domingo, 28 de febrero de 2016

Maduro y sus 100 días de restante desgobierno.

En palabras del presidente Nicolás Maduro, corren a partir de hoy sus 100 días de revolución agrícola urbana, para comenzar a tapujarnos de verduras revolucionarias. Esto claro, sin que importen todos los recursos que se dilapidarán en esto, cuando se podían dedicar al verdadero campo venezolano; tampoco será relevantes los metros cúbicos de agua que no hay, y que tu harás “parir” a tus zalameros funcionarios ahora “repotenciados” en una nueva corporación burocrática chupa dólares, desviándolo de su uso humano domestico, para aportar el vital liquido que ahora van a requerir los “millones” de kilómetros cuadrados que pretendes cultivar en la fantasilandia urbana de la revolución puntofijista que en realidad, denota con su actual dificultad económica crónica, la proximidad de un punto de inflexión en el país, (aunque no sea el único).
Yo tengo sin embargo, algo que decir sobre esos 100 días que planteas:
Son los que te deberían quedar Maduro, en el poder.
Menos de 50 días faltan para que se pueda activar el proceso para llamar a referéndum revocatorio, y demos 50 más para concretar la acción refrendaría si las instituciones deciden ser moral y éticamente correctas, ante la exigencia del poder original que nace de la sociedad ahora desesperadamente silente que habita en las ciudades y pueblos de Venezuela.
100 días para que llegado el último de ellos, te despidas del gobierno, y pongas el cargo a la orden y tu libertad a disposición de la justicia venezolana, si es que para ese momento ésta ha decidido ser en verdad, justa.

Ahora, si esos 100 días pasan y tu proyecto político sigue erguido en Venezuela, aunque marchitándose sin que nadie haga nada de lo constitucionalmente disponible para hacerte pagar este desmadre, tendré que recordarme a mí mismo que “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”.

sábado, 27 de febrero de 2016

De 4,30 a un 1.000.000 de Bolívares por dólar; el legado de una sociedad que no aprende.

Supongo que no soy el primero que medita este tema desde la óptica del “Bolívar viejo”, pero la reflexión comprenderán que era inevitable; como tengo mis añitos, recuerdo plenamente la era del Bolívar antes de la conversión realizada por Hugo Chávez en la década del 2000; tanto como recuerdo haber pensado en quiénes se hicieron millonarios con el jugoso negocio de convertir la moneda de todo un país hacia un nuevo referencial que a todas luces resultaba inútil, al no venir acompañado de medidas eficaces para el control inflacionario y la correcta estimulación del aparato productivo y de ahorro, de acuerdo a los más elementales razonamientos que pudieran hacerse, y los años, -para mi pesar-,  lo han demostrado.
No había ninguna necesidad de realizar semejante esfuerzo y  gasto; era como pintar una casa aun sabiendo que primero había que frisarla nuevamente; no existía una necesidad real y honesta de modificar nuestro marco de referencia monetario, como para que únicamente los menos sapientes, se sintieran con la posesión de una moneda realmente fuerte con la que comprar cosas, sin ir más allá de una mera ilusión.
(Todos entendemos que en buena parte esto se hizo en el marco de ese gran “reseteo” que Chávez pretendía darle al país, -sin resistencia coherente de parte de una oposición seria, y sin molestarse al final en cambiar ninguno de sus “componentes defectuosos” en realidad, como si se tratara de una computadora que necesitaba una actualización, y con el resultado dilapidario que tenemos ahora entre manos)
Lo cierto es que si en un simple ejercicio mental, mantengo la relación paritaria dólar-Bolívar del pasado, -sin hacer la susodicha conversión monetaria-, debo decir que el dólar negro vigente ha superado la barrera del millón de bolívares. Una barrera que causa vértigo; recuerdo que hace menos de 30 años, con un millón podía comprarme una casa decente en un proyecto urbanístico en una ciudad cualquiera de Venezuela. Lo que hoy cuesta un dólar extraoficial, era todo un mundo antes de la llegada de Chávez.
Inevitable es entonces la pregunta: ¿Por qué esta enfermiza inflación?;
¿Por qué no puedo medir el grado de éxito del gobierno de Chávez, con esta regla que es la que ahora me hace subsistir?
¿Por qué hemos tenido que gastar tantos recursos y energías como sociedad y nación, en cabalgar a un demonio (la inflación), que nosotros mismos alimentamos y cuidamos?
¿Cual sigue siendo la terrible falla estructural que nos está matando de a poco, como el cáncer que hace metástasis en un organismo que se reniega a salvarse a si mismo?
Hoy no puedo, -como no he podido en todos estos días-, escribir algo en referencia a cualquiera de los inútiles/inmorales/negligentes/culpables  funcionarios de esta debacle nacional encumbrados en los distintos niveles de gobierno; sería decir más de lo mismo. Hablar de esos militares que hoy son protagonistas de la defensa de este “gobierno” sería un poco más del mismo asunto inútil también; ¿Y de la oposición?: pues también constituiría la misma pérdida de tiempo. Hablar del PSUV es como hablar de aquella célebre gallina que muerta su cabeza, aun seguía comiendo y defecando como una sonámbula ya sin capacidad de percibir casi nada de la realidad que le rodeaba.
El tema que si se levanta como el centro de todo, es el de la sociedad incapaz de articular una solución por consenso; el de una sociedad dividida en su arrogancia, y que ya opera dentro del silencio del desesperado, únicamente alterado por una que otro saqueo, cuando la oportunidad de actuar con la inmoralidad del que siempre tiene una excusa, se le presenta, en la forma de un camión mal parado, averiado o volcado.

No voy a negar que yo mismo me he retraído ante tanta depravación gubernamental e “institucional”; el tiempo y la energía que hay que dedicarle al tema de sobrevivir con dignidad teniendo familia e hijos que alimentar y cuidar, ocupa mucho del tiempo que me queda luego de trabajar, cuando te has decidido a no comprar nada mediante inmorales bachaqueros e intermediarios.
El país dejó de ser eso que definimos como nación; ya solo es una especie de “sobreviviente de un holocausto moral”, que pese a todo, aun tiene a los locos que le quieren violar y desgarrar, encaramados en sus hombros. No hay decisión o acción que moral o éticamente se levante a iluminar cualquier camino constitucional; es la nada, y en medio de ella, un presidente destructor, loco y desnudo en medio de un patio desierto, jugando con sus propias heces.
Nadie quiso tomar lo suficientemente enserio las palabras de Juan Pablo Pérez Alfonzo al referirse al excremento del diablo; todos prefirieron callar y en impronunciable complicidad, jugar con aquel excremento que daba poder…
Solo como lejana referencia quedaron las palabras de Arturo Uslar Pietri sobre aquella idea suya de sembrar el petróleo; referencia del llamado a la sensatez que nadie quiso escuchar y poner en práctica, pero si quedó para la posteridad como importante hito a partir del cual medir el grado de estupidez que como sociedad hemos tenido.

Como guía de un zoológico tercermundista me siento; un guía que ya terminó su ronda de paseo con el grupo de visitantes que le tocó, y nada mas puede decir de los animales que sueltos o enjaulados, están allí, ni de sus animaladas que ya ni sorpresa causan  a los cansados visitantes luego de una larga jornada en un zoológico que ni papel tóale tiene.
Ya solo hay cabida para el pensamiento de que todos estamos condenados a vivir dentro del zoológico, y hay que convivir con las hienas sobrevivientes que se comieron al león y mataron al tigre. Los visitantes y yo mismo nos  hemos tenido que subir al techo del pabellón mayor, a esperar que las hienas terminen de matarse entre sí, y el resto de la fauna presente decida hacerse caso de la situación.

Con un millón de bolívares; con uno “de esos de antes”, si no hubieran inventado la conversión con lo que cuesta un solo dólar hoy, habrían podido cualquiera de ustedes comprarse un auto nuevo de agencia en 1986. Sé que muchos reaccionaran con incredulidad, aduciendo que no se puede hacer comparación, y ¿Saben el por qué de esa respuesta?; pues porque la sociedad venezolana no le gusta tener puntos de comparación; no le gusta mirar atrás y comparar; no quiere tener memoria, porque la memoria supone recuerdos, y si estos no son agradables, duelen e incomodan, como piedra en un zapato.
La memoria es débil cuando no se quiere recordar; sino, las palabras otra vez de Juan Pablo Pérez Alfonso resonarían entre nosotros, como lo debieron hacer hace décadas cuando dijo:
“Son unos cuantos, ni siquiera todos los que aprovechamos el petróleo por alguna posición privilegiada. Aquellos que han perdido absolutamente el sentido de equilibrio bajo los impulsos de la codicia desbocada, quienes no pueden pensar en el futuro nacional porque aspiran a continuar aprovechando sin escrúpulos la acelerada liquidación de la riqueza petrolera”

Debacle que comenzamos a vivir, y que paradójicamente se levanta como la única opción para que los pueblos de una nación comprendan lo que debe hacerse, y lo que no debe tolerarse. Amarga medicina de la que solo si se sobrevive, se podrá curar de lo que aquejaba a todo un pueblo que se creyó el cuento de que el poder real era de todos ellos…
Cada vez que escucho a Nicolás Maduro proferir sus peroratas sin sentido, creando con cada alocución presidencial una rama mas de burocracia con enormes gastos de por medio, anunciando medidas que solo nos hunden más y más en el excremento que nuestro devorar sin reserva a dejado por sociedad, comprendo que en realidad no hace más que acelerar la locomotora puntofijista revolucionaria, hacia el muro de la realidad que nos espera al final del túnel que no tiene luz al final.
“Lo bueno de lo malo”, es que con nuestro sufrimiento, también se acerca más rápido el final de una etapa que no tenía por qué haber existido, a menos que una sociedad no hubiese aprendido la lección que en el pasado se le ofreció aprender.
Ya lo dicen por allí: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

El “pueblo” es el que ahora debe pagar las consecuencias de haberse dejado seducir por el poder económico que como pequeña cuota de dinero prescindible, se le entregó a modo de gran popularizador de la corrupción que encontró cobijo en las instituciones, los cuarteles, las urbanizaciones, el campo y los barrios. Todas tuvieron la oportunidad de bañarse en el charquito del tráfico de influencias y el manejo doloso de los recursos, para finalmente encontrarnos simultáneamente como la ramera que será apedreada, y los que pretenden apedrearla, que ante la afirmación de Jesús de Nazaret, no consiguen quien esté libre de pecado.
Nos prostituimos como sociedad cada vez que pedimos favores a quienes deben ser servidores públicos; cada vez que usamos un contacto “allá arriba”, para conseguir un trámite, o que buscamos a un gestor para lograrlo, o que pagamos en una cola, o compramos un producto a un bachaquero que a su vez no tuvo rubor en hacer del contrabando y la reventa, el modo de sustento personal y del de su familia. Entenderán que nada de eso podía pasar impune bajo la mesa. El precio a pagar como sociedad que se prostituyó a sí misma, debe ser pagado con moneda cara y rechinar de dientes. Por eso es que no ven luz al final del túnel; por eso es que no ven líder que no tenga rabo de paja; por eso es que ya no creemos en nadie, y si apareciera entre nosotros, preferiríamos apedrearlo como se está haciendo costumbre a la hora de atrapar a un delincuente en el barrio, ante la impunidad de la institución de justicia, y la complicidad de los cuerpos que se encargan en teoría de ejercerla.

Por eso el dólar estadounidense pasó de 4,30 bolívares, a un millón de bolívares; no hemos entendido que, tanto como se devaluó la moneda, también nos hemos devaluado como sociedad. Ya no pretendemos ser modelo para nadie; ni siquiera para nuestros propios hijos (por eso no terminamos de accionar y sacrificarnos con algún grado de coherencia y propósito), y debido a ello, es que el tiempo del renacer y la reivindicación de lo bueno y lo justo, se escapa de nuestra vista aún.

Sociedad prostituida al mejor postor que gobierna y preside; en eso nos hemos convertido pese a los abusos de los que hemos sido víctimas; usados por los altos funcionarios como muñeca sexual inflable hemos terminado, sin que mayores consecuencias sufran quienes han delinquido en nombre de todos nosotros; sociedad devaluada como su moneda, en medio de un mar negro-azulado, formado por ese excremento del diablo que insistimos en explotar y usar para corromper naciones y corroer corazones.


¿Se decidirán a hacer algo al respecto?

(Y no, no es coincidencia que publique esto hoy)

jueves, 4 de febrero de 2016

24 años desde el 4 de febrero de 1992

Un breve comentario de alguien que estuvo allí.
(Primera vez que escribo sobre esto).
Participé siendo soldado adscrito a una unidad de infantería; estaba de permiso cuando escuché en la madrugada la noticia por la televisión; al amanecer me fui al cuartel, en un impulso irresistible de defender la constitucionalidad del país, aun a pesar de los gobiernos cuarto republicanos de ese entonces, que no hacían mucho esfuerzo por disimular ya sus arbitrariedades y acostumbramiento a lo incorrecto e indecente.
Mi intención de combatir el golpe en progreso se vio abruptamente amenazada cuando en un puesto estratégico de control vial de los que se habían alzados en armas, fui interceptado en el camino y retenido contra mi voluntad junto a otros militares  que habían intentado pasar minutos antes que yo; (recuerdo a otros compañeros que llegaron luego, estando todos nosotros precedidos por dos pilotos de la FAV que se dirigían a su comando y corrieron la misma suerte que yo.
Las horas pasaron, al tiempo que los eventos de aquel día permitían que quedáramos en libertad al deshacerse el punto de control rebelde, y aún con suficiente tiempo para que todos avanzáramos, pudiendo en lo particular, llegar a mi cuartel e incorporarme a la respuesta que las fuerzas leales al orden constitucional estaban ofreciendo.
Lo demás es historia ya lejana y de la que prefiero no caer en demasiados detalles: Los que alentaban el golpe de estado, no lograron sus objetivos, y en mi memoria quedaron los intensos recuerdos de un día de disparos, confusión, peligros y riesgos que solo pasados los años, debí reconocer cuán cerca estuve de morir. (Una tanqueta pro gobierno casi ametralla la unidad donde me desplazaba a medianoche de ese  4 que terminaba, al confundirme con los rebeldes: ver que te apunten y amunicionen una browning calibre .50, a solo 10 metros, no es cosa que se olvide, luego de haber estado todo el día con el traqueteo de los “FALES” 7.62mm). No sé cuantas armas terminé cargando y guardando esa noche; nunca más volví a ver un camión lleno de tan variada gama de armamento, tirados unos encima de otros como si de ramas secas se tratara. Las municiones se desparramaban a mí alrededor, y solo mi soñador honor impidió que algo quedara en mis manos o bolsillos.
Al fin, una media noche para darle paso al 5 llegó, y lo que más recuerdo es el silencio y lo solitario de las calles por donde circulaba con mi salvoconducto; era como ver un día de censo nacional, hecho noche y multiplicado por diez en la intensidad de soledad…
Los siguientes días fueron de reflexión. ¿Qué había pasado?; ¿Había sido un error, o un acierto?; ¿Por qué fallaron?; ¿Por qué el gobierno estaba tan sorprendido por los eventos; ¿Por qué las cosas que sabíamos debían hacerse para enmendar la situación del país, terminaron pretendiendo imponerse por la fuerza?
No podía negar que simpaticé inicialmente en los primeros meses que trascurrieron, con el arrojo de estos ex compañeros de armas, que habían arriesgado sus vidas por un ideal; mi vida como soldado tan solo con jerarquía de tropa, (pues estaba alistado en un pelotón de reconocimiento mecanizado), también llegó a su fin y sin remordimiento, un año después. En ese entonces las esporádicas muestras de propagandas que apoyaban a los insurgentes, eran de discreta distribución, y recuerdo haberlas guardado como muestras de material subversivo, aunque simpatizara con el arrojo inicial de los protagonistas; simpatía que no incluía al que comenzaba a despuntar: Hugo Chávez. Como militar que había sido yo, conocía su pobre papel en aquel episodio, solo salvado por los errores comunicacionales del entonces presidente Pérez, que le permitieron por cierto venderse como el adalid de los sueños de una mejor patria. El camino sinuoso y peligroso comenzaba su recorrido en Venezuela, y pocos lo entendían y muchos menos sabían denunciarlo.
Mi última muestra de interés genuino por aquellos personajes murió el día que Chávez llegó por primera vez a la Habana, y afirmó sin tapujos su pretensión revolucionaria. Enajenamiento insoportable, en la misma escala y magnitud del de un Rafael Caldera aceptando al lado de un presidente Clinton de visita en Caracas, su afirmación de que “todo aquí estaba chévere”.
Más de dos décadas han pasado, y solo los zalameros de aquel periodo (del que vi el ocaso que lo precedió un 3 de febrero, para amanecer y crecer a partir de un 4 del mismo mes), han quedado en el poder, como manada de perros caprichosos y salvajes sin dueño. Sus respuestas ante el colapso generalizado, solo son ladridos desaforados y rabiosos, sin ninguna posibilidad de raciocinio por la misma naturaleza que les dio vida.
Hace 24 años luché contra la chispa insurreccional que dio origen a esto que ahora languidece, y pese a poder decir que hice lo correcto a la luz de los sucesivos eventos transcurrido en todos estos años, aún todo se me antoja como un recuerdo incomodo que como piedra en fardo, he debido llevar sobre mi hombro, en un camino que se ha mostrado cada vez más cuesta arriba, sabiendo que las ideas realmente valiosas y necesarias, languidecían en el olvido de las conveniencias no reveladas.
Ahora en el crudo presente que no cesa de abofetearnos usando nuestras propias oportunidades desperdiciadas como base para forjar las manoplas que nos sacan sangre sin misericordia, pareciera también que aguardamos, -como si de un pueblo supersticioso de la antigüedad se tratase-, estando a la espera de aquel cataclismo que anuncie definitivamente el presentido (y casi anhelado), momento del fin del mundo, pero del mundo de la corrupción y destrucción moral que como sociedad, hemos permitido en todo sentido existir entre nosotros, y que muchos malinterpretan como nacido hace 24 años, cuando en realidad, su germen había sido sembrado muchos años atrás, desde aquel primer momento en que la insensatez, consiguió guarida entre nuestros políticos ni bien comenzada la década de los setenta.
Y hablando de mala semilla, no me olvido de ti, Nicolás Maduro. Tu éxito como zalamero mayor junto a tu pareja, devenido en señor de la nada reinante, de lo infame y opuesto a la más elemental ética, no puedo permitir que pase en vano por la historia de este país. Hay lecciones importantes que sacar y apreciar.

Seguiré escribiendo, aunque sé que no necesitaré de otros 24 años para cerrar tu insulso capitulo. Ya hoy no aguantas un referéndum revocatorio constitucional.

Nada cambia con los motores de Maduro

(Aunque más preciso seria decir que son los motores del chavismo; todos ellos).
Uno tras otro sin embargo, independientemente de que sean obra de Chávez o del negligente de Maduro, todos los motores han ido quedando como inservibles maquinas, (salvo el MOTOR DE LA CORRUPCIÓN, instalado detrás de la fachada levantada mediante la mentira sistemática).
A veces los motores restantes han quedado oxidados porque en realidad nunca se usaron; a veces terminaron quemados porque se les dio un uso inadecuado; en otras oportunidades, los motores quedaron incluso aún en sus empaques, porque lo importante fue en sí el tramite mil millonario en dólares que se hizo, (en provecho de pocos, naturalmente).
No importaría si eran a combustible o a electricidad; igual no sirvieron, porque o bien no había electricidad por el negligente manejo de la industria eléctrica venezolana, o bien porque no obstante la gasolina barata, sufrían de falta de repuestos y mantenimiento, a manos de  los mismos funcionarios que se encargaban de las gestiones burocráticas y de las jugosas tramitaciones en dólares.
Entre los motores de Chávez, y los motores de Maduro, lo cierto es que han vuelto una chatarrera el país. Como el más inescrupuloso de los importadores de equipos usados, el gobierno administrador de los dólares subsidiados y siempre ambicionados por pocos  a costa de nuestra miseria social, encontraron en cada proyecto que inventaban, y en cada necesidad de conseguir alimentos y equipos que se requirieran (por la no producción de estos en el país), una oportunidad única con la cual lucrar, dando al traste de forma inocente pero sistemática, con las buenas intenciones que muchas veces respaldaron a las ideas que posteriormente fueron endosadas injustamente a un personalísimo proyecto político que se cimento sobre la discriminación de todo aquel que no lo compartiera, con las consabidas consecuencias que ahora padecemos, sin remedio que sea capaz de imponerse.
Hoy, con la patética realidad que nos abraza, con todos los motores (menos el de la corrupción), fuera de servicio por ser incapaces de “acoplarlos” con algún sentido de eficiencia o eficacia, a cosa alguna que cumpla una función constructiva, El ya “políticamente herido de muerte” presidente y negligente Nicolás Maduro contempla sin reconocerlo, los agónicos últimos tiempos de toda esta etapa revolucionaria llena de innecesaria torpeza, donde aún oficialismo y oposicionismo buscan casi que inútilmente las soluciones, teniendo como denominador común, la exclusión del actual presidente de la ecuación final, sin saber que el tiempo de todos ellos obligatoriamente debe pasar, tras la muerte y resurrección política de la sociedad venezolana.
Maduro seguirá siendo el figurín que le dio cara a esta moribunda segunda mitad de la decadencia sociopolítica y económica que ahora comienza a cerrarse tras décadas de cuarta y quinta república.
El efecto del “Niño Maduro”, no es la causa de nuestros males; como todo proceso cíclico natural, también en la "naturaleza de las sociedades" ocurren ciclos originados en la soberbia de las masas y quienes eligen para gobernar, que hacen surgir fenómenos como el "niño Maduro", y nada más como la consecuencia de un mal proceder social/colectivo que hemos tolerado y aceptado desde los ochentas, con Chávez en medio como el gran "secuestrador sin mala intención" (porque así lo dejamos y quisimos), de las ideas que nos pertenecían a todos.

Seguiremos flotando en la nada con un presidente que no convence en nada que hace (o nos hace), ofrendando a los dioses de la futilidad, durante cada día que pase, hasta que Nicolás Maduro y todos los personajes que tras él detentan el poder, hayan salido del poder y pagado con moneda fuerte, de justicia y constitucionalidad, los delitos cometidos.
No hay justicia con impunidad; no hay rectificación posible sin consecuencia judicial pública y notoria para los responsables; no hay cambio posible; no habrá moderación y ahorro para los proyectos que nos esperan como nación, si seguimos gastando más de lo que nos ganamos.
Estamos muy cerca de aquel temible umbral que advirtió Bolívar, el verdadero Libertador que es visible con solo indagar en nuestra historia real: “Llega el momento en que el castigo a los delitos no es suficiente”. Tiempo hay (pero muy poco), para enmendar y evitar cruzar la línea que deja atrás a la institucionalidad basada en nuestra constitución; poco queda para traspasar la dura línea del camino que derrama sangre inocente.

Estamos a tiempo, pero por poco.