Escribo sin saber a ciencia cierta si lo hago con la esperanza del que a ama su nación, o si lo hago con la melancolía que experimento al sentirme inquieto a causa de saber que estamos en la antesala de ese día en el que puede darse el ascenso y coronación de Maduro como “presidente” de Venezuela tras su golpe de Estado, o por el contrario, la tan deseada caída de éste y de todo lo que él representa y le acompaña, a manos de la justicia de un pueblo que haya sabido levantarse de sus cenizas.
Deseo
esto último de corazón.
Sabemos
que para abordar esta importante fecha en nuestra historia por escribirse en ese
día 10, ha sido necesario asimilar primero -aunque
sea levemente-, que el liderazgo político venezolano de ambos bandos es lo
que precisamente nos ha mantenido extraviados en este laberinto de sumisión tan
degradante, y que no por eso, cada uno
de ellos ha dejado de ser hijo legítimo y
reconocido de la sociedad que hemos sido hasta hoy.
Tras
esta razón que se esconde a la comprensión de muchos aún, está el por qué
Venezuela ha sido disminuida sistemáticamente en su soberanía territorial y política,
incluso hasta en aquellos tiempos supuestamente patrioteros a rabiar de Hugo Chávez
y de su régimen, el que ahora yace en las manos de un ilegitimo frente a la
ley, que solo ha sabido hacer el mal: Nicolás Maduro.
Chávez
fue el hombre de las oportunidades perdidas frente a una manera de hacer política
que ya no conseguía oxigeno para seguir, pero que él mismo supo mantener con
vida vegetativa como el elemento antagonista con el cual distraer a la masa y
propagar a sus serviles; su mandato fue
el escaparate donde exhibir todo lo que como nación podíamos fantasear, desear
y aborrecer al mismo tiempo, pero que nunca hasta hoy, logramos hacer
desaparecer en medio de alguna férrea determinación a cambiar las reglas de
nuestro propio juego.
Ya
sabemos que el epitome de su trayectoria al frente de Venezuela fue también su
fracaso final en el ocaso de su vida a manos de la enfermedad; ahí, moribundo
pero aún en pleno dominio de sus facultades, dejó como heredero de su imperio venezolano
al más rastrero de sus acólitos; ese al
que despectivamente llamaron “el burro”,
o “Maburro”, y que sin necesidad de ningún
tipo de giro trágico del destino, terminó cabalgando sobre nosotros y la
riqueza del país. De allí en adelante, Venezuela solo fue un territorio donde
nuestros propios demonios, miedos y falta de liderazgo capaz de estar por encima
de las circunstancias, nos flagelarían sin misericordia, quizás hasta hoy y el
amanecer de este 10 de Enero del 2025.
Mañana,
veremos qué sucede.
Dios
y su Universo observan nuestras acciones; tenemos tanto potencial, tanto amor
entre nuestras manos; solo nos falta la humildad de reconocer que nuestros
traumas de la infancia no tienen por qué determinar la llegada o no del ocaso
de una etapa de nuestra sociedad que debe marcharse. Hagamos de lo que más nos
hace ser venezolanos, nuestra mayor fuerza de cambio. No tengamos miedo a lo
que con justicia, haya que hacer.
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