Hay tantas cosas aún de las que hablar sobre Venezuela, sobre Latinoamérica y sobre el mundo, que en ocasiones, me resulta difícil seleccionar que tema importante, debe ser publicado antes de otro igualmente importante.
No puedo menos que desear sentarme en la cumbre de una montaña, mientras observamos, como los acontecimientos se suceden a la distancia, desde donde el tronar de los fracasos, y los cantos de los éxitos, no se escuchan, y la verdadera dimensión de esos eventos, puede ser percibida y utilizada.
Allí podríamos ver cual sendero es el de la sensatez, y hasta como testigos mudos contemplaríamos a veces a las masas, arrojarse por los despeñaderos que aguardan entre las montañas. Lejos estaríamos, sin embargo, de la frialdad de aquellas montañas: nuestros corazones arderían con el deseo de ayudar y prevenir aquellas malas decisiones a la hora de tomar caminos, pero no dejaríamos de recordar al mismo tiempo, que Dios ha marcado caminos, en lo que el mismo creó, y optaríamos por aguardar en silencio, a que las masas consigan llegar hasta donde estamos, para que juntos sigamos ascendiendo.
Y llegarán, porque las cúspides de la sensatez, de la sabiduría y el entendimiento, no están vedadas a nadie; en nuestra condición humana, alguien no es mas ni menos que otro, y solo el hombre mismo demarca con egoísmo, territorios como si de perros siguiendo el sin sentido de sus ya viejos instintos, orinando las paredes de la vida, se tratase…
Mientras, la casi infinita dinámica de los acontecimientos continua, y nosotros tomamos aire para continuar, aunque para estos días, mi concentración se desvía hacia mi familia, y recuerdo a quien celebramos en estas fechas, por su nacimiento, y por las profundas lecciones de amor que nos dejó.
El próximo año no será únicamente una revolución más de la Tierra alrededor del Sol; será también un ciclo de 365 días para que planifiquemos nuevas metas y retos; los años son ciclos, porque forman parte de los periodos necesarios para planificar. Los antiguos los necesitaban para planificar las cosechas; nosotros para planificar nuestra supervivencia y éxito.
A los que no creen en un Dios absoluto, que nos espera con amor, les deseo que logren conseguir algo que los haga seguir viviendo; a quienes creen en Dios, les deseo alcancen vivir y dar de su amor supremo. A todos, les doy la bendición de Dios, y mi sincero convencimiento de que alcanzarán las metas que en lo profundo de sus almas, lejos del materialismo de este mundo, aguardan por su dicha, por su felicidad.
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