Pocas
veces he comenzado una entrada al blog partiendo de un hecho tan cotidiano como
lo puede ser la compra y consumo de un producto alimenticio, pero es que quizás
como una prueba de que todas las cosas están interrelacionadas, siento la
necesidad de detenerme para hablarles de la leche que se puede conseguir en el
mercado al detal venezolano.
Como
muchas personas, disfruto del consumo de este producto lácteo, que nuestra muy
criolla crisis económica ha ido alejando de la nevera de mi hogar, conforme su
precio ha ido subiendo y mi poder de compra disminuyendo. Antes era más bien
algo en lo que no se pensaba mucho, pues siempre estaba disponible (como la
comida). Hoy, como con casi todo, su ausencia es notada.
Ahora
bien, una cosa era comprarla antes (la leche), y otra es ahora, y no me refiero con ello a
que se podía adquirir, sino a lo que en la actualidad puede comprarse como tal.
Hoy en día se comercializa en teoría en Venezuela la leche aproximadamente de 8
maneras: Liquida (pasteurizada o en presentación de larga duración), por su
contenido graso (descremada o normal), o en polvo (completa, semidescremada o
descremada), y como “bebida láctea” (reconstituida a partir de sólidos lácteos
extraídos como subproducto de otros procesos industriales).
Eso
es en teoría, debo insistir; la actual situación económica ha hecho que
conseguir la leche en cualquiera de sus siete primeras presentaciones
mencionadas, sea cuando menos, muy difícil en el mercado formal, reduciéndose en
muchas regiones del país, -y donde yo vivo en particular-, su disponibilidad
únicamente a la ultima forma de presentación: la “bebida láctea”.
Aquí
comienza lo interesante: ¿Por qué existe
esta presentación?; ¿Quién querría tomar una bebida láctea (leche en exceso
manipulada), cuando puede tomar la leche
completa?; ¿Será porque es más económica la bebida hecha a partir de residuos
lácteos?
Pues
la respuesta a estas interrogantes nos llevará a una triste realidad (tolerada por la
sociedad venezolana),
lo que nos mostrará cómo el modo de hacer política y vida social organizada
como nación, termina haciendo valer tan poco a la ética para casi todas las
cosas en el país.
La
bebida láctea, como su nombre lo indica, no puede ser denominada técnicamente
como “leche”, puesto que su composición difiere
particularmente en una cosa: el volumen de agua presente por cada unidad de
materia láctea existente: La bebida láctea tiene en esencia, una parte de agua
por cada parte de leche.
Esto
para quienes la elijan, debería suponer que su precio ha de ser menor, por
cuanto tiene menos contenido de “aquello” que tiene un costo importante en la
producción de la misma (la leche en sí),
pero ¡sorpresa!:
¡Su
costo es tres o cuatro veces mayor que el equivalente al de la leche pura pasteurizada!.
Aquí
comenzamos a adentrarnos en uno de los pérfidos ángulos de la política
reguladora alimentaria del mercado venezolano, aplicable a los jugos (100%, 60%, 30%, y
“bebida sabor a jugo”),
a las pastas (diferentes tiempos de cocción), al arroz (saborizados o
parvolizados), al
café (“Gourmet”), y a las mantequillas (saborizadas), por mencionar algunos: Volviendo al
ejemplo de la leche, el gobierno y las autoridades “competentes” en la materia,
regulan “severamente” la curva de crecimiento del precio de la leche
pasteurizada, (haciéndola prácticamente inviable como negocio frente a
una inflación indómita),
pero no tocan el de un concepto relativamente nuevo en Venezuela como lo es el
de la bebida láctea. Resultado: Esta
última es legalmente mucho más cara, lo que supone un estimulo irresistible
para que la industria láctea prefiera agarrar la leche líquida (a veces mal
refrigerada y dudosamente manejada),
diluirla en un 100% o más y comercializarla (con lo cual por cada litro de leche,
realmente sacan por lo menos dos litros para venderla), triplicando o cuadruplicando las
ganancias en el proceso.
Llegado
a este punto comenzamos a denotar como se interceptan la debilidad ética en el
manejo político y técnico de los asuntos nacionales más cotidianos, con el
descaro de quienes sabiéndose afectados por la crisis económica, optan por
atajos productivos que les reditúan mayores beneficios, en perjuicio de quienes
se supone son el motivo de la producción de bienes.
No
ha habido manera en que el gobierno haya podido controlar los precios y
estimular a su vez la producción. El crecimiento desmedido de la inflación ha
creado un cáncer social que ha hecho metástasis en todo el cuerpo social,
mientras que la importación que se había convertido en la solución vía
“intravenosa” de quienes gobiernan para la sociedad, para paliar las
necesidades de estos productos, que se agotó rápidamente en pocos años de
“sobredosis” de malas “terapias” continuas, anunciando con ello el ya necesario
final de esta etapa, sin que el “paciente” (sociedad), se dé por enterado, aunque ya esté
en los huesos por la falta de alimento y dignidad.
Así,
un enorme círculo vicioso es en el que giran gobierno y sociedad, como si de un
triste carrusel de caballitos que no va a ninguna parte se tratara, mientras se
mantiene en movimiento inútil. Entretanto, yo solo puedo ver ocasionalmente la
blanca y aguada bebida láctea en las depauperadas panaderías y mercados del
país, de donde la puedo sacar si estoy dispuesto a pagar más que el equivalente
de una jornada de trabajo, en triste evidencia de una muerte andante de la que
si podría hacerse una película real de zombies, a la venezolana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario