Supongo
que no soy el primero que medita este tema desde la óptica del “Bolívar viejo”,
pero la reflexión comprenderán que era inevitable; como tengo mis añitos,
recuerdo plenamente la era del Bolívar antes de la conversión realizada por
Hugo Chávez en la década del 2000; tanto como recuerdo haber pensado en quiénes
se hicieron millonarios con el jugoso negocio de convertir la moneda de todo un
país hacia un nuevo referencial que a todas luces resultaba inútil, al no venir
acompañado de medidas eficaces para el control inflacionario y la correcta estimulación
del aparato productivo y de ahorro, de acuerdo a los más elementales
razonamientos que pudieran hacerse, y los años, -para mi pesar-, lo han demostrado.
No
había ninguna necesidad de realizar semejante esfuerzo y gasto; era como pintar una casa aun sabiendo
que primero había que frisarla nuevamente; no existía una necesidad real y
honesta de modificar nuestro marco de referencia monetario, como para que únicamente
los menos sapientes, se sintieran con la posesión de una moneda realmente
fuerte con la que comprar cosas, sin ir más allá de una mera ilusión.
(Todos entendemos que en buena parte esto
se hizo en el marco de ese gran “reseteo” que Chávez pretendía darle al país,
-sin resistencia coherente de parte de una oposición seria, y sin molestarse al
final en cambiar ninguno de sus “componentes defectuosos” en realidad, como si
se tratara de una computadora que necesitaba una actualización, y con el
resultado dilapidario que tenemos ahora entre manos)
Lo
cierto es que si en un simple ejercicio mental, mantengo la relación paritaria dólar-Bolívar
del pasado, -sin hacer la susodicha conversión monetaria-, debo decir que el dólar
negro vigente ha superado la barrera del millón
de bolívares. Una barrera que causa vértigo; recuerdo que hace menos de
30 años, con un millón podía comprarme una casa decente en un proyecto urbanístico
en una ciudad cualquiera de Venezuela. Lo que hoy cuesta un dólar extraoficial,
era todo un mundo antes de la llegada de Chávez.
Inevitable
es entonces la pregunta: ¿Por qué esta
enfermiza inflación?;
¿Por qué no puedo medir
el grado de éxito del gobierno de Chávez, con esta regla que es la que ahora me
hace subsistir?
¿Por qué hemos tenido
que gastar tantos recursos y energías como sociedad y nación, en cabalgar a un
demonio (la inflación), que nosotros mismos alimentamos y cuidamos?
¿Cual sigue siendo la
terrible falla estructural que nos está matando de a poco, como el cáncer que
hace metástasis en un organismo que se reniega a salvarse a si mismo?
Hoy
no puedo, -como no he podido en todos
estos días-, escribir algo en referencia a cualquiera de los inútiles/inmorales/negligentes/culpables
funcionarios de esta debacle nacional
encumbrados en los distintos niveles de gobierno; sería decir más de lo mismo.
Hablar de esos militares que hoy son protagonistas de la defensa de este “gobierno”
sería un poco más del mismo asunto inútil también; ¿Y de la oposición?: pues también
constituiría la misma pérdida de tiempo. Hablar del PSUV es como hablar de aquella
célebre gallina que muerta su cabeza, aun seguía comiendo y defecando como una sonámbula
ya sin capacidad de percibir casi nada de la realidad que le rodeaba.
El
tema que si se levanta como el centro de todo, es el de la sociedad incapaz de
articular una solución por consenso; el de una sociedad dividida en su
arrogancia, y que ya opera dentro del silencio del desesperado, únicamente alterado
por una que otro saqueo, cuando la oportunidad de actuar con la inmoralidad del
que siempre tiene una excusa, se le presenta, en la forma de un camión mal
parado, averiado o volcado.
No
voy a negar que yo mismo me he retraído ante tanta depravación gubernamental e “institucional”;
el tiempo y la energía que hay que dedicarle al tema de sobrevivir con dignidad
teniendo familia e hijos que alimentar y cuidar, ocupa mucho del tiempo que me
queda luego de trabajar, cuando te has decidido a no comprar nada mediante inmorales
bachaqueros e intermediarios.
El
país dejó de ser eso que definimos como nación; ya solo es una especie de “sobreviviente
de un holocausto moral”, que pese a todo, aun tiene a los locos que le quieren
violar y desgarrar, encaramados en sus hombros. No hay decisión o acción que
moral o éticamente se levante a iluminar cualquier camino constitucional; es la
nada, y en medio de ella, un presidente destructor, loco y desnudo en medio de
un patio desierto, jugando con sus propias heces.
Nadie
quiso tomar lo suficientemente enserio las palabras de Juan Pablo Pérez Alfonzo
al referirse al excremento del diablo; todos prefirieron callar y en impronunciable
complicidad, jugar con aquel excremento que daba poder…
Solo
como lejana referencia quedaron las palabras de Arturo Uslar Pietri sobre
aquella idea suya de sembrar el petróleo; referencia del
llamado a la sensatez que nadie quiso escuchar y poner en práctica, pero si
quedó para la posteridad como importante hito a partir del cual medir el grado
de estupidez que como sociedad hemos tenido.
Como
guía de un zoológico tercermundista me siento; un guía que ya terminó su ronda
de paseo con el grupo de visitantes que le tocó, y nada mas puede decir de los
animales que sueltos o enjaulados, están allí, ni de sus animaladas que ya ni sorpresa
causan a los cansados visitantes luego
de una larga jornada en un zoológico que ni papel tóale tiene.
Ya
solo hay cabida para el pensamiento de que todos estamos condenados a vivir
dentro del zoológico, y hay que convivir con las hienas sobrevivientes que se
comieron al león y mataron al tigre. Los visitantes y yo mismo nos hemos tenido que subir al techo del pabellón mayor,
a esperar que las hienas terminen de matarse entre sí, y el resto de la fauna presente
decida hacerse caso de la situación.
Con
un millón de bolívares; con uno “de esos
de antes”, si no hubieran inventado la conversión con lo que cuesta un solo
dólar hoy, habrían podido cualquiera de ustedes comprarse un auto nuevo de
agencia en 1986. Sé que muchos reaccionaran con incredulidad, aduciendo que no
se puede hacer comparación, y ¿Saben el por qué de esa respuesta?; pues porque
la sociedad venezolana no le gusta tener puntos de comparación; no le gusta
mirar atrás y comparar; no quiere tener memoria, porque la memoria supone recuerdos,
y si estos no son agradables, duelen e incomodan, como piedra en un zapato.
La
memoria es débil cuando no se quiere recordar; sino, las palabras otra vez de Juan
Pablo Pérez Alfonso resonarían entre nosotros, como lo debieron hacer hace décadas
cuando dijo:
“Son
unos cuantos, ni siquiera todos los que aprovechamos el petróleo por alguna
posición privilegiada. Aquellos que han perdido absolutamente el sentido de
equilibrio bajo los impulsos de la codicia desbocada, quienes no pueden pensar
en el futuro nacional porque aspiran a continuar aprovechando sin escrúpulos la
acelerada liquidación de la riqueza petrolera”
Debacle
que comenzamos a vivir, y que paradójicamente se levanta como la única opción para
que los pueblos de una nación comprendan lo que debe hacerse, y lo que no debe
tolerarse. Amarga medicina de la que solo si se sobrevive, se podrá curar de lo
que aquejaba a todo un pueblo que se creyó el cuento de que el poder real era
de todos ellos…
Cada
vez que escucho a Nicolás Maduro proferir sus peroratas sin sentido, creando
con cada alocución presidencial una rama mas de burocracia con enormes gastos
de por medio, anunciando medidas que solo nos hunden más y más en el excremento
que nuestro devorar sin reserva a dejado por sociedad, comprendo que en
realidad no hace más que acelerar la locomotora puntofijista revolucionaria,
hacia el muro de la realidad que nos espera al final del túnel que no tiene luz
al final.
“Lo bueno de lo malo”, es que con nuestro sufrimiento, también
se acerca más rápido el final de una etapa que no tenía por qué haber existido,
a menos que una sociedad no hubiese aprendido la lección que en el pasado se le
ofreció aprender.
Ya
lo dicen por allí: “El hombre es el único
animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.
El
“pueblo” es el que ahora debe pagar las consecuencias de haberse dejado seducir
por el poder económico que como pequeña cuota de dinero prescindible, se le
entregó a modo de gran popularizador de la corrupción que encontró cobijo en las
instituciones, los cuarteles, las urbanizaciones, el campo y los barrios. Todas
tuvieron la oportunidad de bañarse en el charquito del tráfico de influencias y
el manejo doloso de los recursos, para finalmente encontrarnos simultáneamente
como la ramera que será apedreada, y los que pretenden apedrearla, que ante la afirmación
de Jesús de Nazaret, no consiguen quien esté libre de pecado.
Nos
prostituimos como sociedad cada vez que pedimos favores a quienes deben ser
servidores públicos; cada vez que usamos un contacto “allá arriba”, para
conseguir un trámite, o que buscamos a un gestor para lograrlo, o que pagamos
en una cola, o compramos un producto a un bachaquero que a su vez no tuvo rubor
en hacer del contrabando y la reventa, el modo de sustento personal y del de su
familia. Entenderán que nada de eso podía pasar impune bajo la mesa. El precio
a pagar como sociedad que se prostituyó a sí misma, debe ser pagado con moneda
cara y rechinar de dientes. Por eso es que no ven luz al final del túnel; por
eso es que no ven líder que no tenga rabo de paja; por eso es que ya no creemos
en nadie, y si apareciera entre nosotros, preferiríamos apedrearlo como se está
haciendo costumbre a la hora de atrapar a un delincuente en el barrio, ante la
impunidad de la institución de justicia, y la complicidad de los cuerpos que se
encargan en teoría de ejercerla.
Por
eso el dólar estadounidense pasó de 4,30 bolívares, a un millón de bolívares;
no hemos entendido que, tanto como se devaluó la moneda, también nos hemos devaluado como sociedad. Ya no pretendemos ser
modelo para nadie; ni siquiera para nuestros propios hijos (por eso no
terminamos de accionar y sacrificarnos con algún grado de coherencia y propósito),
y debido a ello, es que el tiempo del renacer y la reivindicación de lo bueno y
lo justo, se escapa de nuestra vista aún.
Sociedad
prostituida al mejor postor que gobierna y preside; en eso nos hemos convertido
pese a los abusos de los que hemos sido víctimas; usados por los altos funcionarios como muñeca sexual
inflable hemos terminado, sin que mayores consecuencias sufran quienes han
delinquido en nombre de todos nosotros; sociedad devaluada como su moneda, en
medio de un mar negro-azulado, formado por ese excremento del diablo que
insistimos en explotar y usar para corromper naciones y corroer corazones.
¿Se
decidirán a hacer algo al respecto?
(Y no, no es coincidencia que publique esto hoy)