No soy economista; tampoco político. Solo un ciudadano que ve un par de cosas:
Primero: Que la ilusión del dólar a 2.120 Bs. no podía mantenerse, a pesar de lo conveniente que pareciera, de la misma manera que cualquier precio, de cualquier producto, no puede mantenerse en el tiempo indefinidamente sin cambio, en una nación donde la inflación nunca baja de 25% aprox., cada año que pasa.
No me gusta que la amenaza de una inflación aún mayor, se balancee sobre mi cabeza como la famosa espada de Damocles, pero tampoco quiero estar parado sobre un globo, y que este aumente y aumente de tamaño a cada instante, sin saber cuando explotará.
Segundo: A pesar de las buenas intenciones gubernamentales, pareciera que nuestras acciones siguen siendo reaccionarias, de acuerdo a la situación, nada más. Ahora el oposicionismo se lanza a la ofensiva, indicando con torpeza, -sin esperar a estudiar las reacciones económicas y sociales con el paso de los días-, el supuesto desastre que esta devaluación supone; al mismo tiempo, -y del otro lado de la calle-, el gobierno, por enésima vez, se ensalza en lo oportuno, necesario y progresista de la medida tomada; definitivamente, no existe nada negativo nunca, para el que gobierna.. Está bien; digamos que es bueno devaluar, pero: ¿Qué pasó con los otros “buenos” de las veces pasadas en que se devaluó?
Lo cierto es que hace unas semanas varios políticos oficialistas juraban que no habría devaluación. Mientras esto pasaba, los de oposición, se daban golpes de pecho, como si ellos, inocentes, no hubieran hecho lo mismo si estuvieran en el poder. ¡Hipócritas todos! Les perdonamos cualquier cosa: si esa fuera la actitud de los venezolanos en el matrimonio, ¡no existirían los divorcios!
El hecho irreducible, pese a todo, es este: desde 1983, hasta hoy, la moneda se ha depreciado en un factor de un poco más de 1000.
¿Ha mejorado en esa misma proporción la calidad de vida de todos los venezolanos en ese mismo periodo?
¿Cuál es el error terrible y hasta masoquista del que no hemos sido capaces de liberarnos?
Volvamos al asunto inicial y veamos por qué esta situación actual es como mínimo, incomoda:
Cuando las cosas se producen en el país, con materiales, mano de obra, tecnología y soporte/protección jurídica, estamos ante una nación, digamos, con atmósfera económica propia, bien “oxigenada”, capaz de mantener en balance, la inflación controlada, la devaluación conveniente, y los incrementos salariales como incentivos económicos. Es por eso que una moneda nacional de menor valor frente a la de los países que pueden comprar nuestra producción manufacturera, se vuelve un factor de competitividad y de buenas oportunidades. Pregúntenle a los chinos…
Sin embargo, cuando casi todo en nuestra economía, se produce con elementos importados, -por no decir que es totalmente importado-, es como si viviéramos con la atmósfera económica prestada, como si el “oxigeno” tuviéramos que comprarlo continuamente, y por ello, la devaluación se vuelve un asunto mas bien traumático al disminuir nuestro poder adquisitivo, nuestra capacidad de “respirar”, y es en este punto donde nos damos cuenta que, pese a los esfuerzos gubernamentales, año tras año, cada vez nuestra economía está mas atada al que hemos convertido en un fatídico signo monetario, conocido como dólar.
En este ciclo vicioso y aparentemente eterno, estamos oficialmente desde 1983, cuando durante el gobierno de Luis Herrera, la burbuja de jabón no aguantó más, estallando, y en cuyo reguero resbalamos sin detenernos hasta el día de hoy, donde coincidencialmente, en un viernes también, se devalúa nuestra moneda. ¿Existe alguna ironía misteriosa en el hecho de que saliéramos del 4,30 y volviéramos a el?
¿Saben?, nuestro “Bolívar Fuerte”, está como el Popeye de las caricaturas estadounidenses de hace décadas: Necesita comer espinaca (dólares “verdes” en este caso), ¡para hacer sus proezas!
La inversión hecha en el cambio monetario, se va entre las manos ahora, con inflación y devaluación combinada, de la misma manera en que cualquier cantidad de miles de millones de dólares se han desperdiciado, al no invertirse en sano desarrollo en estas casi tres décadas. Quizás esa medida, la de crear el bolívar fuerte, es decir, la reconversión, debió esperar a que el balance económico fuera un arte ya manejado por nosotros, algo así como no buscar trabajo como ingeniero, hasta estar graduado.
Lo único que puedo decirles, es que cada año, mi bolsillo de hombre simple, termina con menos dinero, aunque trabajo igual o más. Las colas en el hospital no veo que disminuyen, y las posibilidades de sufrir un encuentro con la delincuencia, no han disminuido. En los últimos 10 años, como en los 10 anteriores a estos, no he visto que la aparición de invasiones, y las consecuentes barriadas y ranchos, haya disminuido de alguna manera.
Ciertamente, la gente ahora tienen la libertad y el derecho a pasar horas en una cola para comprar comida barata; antes la comida barata la podías comprar en cualquier parte, aunque no le haré mas halagos a lo pasado, pues también recuerdo que la especulación y la miseria existían.
Con el pasar del tiempo, sólo veo oportunistas que van y vienen con los gobiernos de turno, y siempre se marchan con los bolsillos llenos. Simplemente, la cantidad de dinero robado por la corrupción en Venezuela, es grosera, asquerosamente enorme.
La inflación, como la burocracia y el oportunismo político, ensalzando a esa corrupción y a la división de los venezolanos, siguen adelante, mientras el 2010 comienza con las mismas visiones épicas de grandeza, de todos los años. El enorme folio de medidas realistas por tomar, aguarda por nosotros, que ocasionalmente, llegamos, como por curiosidad, a tomar alguna al azar.
Uno no, diez caballos como el de Bolívar, necesitamos para cabalgar en tanta ilusión.
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