la implementación de sus planes de una Asamblea Constituyente Comunal
hecha a su medida, que le garantiza el cierre del circulo de sus propias
ambiciones.
Nos
hemos vuelto sociedad mafiosa de facto, donde las buenas intenciones no son las
que han logrado llegar a escribir la historia venezolana, sino todo aquel
cumulo de aberraciones concebibles a consecuencia del abandono del ejercicio de
la más elemental moral y la ética.
La
consecuencia más cruda ha sido el conflicto social intenso pero acallado por el
sistema impuesto sobre el esqueleto de aquel proyecto chavista deformado por
sus propias incongruencias éticas, a punta ahora de sangre y represión de
cuanto derecho han tratado de enarbolar los valientes que con más admirable
inocencia que otra cosa, han osado levantarse a protestar.
De
a poco, como cruel ironía de la historia humana, los levantados sobre la fe de
los valores, van aprendiendo a levantarse sobre las estrategias y tácticas de
la lucha organizada, deslizándonos sin pretenderlo y sin opción real para
evitarlo, hacia la profundización del conflicto y el derramamiento profundo de
la sangre de toda una sociedad, ratificando con ello aquel viejo axioma de la
humanidad, referido a que no hay parto de nueva vida sin el trauma del dolor y
la muerte de la ya envejecida.
¿La
solución?; pues salvo una sorpresa de última hora, no habrá tal cosa sin la
irrupción de ese nuevo paradigma de justicia social y derecho al progreso
individual, secuestrado durante décadas por quienes han gobernado entre cuartas
y quintas republicas.
Cuando
la miopía de los lideres deje de ser a su vez la limitación “auto impuesta” de
la sociedad que insiste en seguirles, una diáspora de nuevas opciones
realizables con objetividad y sensatez se levantarán entre todos nosotros con
luz propia, a condición exclusiva de que estemos dispuestos a trabajar bajo la
premisa del consenso nacional y -ahí sí-,
verdaderamente democrático, basado en la práctica sin interpretaciones
intermedias, de la palabra que hemos escrito en la constitución, no
como piso para nuestras pretensiones, sino como techo para las ambiciones de
pocos.
El
imperio de la ley resultante, dará forma a los ladrillos con los que podremos
construir por fin, cimientos fuertes para obras de progreso continuos que
siempre estarían armónicamente concertadas con los requerimientos del mañana,
encarnados en nuestros hijos y nietos.
No
tengan miedo a reconocerlo: Estamos en Dictadura y el dictador es Nicolás
Maduro. Se ha levantado sobre los restos del poderoso aparato gubernamental
erigido por Chávez, para crear ahora su propio imperio de banalidad y codicia,
a lomo de los más débiles y manejables.
Reconocer,
es el primer paso para cambiar.
Toda
arrogancia cae, cuando es abrazada por el fuego que arde en el deseo de justicia.
La sed por esa justicia ha sido
irrefrenable motor de cambio en la historia humana. No va a ser distinto ahora.
Vamos a lograrlo, pero debemos aprender primero.
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