Permítame exponerle con todo el respeto, excelentísimo Sr. Presidente, el por qué su reciente afirmación, no es correcta, y requeriría a mi parecer, de una disculpa a la nación.
Primeramente, el carácter de transición no es posible dárselo, debido a su naturaleza misma. Ya mencionaba en el titulo de entrada al blog, esa particular condición de ser la constitución, el alma escrita de la nación, y que debido a ello, no puede considerarse en transición hacia nada, pues ella misma es la esencia por donde brota de manera organizada, la energía del colectivo nacional.
Pretender cambiarla, o modificarla en su base, supone pretender también modificar la venezolanidad misma, y ello le esta prohibido a todo venezolano. Es importante que el país entienda esto. Es importante que del ciudadano Presidente de la Republica para abajo, acepten incondicionalmente esto, pues ella (la constitución) es el Sol, prendido en el cielo que es Dios, y que ilumina el suelo de la ley, que le da firmeza y fertilidad a la tierra donde vivimos, trabajamos, estudiamos y prosperamos.
Las adecuaciones, o refinamientos justos, siempre deberán pasar por largos periodos de reflexión nacional, no menores a un periodo presidencial, lo cual buscaría garantizar, como hemos dicho en el pasado, la aplicación posterior al cese de funciones del presidente electo para ese periodo, a fin de salvaguardar su honor de posibles malas interpretaciones de intereses particulares, y sobretodo, para garantizar que sólo con cabezas frías, se piensen, se sopesen, los cambios a decidir presentar finalmente a un referendo nacional.
Si aún la terquedad anida en el corazón de alguien, tenemos que esgrimir en contra de los cambios en caliente, la inconveniencia de su intento de modificación radical, por el peligro inherente a la “desvenezolanización” que ello conlleva, toda vez que su concientización social, su asimilación, por primera vez en la historia republicana, aún esta en pleno desarrollo.
Una cosa es un ley, desarrollada como herramienta de aplicación de la esencia del alma escrita de la nación, que en una etapa dada del desarrollo nacional, puede ser modificada o incluso, derogada cuando su función ha sido completada para ser sustituida por otra en esa siguiente etapa deseablemente planificada, y otra cosa es querer cambiar la constitución; es como pretender cambiar el piso de un edificio, con este apoyándose en el.
Me he dado cuenta, -y de seguro Uds. también-, que a medida que pasa el tiempo en este blog, más entradas del mismo han obedecido a la necesidad que siento de plantear el contrapunteo, es decir, la replica sana cosida con el hilo continuo de la sensatez que humildemente anhelo tener y mejorar, a lo planteado desde la poderosa, avasallante y muchas veces equivocada maquinaria gubernamental.
¡Un gobierno debe regocijarse cuando el colectivo, y sus individuos, se levantan a opinar, para apoyar o diferir, según el caso!
¡No me digan que la peor diligencia es la que no se hace, o que mejor es probar y morir en el intento, a nunca intentarlo! Se trata de algo inmenso, que involucra a todos los que vivimos en esta nación, y lo más importante, a los que nacerán en ella en los siguientes años y hasta en décadas. No es asunto de tratar con alegría de inocente, como si de una epopeya se tratara, de cuya ejecución dependiera la vida de un amado rey igualmente épico.
No es un juego; como tampoco lo es el hecho de que aún hoy, no se inculque a los niños, la majestad de la constitución, la esencia de lo que significa, y la necesidad de aprenderla, tanto como el abecedario o los números. Allí está la debilidad que mata, que permite la desfiguración de lo que somos, hacia lo que otros quieran que seamos.
Insisto como siempre, en que la estridencia no es necesaria, cuando la razón está de nuestra parte; sino lo creen, observen con cuidado, y vean quienes son los estridentes en Venezuela.
La constitución no es una prenda de vestir que se cambia o modifica con la moda, pues la moda misma, -reconozcámoslo-, es un factor externo a nosotros mismos, a nuestro país, que solo busca adecuarse a lo que los demás usen, y así resaltar. Tengamos muchísimo cuidado con las banalidades, vengan de donde vengan, sin importar su aparente idoneidad o su estampa épica y deseable.
¿Quieren revolución?, o mejor: ¿Quieren darle un sentido verdadero y constructivo a la palabra revolución?; la revolución no se trata de dar vueltas como un perro, para echarse en el mismo sitio; tampoco de “quita eso para poner esto”; se trata en esta querida nación, de por primera vez en su historia, hacer cumplir lo que escribimos. De hacer cumplir la constitución, nuestra alma escrita como nación.
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