jueves, 9 de enero de 2025

Venezuela frente a sí misma en la víspera de una fecha: 10 de Enero de 2025.

Escribo sin saber a ciencia cierta si lo hago con la esperanza del que a ama su nación, o si lo hago con la melancolía que experimento al sentirme inquieto a causa de saber que estamos en la antesala de ese día en el que puede darse el ascenso y coronación de Maduro como “presidente” de Venezuela tras su golpe de Estado, o por el contrario, la tan deseada caída de éste y de todo lo que él representa y le acompaña, a manos de la justicia de un pueblo que haya sabido levantarse de sus cenizas.

Deseo esto último de corazón.

Sabemos que para abordar esta importante fecha en nuestra historia por escribirse en ese día 10, ha sido necesario asimilar primero -aunque sea levemente-, que el liderazgo político venezolano de ambos bandos es lo que precisamente nos ha mantenido extraviados en este laberinto de sumisión tan degradante, y que no por eso,  cada uno de ellos ha dejado de ser hijo legítimo y reconocido de la sociedad que hemos sido hasta hoy.

Tras esta razón que se esconde a la comprensión de muchos aún, está el por qué Venezuela ha sido disminuida sistemáticamente en su soberanía territorial y política, incluso hasta en aquellos tiempos supuestamente patrioteros a rabiar de Hugo Chávez y de su régimen, el que ahora yace en las manos de un ilegitimo frente a la ley, que solo ha sabido hacer el mal: Nicolás Maduro.

Chávez fue el hombre de las oportunidades perdidas frente a una manera de hacer política que ya no conseguía oxigeno para seguir, pero que él mismo supo mantener con vida vegetativa como el elemento antagonista con el cual distraer a la masa y propagar  a sus serviles; su mandato fue el escaparate donde exhibir todo lo que como nación podíamos fantasear, desear y aborrecer al mismo tiempo, pero que nunca hasta hoy, logramos hacer desaparecer en medio de alguna férrea determinación a cambiar las reglas de nuestro propio juego.

Ya sabemos que el epitome de su trayectoria al frente de Venezuela fue también su fracaso final en el ocaso de su vida a manos de la enfermedad; ahí, moribundo pero aún en pleno dominio de sus facultades, dejó como heredero de su imperio venezolano al más rastrero de sus acólitos;  ese al que despectivamente llamaron “el burro”, o “Maburro”, y que sin necesidad de ningún tipo de giro trágico del destino, terminó cabalgando sobre nosotros y la riqueza del país. De allí en adelante, Venezuela solo fue un territorio donde nuestros propios demonios, miedos y falta de liderazgo capaz de estar por encima de las circunstancias, nos flagelarían sin misericordia, quizás hasta hoy y el amanecer de este 10 de Enero del 2025.

Mañana, veremos qué sucede.

Dios y su Universo observan nuestras acciones; tenemos tanto potencial, tanto amor entre nuestras manos; solo nos falta la humildad de reconocer que nuestros traumas de la infancia no tienen por qué determinar la llegada o no del ocaso de una etapa de nuestra sociedad que debe marcharse. Hagamos de lo que más nos hace ser venezolanos, nuestra mayor fuerza de cambio. No tengamos miedo a lo que con justicia, haya que hacer.


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