No importan los años que han pasado; no importa las historias y aventuras épicas que nos han contado. El mayor de los problemas, pese a los intentos efectuados, y el arduo trabajo de muchos, sigue supurando y creciendo: La natalidad descontrolada, así como las múltiples causas que la generan en Venezuela.
No pretendo tocar los puntos que acertadamente ya, muchos médicos, psicólogos y sociólogos nos han hecho ver como cruciales en este asunto que alimenta la distorsión que vivimos como país. Sin embargo como los políticos no tocan esto por su extraordinaria gravedad y profundidad, a lo cual no les interesa mayoritariamente darle solución, no quiero, aunque sea por penúltima vez, dejar de mencionarlo, a la espera de que más que llamar la atención o criticar, pronto estemos festejando la erradicación de tan terrible distorsión. Este asunto es tan o mas importante que la alfabetización.
No de a gratis somos la nación que lidera las estadísticas latinoamericanas en aspectos como los embarazos en menores de18 años, las familias disfuncionales, los asesinatos y los divorcios
La infinidad de veces que he estado en nuestros barrios, y en incontables invasiones, contemplando entre tantas cosas duras, a niñas y adolescentes embarazadas, mutilando sus propios crecimientos emocionales por una sexualidad mal llevada y una escala de valores familiares más bien milimétrica en su tamaño, del que ellas no son victimarias, sino víctimas, no deja de resultarme triste.
Cuando veo a las jovencitas con inocencias perdidas al vivir en una rancho de un sólo cuarto muchas veces, con sus ropas indebidamente apretadas, exhibiendo no su inteligencia, y preparación educativa o moral, sino su naciente cuerpo de mujer como puente de salida de la miseria emocional y económica sobre la que ha crecido, a cuanto chico pendiente justamente mas de eso que de otra cosa, es cuando contemplo con la tristeza que les mencionaba, como el circulo de la miseria se cierra una vez más para aparentemente, perpetuar y magnificar, la distorsión social de nuestro país, allí donde ella reina soberanamente y sin resistencia.
No hay más embarazos, o más delincuencia, simplemente porque ahora haya más población; no es tan simple.
Hay cosas que se debieron detener hace décadas; o por lo menos, en estos últimos 10 años. Sin embargo, aquí estamos, pensando en cómo lo detendremos en el futuro. Una reflexión mayor y más profunda podría hacernos pensar que Dios va hilando con calma los hilos que nos den sabiduría en el tiempo exacto para ello. Quizás sea así. Pese a ello, no veo razón para que no intentemos, cuando nuestras almas lo reclamen, levantar la voz ante las injusticias, ante las arbitrariedades, o ante la omisión a propósito de nuestra constitución por parte de quienes deben atenderla con sus propias vidas: Los funcionarios públicos.
No es esto para lamentarnos de nuestra patética situación. No hay perdón, porque las consecuencias ya están entre nosotros. Sólo habrá expiación, por decirlo de alguna manera, en el momento en que revirtamos esta distorsión social.
Seguridad, educación, trabajo y salud. Las cuatro patas de la mesa familiar venezolana que debemos construir y reforzar. No se trata de vivir lacerándonos la piel como método de expiación de esa culpa; tampoco es cuestión de no hablar de eso, y sólo buscarle una solución discreta, casi secreta. Una vez más, la respuesta pasa por aceptar la responsabilidad colectiva; haciéndola pública y explicándosela a todos. Todo lo que haya que hacer dentro de la constitución, será justificable.
Aceptar el daño hecho, y las víctimas que nunca obtendrán el consuelo hasta que estén seguras que a sus propias hijas e hijos no les pasará, es necesario. Es una guerra donde la primera de las dos grandes batallas, nadie quiere aceptar que la hemos perdido; es una guerra que dejará profundas heridas, pero aceptarla, implica que no seguirá haciendo destrozos entre nosotros, y que la posibilidad cierta de ganar la segunda batalla, -la de la redención-, esta por lucharse.
Nosotros, y nadie mas, decidirán cuando y como. Mientras, hoy otras niñas, y otras jovencitas, muchas veces por acción de otros jovencitos mal encaminados por las carencias afectivas y sociales, terminarán embarazadas y traumatizadas, estrenandose como padres sin preparación previa, garantizando así una nueva generación de venezolanos perdidos en el limbo de una a su vez extraviada y difusa identidad nacional.
En el tiempo que leíste esto, alguna niña fue abusada en Venezuela, y alguna jovencita está en una atestada sala de un materno público, quizás sola, esperando un parto. ¿Es ese el camino que por flojera seguiremos?; ¿Por qué entonces nos extraña la cada vez mayor tasa de delincuencia?. ¿Entienden por que es insolente regalar esfuerzos y dinero a otros países, cuando esta miseria ocurre en nuestra casa, sin signos de mejoría?.
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