Es uno de esos temas que miserablemente pareciera que alguien manda a callar, aunque espero equivocarme. Como muchos de ustedes, yo había pasado por alto la casi absoluta falta de estas informaciones en la prensa, que en realidad nadie quisiese que existieran como para publicarlas. No quiero dedicarle mucho al asunto, aunque no puedo dejarlo pasar y con ello rendirle “honor” a quien o quienes hacen del ocultar información para silenciar sus fallas, una costumbre.
Desde un tiempo ya no se habla de esto; no porque no existan cientos o miles de muertos al año en Venezuela, sino porque algo lo está impidiendo. No lo olviden. El silencio de los medios, no puede ahogar el dolor de los familiares de quienes fallecen. Más de 10 años después, aún recuerdo la fotografía donde un hombre arrodillado en el suelo, durante una visita presidencial a un hospital del centro del país, abrazaba desconsoladamente las piernas de un entonces novel presidente Chávez, descargando su dolor e impotencia ante el asesinato de su hijo, y tan solo clamando justicia por esta abominación.
Al ser padre también, verlo allí pidiendo justicia me conmovió profundamente, hasta las lagrimas. Como él, también me abracé a la esperanza de un cambio que pese a todo, se ha resistido a llegar.
Nunca he podido conseguir en internet esa foto; quisiera verle la cara al gobierno todo, contemplando una década después, esa fotografía, que resumía todo el dolor y la exigencia de justicia que los venezolanos han buscado y no han sabido encontrar.
Seguramente nuestro error está íntimamente asociado a nuestra incapacidad para construir algo que por no existir, no se puede encontrar.
Seguirán los medios maquillando la verdad por miedo a la censura y a la ley ilegitima que exija tal silencio. Podremos pintar y limpiar los barrios y las calles para que la sangre derramada no se vea, e incluso podremos escuchar a funcionarios públicos regocijarse hipócritamente por logros de pacotilla alcanzados en equis periodo de tiempo, donde se haya logrado "bajar" unos puntos porcentuales la muerte, pero ni aún eso, nunca, jamás, mitigará el dolor que a diario sufren quienes son víctimas de las más bajas desviaciones del hombre y su sociedad, y de sus mas cínica y repulsiva política: ocultar la verdad.
Aquella imagen del hombre arrodillado seguirá en mi corazón, mientras que la única esperanza de justicia, pareciera ser la de esperar que el bastardo (víctima sabe Dios de cuantos abusos a su vez), que asesinó a aquel amado hijo, haya sido ajusticiado por algún otro matón, o que terminara acuchillado en algún pabellón de una de las tantas abandonadas y salvajes cárceles de nuestra nación.
¿Queremos que esa sea nuestra única fuente de justicia?
¿No es acaso eso una distorsión sobre lo ya distorsionado?
Oculten lo que quieran y maquillen lo que les dé la gana con cuantas mentiras bien asesoradas se les ocurra; la gente no es estúpida. Solo inocente, pero hasta la inocencia se pierde.
Sigan sembrando vientos, y no se quejen por las tempestades que cosecharan. Sigamos permitiendo que “nos siembren”, y terminaremos estériles y sin vida, como un campo agrícola sobreexplotado y nunca fertilizado.
No lo olviden. Matar al mensajero no resuelve el problema.
Observen a su alrededor, en silencio, y la verdad se hará evidente entre ustedes. No emitan juicio sin antes meditar a lo interno de cada uno. Los políticos que viven de la política y no de servir a sus semejantes, quieren evitar justamente eso. No dejen pasar la oportunidad de arreglar las cosas para que sus hijos, o los hijos de estos, no tengan que vivir en un mar de hipocresía como nosotros, donde siempre los menos, son los que más. Interpreten sabiamente ustedes el resto.
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