Culpa del control obrero o laboral
no es. La figura del control laboral suponía una nueva herramienta en
Venezuela, propiciada por el gobierno, para aplicar la democracia participativa
dentro de las grandes empresas, mediante la participación directa de los
trabajadores en la determinación de metas y objetivos, planificación, diseño de
estrategias y seguimiento de las mismas a través de la contraloría laboral. Suponía
también una herramienta radicalmente nueva en la representación de los
trabajadores, en paralelo a los sindicatos, quienes mantienen según la
constitución y la ley, la representación de los trabajadores en los aspectos legales
de contrataciones y demandas laborales, como por su lado lo son los comités de
seguridad industrial, a través de la LOPCYMAT.
Pero los consejos de trabajadores
terminarían yendo más allá; se podían convertir en los auténticos
representantes de los trabajadores frente a toda iniciativa empresarial o
gubernamental. Estaban llamados a erigirse como la tribuna donde las asambleas
de trabajadores podrían despertar como un nuevo liderazgo, y asumir el control
constructivo e innovador.
Esto, claro, no podía permitirse…
Las dirigencias empresariales del
estado, al mismo tiempo que las cúpulas de todos los sindicatos, sin importar
la orientación política, descubrieron el riesgo inmediato que el surgimiento
del control obrero suponía para ellos mismos. Las cartas estaban echadas: El
control obrero debía limitarse y manipularse.
Tuvieron éxito…
Hoy, los consejos de trabajadores
son meros figurines de cera; cosas maleables que pueden adaptarse a las
necesidades propagandísticas de las respectivas gerencias donde existen, y de
los sindicatos que mantengan el control del poder. Atrás quedaron las
iniciativas de los trabajadores; atrás quedaron las inquietudes individuales de
los trabajadores que tenían por fin, una plataforma sincera y cristalina,
abierta a todo, para conformar una tribuna de reflexión, de crítica, de
propuestas serias para mejorar, en definitiva, de expresión de aquellas
verdades que solo en susurros y entre pasillos, se decía.
Pero la criatura nació enferma;
nació manipulable, en los brazos de quienes de bando y bando (las nuevas gerencias
y sindicatos), vieron la oportunidad de redituar dividendos políticos
particulares. Los propios entes internos encargados de conducirla inicialmente
a través de la estructura de cada empresa, para desenvolver con éxito la
gestión obrera, sucumbieron rápidamente a las necesidades particulares de los
gerentes que declarándose revolucionarios, encontraron en ellos la herramienta perfecta
para hacer proselitismo, con el descaro necesario para arremeter abiertamente y
sin consecuencia alguna para sí mismos, contra aquellos que en su intención de
honrar las posibilidades revolucionarias y sociales del movimiento obrero, intentaran
arremeter contra el statu quo establecido, muy a pesar de las consignas de
igualdad manifestadas por el gobierno.
El resultado: Un raquítico y
difícilmente revivible movimiento obrero genuino, limpio de pecado sindical,
libre de mala intención gerencial.
La sangre de Abel fue derramada
una vez más.
El control obrero es materia
pendiente por aprobar en Venezuela; una más. La experiencia no ha sido en vano;
las lecciones más valiosas, como en muchos terrenos de la realidad venezolana,
surgirán de entre los restos de cada cosa, como en el caso del control que hoy los
gerentes y sindicalistas pisotean sin miedo, creyendo haber logrado su
cometido.
Podrán nadar en las riquezas
resultantes de sus actos, pero nada es eterno.
Confío en que la impunidad tampoco.