Sencillamente, en Venezuela ningún cargo de elección popular esta rodeado del sentido de representación de un colectivo, y de la sumisión a este, que debe tener para su correcto proceder.
Cuanta herramienta de “traspaso del poder al pueblo” se ha inventado, no ha sido más que una argucia para desbaratar toda jerarquía de gobierno existente entre la presidencia y el colectivo nacional, buscando fundamentalmente con ello, establecer un nexo afectivo y de dependencia que haga del primero, una pieza inamovible y necesaria.
Mientras, observamos como los cabecillas del resto de los poderes, amoldarán mansamente sus respectivos poderes constitucionales a los deseos del líder al que sigan, no por convicción, sino también por conveniencia personal, a fin de mantenerse bajo el control de su propia micro parcela de poder.
Todos, absolutamente todos, siguen el terco camino de ignorar que el problema no esta en la estructura de administración de las necesidades del colectivo, sino en su actitud de inoperancia frente a la resolución de esos problemas. El verdadero poder popular, el poder de uno, es pisoteado cada vez que un individuo, por genuina motivación propia o en representación de su colectivo, busca solución a un problema y termina ignorado y burlado. La solución no puede ser robarle tiempo de vida y de familia para que lo dedique a resolver el mismo esos problemas, con el dinero convenientemente aportado por la presidencia de la republica. La estructura administrativa nacional debe cumplir su función.
Oficialismo y oposicionismo siguen tras la sombra de sus propios fantasmas, mientras todos ellos insisten en ignorar la majestad de nuestra constitución, de esa constitución anónima en su acción, y venezolana en su motivación. La necesidad de ser reconocidos y de destacar, prevalecen en los políticos, sobre lo que debería ser su superior sumisión al espíritu nacional y al alma escrita de nuestra nación. Mal generacional que nos arrastra a los esfuerzos perdidos, y los recursos desperdiciados.
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