Anteriormente hemos hablado de lo peligroso que resulta levantar a un líder, no por sus logros, sino por las “virtudes” de su campaña publicitaria, que es en lo que se ha convertido casi cualquier campaña política en el país, y en general, en el mundo.
Los mitos no ser acaban con otros mitos; se libera de ellos con la verdad, con los hechos superiores al mismo mito, a la misma leyenda.
Trabajaremos acá ante el supuesto negado de que el presidente no utilizara finalmente su liderazgo para encaminar la nación constitucionalmente durante su periodo de gobierno, lo cual por la tendencia personal evidentísima del primer mandatario, creo que ya no tiene marcha atrás. (Por eso es una necedad excesiva y fastidiosa del oposicionismo al atreverse siquiera a pensar que el ciudadano en ejercicio de ese cargo actualmente, va a dialogar con ellos).
No hay marcha atrás; las revoluciones en su significado histórico, no dialogan, no dan facilidades, no perdonan y no conocen mas aliados que aquellos que se someten incondicionalmente a ella y a quien la controla; Su único Dios es la revolución misma, y a quien ella obedece. Así de simple.
Quisiera abordar el tema que en más de uno inspira la pregunta sobre quién lo podría hacer mejor en la Presidencia de la Republica, dado que constitucionalmente, algún día habrá cambio de tren ejecutivo.
Estamos claros en que cualquier de los colaboradores (entiéndase por esto a los ministros, vicepresidentes y otros altos cargos que dependen directamente de las decisiones presidenciales), no son capaces de levantarse sobre su líder máximo e indiscutible; no al menos en circunstancias normales, donde particularmente los muchos años ya pasados como individuos públicos han mostrado ya sus “costuras” y debilidades.
Solo nos quedan los individuos elegidos popularmente, que gocen de una independencia política variable según el caso, de la presidencia de la republica (indiscutible esto si se tratara de funcionarios apegados estrictamente al alma escrita de la nación –la constitución-).
El otro problema en general, claro, es que para que alguien lo haga mejor, debe dársele la oportunidad de gobernar. Obviamente, una opción es elegir a alguien desconocido, de impecable campaña publicitaria, que prometa maravillas, con los riesgos que eso implica en la presidencia de la Republica, si no las llegase a cumplir, o peor, las distorsionara.
Pero existen los alcaldes y los gobernadores, y hasta los diputados, ¿no es cierto?; ellos podrían tener en sus manos la herramienta adecuada para proyectarse, y así resulta ser.
Sus promesas, sus palabras incumplidas, sus logros, sus visiones políticas -si existen-, así como sus interacciones y atenciones al colectivo donde han gobernado, deberían ser elementos mas que suficientes para tomar decisiones sobre sus verdaderas opciones como potenciales presidentes.
(Aquí por cierto, está una de las razones por las que la sumisión desde la base partidista, a una sola línea de mando y de pensamiento, hace imposible destacar a alguien como poseedor de capacidad de liderazgo, y debido a ello, el mundo político en vez de ser dinámico y evolucionante, se vuelve lento y asfixiante, haciendo necesario la mano “divina” que lo guíe. Todo un patético círculo vicioso y auto regenerante.)
Volviendo al punto, en los cientos de cargos de elección popular, el colectivo tiene la oportunidad de experimentar y guiar a individuos activamente políticos, hacia un eficiente desempeño administrativo. No, no está mal lo que digo; experimentar y guiar es lo que hacen los colectivos nacionales sólidos, y no al revés, con los políticos. Esto último, (es decir, lo contrario a modelar y guiar), es propio de naciones débiles, que como hemos comentado tantas veces, necesitan mas bien de guías paternalistas.
No es necesario, -y creo que ya muchos se han dado cuenta-, que un aspirante a representarnos como presidente (ojo: ¡no es a guiar!; para eso es la constitución), tenga que intentar dar un golpe de estado, para ganarse nuestra “confianza” o “admiración”. De ser así, estaríamos sentando un terrible precedente, y ello en realidad, explicaría el temor que el actual ciudadano presidente le tiene a cualquier comportamiento que apunte a una insurrección. Con razón.
Ya estaremos de acuerdo en lo que el titulo de esta entrada significa: Un gobernante lo hará mejor si sencilla, calmada y controladamente*, seleccionamos a alguien que haya demostrado con hechos, y no con palabras, su correcta conducta y proceder. Hacerlo bien, será la manera natural de dejar en el pasado todo aquello que nos divide como nación.
(*): Se refiere a mantener bajo control de la constitución y sus leyes, cada evento nacional.
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