Llegado el nuevo año, cabe
recordar para comenzarlo sanamente, algunas consecuencias que vive Venezuela
debido a las decisiones que se han tomado en el país, y que en el gran balance
nacional que podemos hacer, -más allá de beneficios que apuntan directamente a
la madurez social y que aún no son adecuadamente valorados-, terminan pesando
de forma preocupante sobre la realidad de la nación.
No hablemos en esta oportunidad de
las buenas cosas que los distintos niveles de gobierno en el país, deberían
hacer, o de las que ya pueden hacer y que deben continuar o prontamente
refinarse, y ni siquiera de aquellas que hacen de manera nefasta, engendrando
con ello una permanente y peligrosa espiral descendente de corrupción moral y
apatía social.
Prefiero hablar de algo más
profundo y perturbador, y que tiene que ver directamente con el título de esta
entrada: Cuando me refiero a país puente,
no es con la intención en esta oportunidad de tocar el tema del terrible y pérfido
tráfico de drogas, o de las políticas y estrategias que se estén aplicando,
independientemente de los resultados que estemos obteniendo con ellas.
En esta oportunidad, deseaba
referirme al fenómeno tan particular que estamos viviendo en nuestra
cotidianidad, debido a: 1).-El exceso de liquidez monetaria; 2).-Los múltiples
canales legales e ilegales que están funcionando a todo nivel social con el fin
de adquirir y revender dólares preferenciales que muestran una profunda
diferencia de paridad con el mercado negro, debido al fracaso años tras año, en
el intento de controlar la corrosiva inflación en un país que cada vez produce
menos cosas y vive de cuanto adminiculo pueda importar y vender en bodegas o grandes tiendas; 3).-El turismo colombiano y de otras nacionalidades en menos
grado, que encuentra en nuestro país la posibilidad de hacer rendir por tres o
cuatro el dinero con el que llegan, y unido a todo ello, 4).-La bajada
artificiosa de ciertos precios en productos particulares de consumo no
prioritario, pero que logran desviar efectivamente la atención sobre aquellos
productos básicos que escasean o han desaparecido de los expendios regulares, trasladándose
al mercado negro, 5).-Más allá de nuestras porosas fronteras que a todo termino y criterio, resultan
permeables al contrabando y a la corrupción.
El resultado ha sido este fenómeno
indeseable: Un país que se ha vuelto
“puente” entre lo que el gobierno importa (o permite importar), y lo que los
variados mecanismos legales e ilegales, extraen diariamente del país.
Como hemos mencionado en
anteriores entradas del blog, ciertamente cientos de toneladas de
alimentos, gasolina, gasoil, aceites, electrodomésticos, autopartes, medicinas
y hasta artículos de limpieza personal, salen de nuestras fronteras. Nada nuevo
hasta el momento; Ya lo sabemos. Lo que no hemos comprendido, insisto, es el
impacto que nuestra concepción de las cosas está teniendo para la construcción
de este puente ya permanente y muy sólido que drena nuestros recursos, para
beneficio, -nuevamente-, de pocos, de este lado y del otro de la frontera.
Ya no somos una nación con “economía de puertos”; somos una especie
de diáspora intranacional, “obsesionada” supuestamente en encontrar su
propio valor mediante el uso de un ideal internacional, exógena, (indistintamente de la corriente política desde que se le
aborde), cosa que al ser emprendida por una sociedad con identidad difusa por
los pasos previos andados, pronostica un desarraigo peligroso que deja a una
población desmemoriada en cuanto a su propia historia, sus causas y las
consecuencias vividas, muy expuesta a que los limites de los moral desaparezcan
a la misma velocidad con que desaparece la constitucionalidad, con efectos
demoledores en lo económico, y convirtiéndonos de esa manera, de forma
inexorable, en una nación con “economía
de transito”. Quizás los compatriotas economistas difieran de mi percepción,
pero les diré que esta es un tipo de economía que fundamentalmente refleja una degradación
en el ideal social, transmutando al de la mera supervivencia económica de los
individuos y de sus familias, y ello ante el continuo fracaso del estado para construir
y aportar una verdadera sensación colectiva real y verificable desde cualquier
ángulo, de la percepción de bienestar neto.
La economía de transito es la que permite esta poderosa dinámica que
dicta la pauta de todos en nuestro país al presente, desde gobierno, -pasando
por todo tipo de iniciativa u organización civil y militar-, y oposición
formal, hasta al individuo que tiene metas, ambiciones o familia.
De esta manera ha nacido y crecido
con el tiempo, un complejo entramado de intereses que en la medida de las
posibilidades, pasan por encima de la constitución y las leyes, al considerarse
actividades más “naturales” que la propia noción de constitución como elemento
rector en la génesis y moldeado de una nación; (“natural” cuando la idea de
nación, no va más allá de un equipo de futbol, de uno de competencia olímpica,
o de un equipo de beisbol). Cuando toda idea de poder y fuerza la asociamos con cosas externas a nosotros mismos y
externas a las fronteras donde vivimos, (nuevamente: Equipos de futbol o de
baloncesto, lideres y capacidades militares, poder político, etc.), por no percibirlos a lo interno de dichos
límites territoriales como una cosa más grande (aunque no más importante) que
la suma de todos nosotros, comenzamos a ver y comprender, el por qué de nuestro
peregrinar aparentemente sin sentido, por el “desierto” de lo nacional, con
resultados que nos hacen construir un conglomerado humano en permanente “transito” entre un punto y otro,
siempre allende a nuestras fronteras físicas y mentales.
Detengámonos un momento y entendamos
puntualmente el por qué de esto: Los
políticos (es decir, porción de la misma
población que logra acceder a la estructura de poder gubernamental en el país),
se han acostumbrado a creerse sus propios entramados de engaños y falsedades, y
por ello son incapaces de hablar con la verdad en los términos que quizás ustedes
y yo podríamos desear. No conciben el sacrificio como un necesario proceso de
purga para nuestras fallas, ni conciben la opción de una justicia completa, (ante
la imposibilidad de salir ellos mismos intactos de esta justicia en plena
acción restauradora de una fe nacional).
Pareciera entonces estar perdida
la capacidad de desprenderse del poder y realizar actos de humilde
reconocimiento de los errores cometidos, al desnudo. Culpar a los demás, sigue
siendo la constante de la miseria en la política nacional.
Insisto: La coyuntura que vivimos
es mayor que la capacidad de sinceridad de quienes nos dirigen, aunque siempre
queda la posibilidad humana de ver al oficialismo o a la oposición, hacer un
acto de arrepentimiento y aceptación de toda consecuencia posible, como
sacrificio autoimpuesto a favor de la sociedad venezolana. Mientras ello no
ocurra, el enorme dique de la historia seguirá acumulando injusticias,
mentiras, traiciones e intereses de poder que hacen más ancho el camino que al
tope de ese dique, usan todos aquellos que caminando en medio de la ignorancia
republicana, van de una “orilla a la otra”, traficando con sus propios intereses.
Esto sin que lo advirtamos, está determinando de a poco, el momento final en
que aquel dique no soporte más, y nos arrastre a todos hacia el ahora seco y
muerto valle dejado atrás por aquellos a quienes en nuestro pobre entendimiento,
dejamos que nos sacaron de lo que en otrora fueron, tierras verdes y prosperas,
impregnadas de esperanza y visión.
Quizás deba ocurrir aquella
devastación “valle abajo”, para que su tierra y los que queden sobre ella, se
empapen de sabiduría, “fertilizando” con eso, lo que nunca debió dejar de ser
verde y prospero. (Venezuela)
Les digo que como fue necesario
superar la etapa punto fijista para desenmascarar a los protagonistas del
momento y sus actos, para comenzar a entender los errores cometidos, crucial
resulta superar también esta segunda etapa cuarta republicana marcada por el
chavismo, para desapasionadamente, evaluar los errores para dejar por fin, -como
hemos debido hacer con otros periodos y etapas-, únicamente los aciertos que progresivamente
se irán optimizado en función de los tiempos que vivamos nosotros o más
probablemente, nuestros hijos y los hijos de estos.
Los errores y las mentiras no se
ocultan con más yerros y engaños; necesario es comprender lo que necesitamos,
mediante un nivel de sensatez casi que primaria, para entonces exigir con
contundencia, mediante el ejercicio de lo pautado en la constitución, el
ejercicio fiel de la justicia, en base a los valores que Dios nos ha inspirado
en nuestras almas y hemos llegado a denominar como moral o valores humanos.
Reunir a la impunidad, a la
arrogancia política, y a la estanflación, en un mismo territorio nacional, con
una población que no aprobaría un examen sobre la venezolanidad y su
significado, (con descripción del preámbulo constitucional incluido, en sus propias palabras), resulta
tremendamente peligroso, incluso cuando se cuenta con un gobierno estable y
profundamente anclado a los preceptos constitucionales, o se tiene a una
oposición centrada en valores venezolanistas, (que no es el caso de Venezuela,
en ambos aspectos).
Nos hemos vuelto un estado-puente para muchas cosas, pero
no precisamente para el progreso, la justicia y la libertad moralmente guiada,
que son parte de los pilares fundamentales de la familia venezolana. No se
trata entonces de que transcurra la vida de cada ciudadano, transitando con
penurias su existencia, mientras se
muerde a menudo aquello con el amargo sabor de la injusticia campante. Si el
estado, -y los gobiernos
constitucionalmente equilibrados que se suceden pacíficamente uno tras otro en
éste-, no es capaz de garantizar lo fundamental, entonces la “ley de la viveza”, y la “irreverencia” ante lo que se mostraría en
la práctica como inalcanzable para todos (es decir, las garantías que la constitución exige cumplir), toman el
control de la población, llamando a la creación de un cuadro situacional que se
asemeja demasiado a lo que tenemos entre manos como país y sociedad al presente.
El contrabando de extracción de
cuanta cosa y moneda se pueda negociar con ganancias atractivas, seguirá
ocurriendo, mientras el país se ha acostumbrado a vivir únicamente de su
reflejo distorsionado en el viejo y opaco espejo de la vida sin valores,
dándole la espalda así al origen mismo de toda luz reflejada: la venezolanidad,
hoy depauperada.
Maduro, siendo el presidente
adjudicado y solo llegado al poder por haber sido designado como sucesor
presidencial, sigue teniendo ante sí la crucial decisión (dependiendo de la
capacidad que pueda demostrar), de ser, I: El presidente de una nación-puente que el mismísimo Chávez
no logró cruzar, o II: Serlo (sin aspirar a mas de una elección), de una nación-autodeterminada en su venezolanidad,
que por su abandono de décadas, requerirá de sacrificios solo para comenzar a
avanzar.
Ahora bien; nadie se sacrifica por
nada, o por las burguesías, o por los líderes
(por muy supremos que sean), o por
las familias de estas castas. Lo hace de forma natural por su propia gente, por
sus propios hijos, y solo sabiendo que las cosas si funcionarán porque existe
una garantía de ello. La gran pregunta, sin embargo, es esta: ¿Cuándo
estaremos seguros de tener una garantía de que las cosas funcionarán?
Medítenlo, y quizás se encontrarán
al hacerlo hoy, ante un desierto en la oscuridad de una noche sin luna.
Ese realidad que experimentarán y esa pregunta, serán un tema para este próximo año.
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