Hay historias en Venezuela, que por la acción o por la omisión que ellas
cuentan, siempre terminan haciendo “más mal, que bien”; he aquí, y de
manera puntual, dos de esas historias:
I: Las encuestas en
Venezuela, y su fiabilidad.
Como en casi cualquier país, estos
instrumentos de ciencia exacta pero rara vez rigurosos en su ejecución y
análisis, sirven para todo: desde afirmar la supuesta imbatibilidad de un
candidato a elecciones, hasta para asegurar que todo el mundo está feliz en el
gobierno de turno.
Lo cierto es que en nuestra
nación, las encuestas no sirven para casi nada, cuando tienen de por medio un motivo político en su desarrollo.
Lo digo porque por un lado, si hay elecciones, siempre las encuestan le dan el
triunfo a quien la mandó a hacer, y su divulgación dependerá exclusivamente de
la capacidad económica del candidato. Por otro lado, desde la muy dañina
experiencia de la Lista Tascón, -aquella
donde se discriminó pública y abiertamente a todo aquel que hubiese firmado a
favor de la idea de sacar al presidente Chávez de la presidencia-, lo
cierto es que incluso, siendo aplicado el instrumento con el rigor científico
requerido, nadie es tan estúpido hoy en día como para decirle a un encuestador,
que piensa votar por otro candidato que no sea Hugo Chávez, más aún si el
encuestado trabaja en un sitio donde su inclinación política, pudiera resultar
en su despido laboral…(!)
Así las cosas, desde la fatídica
experiencia del referéndum revocatorio, en Venezuela las encuestas solo sirven
realmente para medir productos comerciales, distintos a los
candidatos presidenciales.
Conclusión: No crean en encuestas; no importan quien las haga o
publique, o a que candidato favorezcan; revisen los beneficios y las perjuicios
-generalmente profundos-, de una y otra propuesta, y decidan por quién votar.
No se dejen llevar; no se dejen pastorear como manada de borregos. Venezuela
debe pertenecernos a todos, y no a unos pocos, como ha ocurrido hasta nuestros
días.
II: Una nación, una patria, un país, donde el lema es “Divide y vencerás”.
La división política por
encima de la natural conveniencia de la integridad social, y como ello mantiene el poder en manos de pocos, en la tierra donde
debía ser de todos.
El presidente ha utilizado con
resultados espectaculares, la táctica de la división, para crear un permanente
enemigo a quien atacar políticamente. Digo espectacularmente, porque al final
de cuentas el supuesto enemigo (la oposición), se creyó ese cuento, y terminó
haciendo el papel de tonto útil durante más de 10 años, al negarse a sí misma a
aportar ideas frescas y distintas, que fueran medianamente viables, por lo
menos. El resultado ha sido un país profundamente dividido, ahogado en su
propia incapacidad para reconocerse como un solo conjunto social, aunque huérfano
de valores y principios claros que seguir.
El presidente es culpable de
explotar esa debilidad para fijarse en el poder, independientemente de que lo
hiciera con “buenas intenciones”. Hacerles creer a millones de venezolanos que
los demás no sirven por ser escuálidos que solo sueñan con volver a la
corrupción del pasado, es tan malo como que los oposicionistas se refieran a
los chavistas como engañados y seguidores de ídolos comunistas. El resultado
siempre es el mismo al final: Una sociedad dispersa, nucleada alrededor de
pequeños grupos de poder que detentan la actividad económica, política y
social, debido a la incapacidad que como venezolanos hemos tenido para
autogobernarnos adecuadamente.
La idea de un país gobernado por
su propia sociedad ha quedado como sueño siempre pendiente de alcanzar, en tanto
los que nos gobiernan terminan haciendo concesiones a los intereses detrás del
poder, y cada día, de nuevas formas; esos mismos intereses que definen ahora
alianzas electorales y acuerdos ocultos de malversación de fondos públicos, que
por ser estos originarios del petróleo sin
dueño tangible, pareciera darle derecho a quien pueda, para robarlo.
Realmente pareciéramos vivir en
celdas aisladas, los unos de los otros, todos satisfechos de esa miserable
existencia, mientras exista alguien que por un oscuro hueco, nos pase libros de
comiquitas y comida a nuestra demanda.
Me da tristeza que simples
imágenes alegóricas, puedan describir tan bien a nuestra sociedad, a nuestro
país, y a nuestra realidad.
Hemos de liberarnos por nuestras
propias manos; hemos de levantarnos por nuestros propios medios, juntos, y
debemos estar dispuestos a realizar sacrificios por ello. Ciertas comodidades
deberán ser dejadas a un lado, si
queremos que el imperio de nuestra constitución y de nuestras leyes, reinen
sobre nosotros y entre nosotros.
La división nos debilita, como lo
hace en la guerra con el enemigo.
Insistimos en ser un país que se
niega a someterse a su propia ley. Eso tiene que terminar.
Ningún programa de gobierno ofrecido
en estos días, atina, si no considera esto como eje para todo lo demás.
Pese a toda la retorica
existente, el verdadero poder sigue en pocas manos, y se apresta para ser
traspasado probablemente a otras pocas manos.
Insisto queridos compatriotas, en
que si de algo sirve el pasado y el presente que vivimos, es para honrarlo,
tomando las lecciones que nos ofrece. Tomemos las cosas buenas que se han
hecho; analicemos con cuidado las que han fracasado, y desechemos sin apasionamientos,
las que en verdad no tengan remedio. La constitución nacional, -el alma escrita de la nación-, no es un
libro para pararnos sobre él, con ganas de querer tomar algo más alto que nosotros
mismos; es más bien un ala enorme de donde sujetarse para volar hacia esas
cumbres que siempre en nuestros corazones, aguardan a lo lejos, al alcance
justo de nuestro esfuerzo coordinado, social y nacional.
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