No puedo detenerme mucho en esto, porque quien vio y escuchó la transmisión del partido lo debió comprender todo.
Un espectáculo que llenó el bolsillo de alguna empresa, y que casi quiso hacer del encuentro de futbol, una cosa de segundo plano. Unas entradas carísimas, insulto a quien quería ir a ver a nuestra selección, y cosa digna de ser pagada para quienes querían ver a los jugadores españoles campeones del mundo y del universo, en el mundo “pesetero” de la FIFA.
Por fin, cuando los dejaron por fin desenvolverse como jugadores en el campo, vi a una selección que salió como equipo a jugar, mientras escuchaba a una fanaticada dividida y perdida entre el amor de patria, y el amor por la “madre patria” (España).
Nada retumbó con más fuerza que las nombres y los vítores por las estrellas españolas, mientras nuestros muchachos hacían gala de más amor y bolas, que quienes aguardaban en las gradas por el juego bonito español.
No tengo nada en contra de los españoles, que en todo caso son solo los descendientes de aquellos que plagaron de miserias a aquella América que los ingleses no controlaron, pero no esperen que entre la vida de ellos y la de nosotros, dude en escoger a nuestra gente.
Reflexionen cuando vean estos espectáculos. Mediten sobre el comportamiento del que hacemos gala cuando las circunstancias exigen de nuestra seriedad. Observen como pagamos por una camiseta española, pero escupimos a un anciano que pide en la calle.
Yo no tengo dudas: La Vinotinto ganó por salir como equipo; Venezuela perdió por salir dividida.
Anótense un autogol, que ni siquiera se dieron cuenta.
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