Silenciosamente, como quien está
acostumbrado a galopar la vida de crisis en crisis, los que habitan en
Venezuela asumen con aparente calma la necrosis política y económica que vivimos,
casi como quien se entretiene y olvida de su terrible afección viendo durante
un mes, el mundial de futbol, para no sentirse aturdido por lo que ocurre.
Mientras la gente insiste en achacarle
todas las culpas a Maduro, -como si Chávez y el combo de figurines que lo
rodearon e hicieron gobierno con él no hubiera tenido que ver absolutamente
nada con esto-, y en tanto la oposición desfigurada y diluida en sus propios
intereses desaparece poco a poco del mapa político, mezclada con la igualmente cada vez mas atomizada facción oficialista, -carente
del liderazgo autocrático y hegemónico que los adhería-, sucumbiendo ante los
grupos de poder que antes se escondían tras la sombra complaciente del hoy
presidente fallecido, los grandes problemas siguen efectivamente activos y purulentos,
como la más peligrosa de las infecciones, producto del veneno que
voluntariamente hemos permitido nacer en nuestro cuerpo nacional.
La sequía (hídrica) que ahora se convierte
de a poco en titular de prensa, y que amenaza con dejar regiones del país sumidas
en el caos de una crisis no vivida antes, es buen escenario para evaluar las
terribles carencias que en términos de capacidad de previsión, organización y
compromiso, tenemos como sociedad.
Zonas como Falcón o Miranda, pero particularmente
ciudades con mayor debilidad para soportar este impacto natural, -por la
densidad demográfica en urbes como Maracaibo-, están a solo semanas de quedarse
sin agua en sus embalses, y ante esto, las preguntas surgen una tras otra:
¿No era
previsible que esto ocurriera?
¿Por qué la
hidrológica zuliana hace esto del dominio público cuando faltaban menos de
cuatro meses para llegar al final?
¿Si era
previsible, por qué no se tomaron medidas oportunas con años de antelación?
¿Si sabemos que
las ciudades crecen (y lo hacen caóticamente en nuestro país), por qué no se
corrige esta situación a sabiendas de las terribles consecuencias que conllevarían
estas omisiones?
¿Si se conoce
con claridad desde hace más de una década los fenómenos del niño y la niña en
nuestro país, por qué nada se planificó en este sentido?
¿Si existe
una legislación clara que establece responsabilidades y penas para el derroche
y uso ilegal del agua, por qué todo sigue igual en términos de impunidad y robo
del liquido como si fuera un derecho adquirido junto con el terreno que se
invade o que se adquiere de manera irregular contraviniendo toda disposición legal
municipal o regional?
El origen de una sequía como la
actual, que puede llevarse por delante la disponibilidad de agua potable para
muchas poblaciones, al igual que la capacidad de generación hidroeléctrica nacional,
no puede ser buscada en la naturaleza, en un país donde las estadísticas climatológicas
llevan registros superiores a 100 años y con ellas, la capacidad de predicción
que teníamos a disposición de manera permanente; tampoco puede buscarse la
explicación de la mano de la falta de legislación, pues sabemos que pese a
existir leyes para todo en Venezuela, ello no ha sido en modo alguno garantía de
un sistema de gobierno y de una población dispuesta a hacerla cumplir, sometiéndose
con ello a un valor o ideal superior al conjunto de las individualidades.
El problema del agua está en nuestra
incapacidad (más que en un fracaso, dado
que no hemos hecho ningún intento serio y a gran escala para construir algo que
lo solucione), para predecir las necesidades hídricas de nuestros centros
de población, y planificar consecuentemente, lo cual pudiera manifestarse precisamente
en forma de grandes obras hidrológicas, unidas a un eficiente sistema de distribución
y cobro equilibrado.
Lo que podemos ver al día de hoy, -con
una ciudad como Maracaibo-, es que de quedarse sin agua, seguramente tendría que
ser militarizada y posiblemente sometida
a la suspensión de garantías constitucionales para poder controlar el caos que
se podría generar: Paralización industrial y comercial; secuestro y robo de
camiones cisternas; peleas entre vecinos por la posesión del agua; cierre
clandestino de llaves para controlar el paso de agua a sectores desposeídos; incapacidad
a nivel de gobiernos municipales y regionales para encarar una situación
semejante en términos de planes, infraestructura y material logístico de
emergencia (incluyendo plantas potabilizadoras).
Todo esto nos pondrían ante un escenario
poco explorado y analizado en Venezuela, que en todo caso generaría desgracias
innecesarias y quizás un peso enorme en la conciencia de los dirigentes, al
saberse corresponsables de una situación que podría haberse previsto y
solucionado.
Claro, si es que tal conciencia,
existe…
Quizás el gran Dios vea que una ciudad
como Maracaibo, -en los términos de quienes habitan en ella-, no está preparada
aún para cruzar ese “desierto” de prueba a su conciencia, (lo que exigiría una
disciplina social inexistente), y veamos que en un acto de perdón para ellos, que
el Divino haga llover a cántaros en los embalses y ofrezca una oportunidad más
para comprender y corregir el camino de debacle y muerte que les depara a los
que habitan en Venezuela, frente a una ausencia de compromiso nacional, y cuyas
consecuencias permiten que como necrosis, la crisis persista dejando solo
muerte tras de sí.
En medio de nuestra “sequía” política,
no dejen de ver la realidad tras los “polvorines” que los “cerdos” revolcándose
en el suelo reseco, (oposicionismo y oficialismo autocrático), levantan: Maduro
y los protagonistas de los círculos de poder que le rodean, son todos los niños
mal criados y abandonados antes de tiempo por un padre que nunca les exigió
honestidad, muriendo sin darle castigo alguno a los ahora adolescentes que dejó,
(15 años de dictadura revolucionaria), y en quienes finalmente recayó el poder político
y económico amasado durante ese periodo (más no la responsabilidad venida con
este), para finalmente armar el cuadro socio político en el cual padecemos
juntos y como bolsas todos (culpables e inocentes del pueblo llano), las
consecuencias de nuestras decisiones y omisiones políticas y constitucionales.
La dictadura revolucionaria
continuará, porque es la dictadura de las masas sin compromiso constitucional.
La situación continuará agravándose,
hasta tanto nos despertemos y dejemos de pisar el cadáver de la
institucionalidad hace tiempo fallecida en el país.
Mientras, habrá que esperar a ver si
la sequía hídrica solo será un susto nunca materializado para comunidades
urbanas como Maracaibo, o si se le dará nombre a un destino ineludible para una
espantosa situación de sed y desorden humano sobre la que no hay nada ya que
hacer para evitarla o tratarla en lo inmediato.
Como siempre, no habrá culpables, ni
justicia sobre ellos; solo excusas, explicaciones que culparán al clima, al
imperialismo y a la oligarquía escondida entre gobierno y oposición, pero jamás
a quienes desde hace 15 años, han tenido el poder absoluto en Venezuela.
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