sábado, 27 de febrero de 2016

De 4,30 a un 1.000.000 de Bolívares por dólar; el legado de una sociedad que no aprende.

Supongo que no soy el primero que medita este tema desde la óptica del “Bolívar viejo”, pero la reflexión comprenderán que era inevitable; como tengo mis añitos, recuerdo plenamente la era del Bolívar antes de la conversión realizada por Hugo Chávez en la década del 2000; tanto como recuerdo haber pensado en quiénes se hicieron millonarios con el jugoso negocio de convertir la moneda de todo un país hacia un nuevo referencial que a todas luces resultaba inútil, al no venir acompañado de medidas eficaces para el control inflacionario y la correcta estimulación del aparato productivo y de ahorro, de acuerdo a los más elementales razonamientos que pudieran hacerse, y los años, -para mi pesar-,  lo han demostrado.
No había ninguna necesidad de realizar semejante esfuerzo y  gasto; era como pintar una casa aun sabiendo que primero había que frisarla nuevamente; no existía una necesidad real y honesta de modificar nuestro marco de referencia monetario, como para que únicamente los menos sapientes, se sintieran con la posesión de una moneda realmente fuerte con la que comprar cosas, sin ir más allá de una mera ilusión.
(Todos entendemos que en buena parte esto se hizo en el marco de ese gran “reseteo” que Chávez pretendía darle al país, -sin resistencia coherente de parte de una oposición seria, y sin molestarse al final en cambiar ninguno de sus “componentes defectuosos” en realidad, como si se tratara de una computadora que necesitaba una actualización, y con el resultado dilapidario que tenemos ahora entre manos)
Lo cierto es que si en un simple ejercicio mental, mantengo la relación paritaria dólar-Bolívar del pasado, -sin hacer la susodicha conversión monetaria-, debo decir que el dólar negro vigente ha superado la barrera del millón de bolívares. Una barrera que causa vértigo; recuerdo que hace menos de 30 años, con un millón podía comprarme una casa decente en un proyecto urbanístico en una ciudad cualquiera de Venezuela. Lo que hoy cuesta un dólar extraoficial, era todo un mundo antes de la llegada de Chávez.
Inevitable es entonces la pregunta: ¿Por qué esta enfermiza inflación?;
¿Por qué no puedo medir el grado de éxito del gobierno de Chávez, con esta regla que es la que ahora me hace subsistir?
¿Por qué hemos tenido que gastar tantos recursos y energías como sociedad y nación, en cabalgar a un demonio (la inflación), que nosotros mismos alimentamos y cuidamos?
¿Cual sigue siendo la terrible falla estructural que nos está matando de a poco, como el cáncer que hace metástasis en un organismo que se reniega a salvarse a si mismo?
Hoy no puedo, -como no he podido en todos estos días-, escribir algo en referencia a cualquiera de los inútiles/inmorales/negligentes/culpables  funcionarios de esta debacle nacional encumbrados en los distintos niveles de gobierno; sería decir más de lo mismo. Hablar de esos militares que hoy son protagonistas de la defensa de este “gobierno” sería un poco más del mismo asunto inútil también; ¿Y de la oposición?: pues también constituiría la misma pérdida de tiempo. Hablar del PSUV es como hablar de aquella célebre gallina que muerta su cabeza, aun seguía comiendo y defecando como una sonámbula ya sin capacidad de percibir casi nada de la realidad que le rodeaba.
El tema que si se levanta como el centro de todo, es el de la sociedad incapaz de articular una solución por consenso; el de una sociedad dividida en su arrogancia, y que ya opera dentro del silencio del desesperado, únicamente alterado por una que otro saqueo, cuando la oportunidad de actuar con la inmoralidad del que siempre tiene una excusa, se le presenta, en la forma de un camión mal parado, averiado o volcado.

No voy a negar que yo mismo me he retraído ante tanta depravación gubernamental e “institucional”; el tiempo y la energía que hay que dedicarle al tema de sobrevivir con dignidad teniendo familia e hijos que alimentar y cuidar, ocupa mucho del tiempo que me queda luego de trabajar, cuando te has decidido a no comprar nada mediante inmorales bachaqueros e intermediarios.
El país dejó de ser eso que definimos como nación; ya solo es una especie de “sobreviviente de un holocausto moral”, que pese a todo, aun tiene a los locos que le quieren violar y desgarrar, encaramados en sus hombros. No hay decisión o acción que moral o éticamente se levante a iluminar cualquier camino constitucional; es la nada, y en medio de ella, un presidente destructor, loco y desnudo en medio de un patio desierto, jugando con sus propias heces.
Nadie quiso tomar lo suficientemente enserio las palabras de Juan Pablo Pérez Alfonzo al referirse al excremento del diablo; todos prefirieron callar y en impronunciable complicidad, jugar con aquel excremento que daba poder…
Solo como lejana referencia quedaron las palabras de Arturo Uslar Pietri sobre aquella idea suya de sembrar el petróleo; referencia del llamado a la sensatez que nadie quiso escuchar y poner en práctica, pero si quedó para la posteridad como importante hito a partir del cual medir el grado de estupidez que como sociedad hemos tenido.

Como guía de un zoológico tercermundista me siento; un guía que ya terminó su ronda de paseo con el grupo de visitantes que le tocó, y nada mas puede decir de los animales que sueltos o enjaulados, están allí, ni de sus animaladas que ya ni sorpresa causan  a los cansados visitantes luego de una larga jornada en un zoológico que ni papel tóale tiene.
Ya solo hay cabida para el pensamiento de que todos estamos condenados a vivir dentro del zoológico, y hay que convivir con las hienas sobrevivientes que se comieron al león y mataron al tigre. Los visitantes y yo mismo nos  hemos tenido que subir al techo del pabellón mayor, a esperar que las hienas terminen de matarse entre sí, y el resto de la fauna presente decida hacerse caso de la situación.

Con un millón de bolívares; con uno “de esos de antes”, si no hubieran inventado la conversión con lo que cuesta un solo dólar hoy, habrían podido cualquiera de ustedes comprarse un auto nuevo de agencia en 1986. Sé que muchos reaccionaran con incredulidad, aduciendo que no se puede hacer comparación, y ¿Saben el por qué de esa respuesta?; pues porque la sociedad venezolana no le gusta tener puntos de comparación; no le gusta mirar atrás y comparar; no quiere tener memoria, porque la memoria supone recuerdos, y si estos no son agradables, duelen e incomodan, como piedra en un zapato.
La memoria es débil cuando no se quiere recordar; sino, las palabras otra vez de Juan Pablo Pérez Alfonso resonarían entre nosotros, como lo debieron hacer hace décadas cuando dijo:
“Son unos cuantos, ni siquiera todos los que aprovechamos el petróleo por alguna posición privilegiada. Aquellos que han perdido absolutamente el sentido de equilibrio bajo los impulsos de la codicia desbocada, quienes no pueden pensar en el futuro nacional porque aspiran a continuar aprovechando sin escrúpulos la acelerada liquidación de la riqueza petrolera”

Debacle que comenzamos a vivir, y que paradójicamente se levanta como la única opción para que los pueblos de una nación comprendan lo que debe hacerse, y lo que no debe tolerarse. Amarga medicina de la que solo si se sobrevive, se podrá curar de lo que aquejaba a todo un pueblo que se creyó el cuento de que el poder real era de todos ellos…
Cada vez que escucho a Nicolás Maduro proferir sus peroratas sin sentido, creando con cada alocución presidencial una rama mas de burocracia con enormes gastos de por medio, anunciando medidas que solo nos hunden más y más en el excremento que nuestro devorar sin reserva a dejado por sociedad, comprendo que en realidad no hace más que acelerar la locomotora puntofijista revolucionaria, hacia el muro de la realidad que nos espera al final del túnel que no tiene luz al final.
“Lo bueno de lo malo”, es que con nuestro sufrimiento, también se acerca más rápido el final de una etapa que no tenía por qué haber existido, a menos que una sociedad no hubiese aprendido la lección que en el pasado se le ofreció aprender.
Ya lo dicen por allí: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

El “pueblo” es el que ahora debe pagar las consecuencias de haberse dejado seducir por el poder económico que como pequeña cuota de dinero prescindible, se le entregó a modo de gran popularizador de la corrupción que encontró cobijo en las instituciones, los cuarteles, las urbanizaciones, el campo y los barrios. Todas tuvieron la oportunidad de bañarse en el charquito del tráfico de influencias y el manejo doloso de los recursos, para finalmente encontrarnos simultáneamente como la ramera que será apedreada, y los que pretenden apedrearla, que ante la afirmación de Jesús de Nazaret, no consiguen quien esté libre de pecado.
Nos prostituimos como sociedad cada vez que pedimos favores a quienes deben ser servidores públicos; cada vez que usamos un contacto “allá arriba”, para conseguir un trámite, o que buscamos a un gestor para lograrlo, o que pagamos en una cola, o compramos un producto a un bachaquero que a su vez no tuvo rubor en hacer del contrabando y la reventa, el modo de sustento personal y del de su familia. Entenderán que nada de eso podía pasar impune bajo la mesa. El precio a pagar como sociedad que se prostituyó a sí misma, debe ser pagado con moneda cara y rechinar de dientes. Por eso es que no ven luz al final del túnel; por eso es que no ven líder que no tenga rabo de paja; por eso es que ya no creemos en nadie, y si apareciera entre nosotros, preferiríamos apedrearlo como se está haciendo costumbre a la hora de atrapar a un delincuente en el barrio, ante la impunidad de la institución de justicia, y la complicidad de los cuerpos que se encargan en teoría de ejercerla.

Por eso el dólar estadounidense pasó de 4,30 bolívares, a un millón de bolívares; no hemos entendido que, tanto como se devaluó la moneda, también nos hemos devaluado como sociedad. Ya no pretendemos ser modelo para nadie; ni siquiera para nuestros propios hijos (por eso no terminamos de accionar y sacrificarnos con algún grado de coherencia y propósito), y debido a ello, es que el tiempo del renacer y la reivindicación de lo bueno y lo justo, se escapa de nuestra vista aún.

Sociedad prostituida al mejor postor que gobierna y preside; en eso nos hemos convertido pese a los abusos de los que hemos sido víctimas; usados por los altos funcionarios como muñeca sexual inflable hemos terminado, sin que mayores consecuencias sufran quienes han delinquido en nombre de todos nosotros; sociedad devaluada como su moneda, en medio de un mar negro-azulado, formado por ese excremento del diablo que insistimos en explotar y usar para corromper naciones y corroer corazones.


¿Se decidirán a hacer algo al respecto?

(Y no, no es coincidencia que publique esto hoy)

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