Les
decía que nos estamos convirtiendo en una sociedad movida por la progresiva aparición
de mafias –formales o no-, en todos
los órdenes de la actividad venezolana; el por qué de esto radica en la aparición
de etapas históricas donde la lentitud del cambio hacia lo justo en el
entramado social, da tiempo para que los pueblos se habitúen a los métodos alternativos, más rápidos y sugerentes en
comparación con el marco legal prevaleciente, manifiestamente lento y
deficiente, llegando de a poco a hacer desaparecer en el imaginario
colectivo las diferencias entre las “mafias ilegales” y las “institucionales”, haciendo
con ello que el motor del progreso humano se vea lastrado por el conjunto de
los vicios y lacras conductuales que estos atajos generan, “torpedeando” y
haciendo naufragar parcial o totalmente hasta a los más visionarios esfuerzos
de progreso.
Y
esto lo digo porque en el caso de Venezuela, el principal recurso económico,
-el petróleo-, (junto a recursos no tan
emblemáticos, pero igualmente incisivos en la economía nacional como la
explotación del oro, los impuestos y el tráfico nacional y fronterizo de
mercancías) sigue siendo ese “excremento
del Diablo” tan bien definido en los tiempos de Juan Pablo Pérez Alfonso, que
convertido una vez más en dólares, no para aún de brotar de la tierra violada,
encontrando en quienes logran llegar a su entramado administrativo adherido al
Estado, una fuente inagotable donde saciar la avaricia y corrupción que
despierta.
Con
el tiempo, este particular modo de vivir avaricioso en sociedad ha ido diversificándose
como si de una empresa buscando nuevos modos de negocios se tratara, pretendiendo (y logrando en muchos casos), estructurar a la masa humana de la república en ciudadanos burocratizados o “clientelizados”, quienes no hacen resistencia a la idea de hacerse
dependientes de esta conveniente organización social, como si de drogadictos
frente a una anfetamina barata se tratara, comercializada
acorde a los gustos, posibilidades y sueños de cada uno.
Es
esto lo que ha hecho que en el presente, y en medio de esta clientelización de
las comunidades y de los individuos, el principal factor de resistencia a la
percepción de que los gobiernos progresivamente se han cartelizado cual mafias
de películas baratas, sea la
incredulidad misma de las mayorías, exacerbada
en lo intimo de cada individuo, al resentir la idea de aceptar (por
la terrible sensación de
vulnerabilidad que ello implica), que están sumergidos hasta el cuello en
un régimen del que se creían a salvo, y cuyo único contacto posible era a
través de las historias contadas por los más viejos, sobre aquellos episodios
oscuros de la Venezuela del siglo XX, que casi todos consideraban “a prudente y
segura distancia”, enterrado en el pasado, y no entre nosotros, ahora en cada
cola, en cada gas lacrimógeno, en cada medio censurado y en cada descaro del
que somos testigos a manos de quienes gobiernan.
Justamente,
por esta resistencia a admitir lo obvio como individuos y como sociedad, es que
hemos llegado hasta estos estadios evolutivos del régimen dictatorial
venezolano, sin que pudiéramos en apariencia hacer mella ya sobre lo
instaurado.
Empero,
no duden ni por un segundo en que pasado el sufrimiento del consecuente parto
doloroso que ha significado descubrir la realidad a la que nos estamos
sometiendo, lo que tendremos en frente es una oportunidad de oro puro para despejar de nuestros aciertos,
aquellos errores que hemos tenido y que se han pegado como sanguijuelas fatales
a este cuerpo nacional raquítico en el que hemos consentido vivir, para
entonces y solo entonces, allanar
como piso sólido, el presente inmediato donde construir mucho de lo que hemos
aspirado.
Les
digo que si se puede; las medidas a tomar son tan obvias a estas alturas que el
consenso necesario entre todos para materializarlas será relativamente fácil de
concretar entre nosotros, aunque primero habrá que superar la primera y dura
prueba de fuego que supone el lograr bajar la cabeza de todas las pretensiones
personales y partidistas en torno al manejo del poder que existen en Venezuela,
y que susurran a los más rastreros, desde el extranjero.
Es
allí, en ese punto crucial donde forzosamente entra la implementación de un
mecanismo alterno pero constitucional
que permita escapar del círculo vicioso de choque donde estamos instalados, desde
donde podremos partir con la razonable certeza de que las acciones y decisiones
serán efectivamente controladas en simultaneo por TODOS LOS CIUDADANOS en el plazo de tiempo prudentemente corto que consideremos
adecuado para su activación, ejecución y conclusión.
Es
justo en ese punto donde la segunda gran prueba
social aparece frente a todos; inmensa y atemorizante ante el compromiso que
supone, porque obviando al actual antiético e inconstitucional llamamiento a constituyente colegiada hecha por Maduro,
es precisamente ese mecanismo constituyente plasmado en la CRBV, llamado esta
vez con ética a través de un consenso sobre su interpretación, (verificable únicamente mediante referéndum consultivo),
donde podríamos darnos a nosotros mismos, -sin
intervención de ningún tipo más allá del soberano deseo de todo un pueblo a ser
libres y prósperos en justicia-, el acceso a un verdadero “botón de reseteo” nacional, con el cual comenzar de nuevo el camino del
crecimiento, pero esta vez con un mayor nivel de equilibrio, sin sectarismos ni
bandos en estéril confrontación.
La
verdadera constituyente está esperando por nuestra resolución a luchar por
ella, mas allá de las falsas pretensiones que los acostumbrados a vivir con
caretas y engaños, nos ofrecen hoy como miserables opciones hechas a la medida
de sus propios intereses.
Veamos
entonces qué decidimos hacer, hasta donde nos permitimos llegar, y qué tanto
nos dejamos obligar a aceptar lo que sabemos, no deseamos.
Un
futuro distinto espera por nosotros. Pero no es gratis.
En la proxima entrada al blog, evaluaremos esta opcion constitucional.
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