O quizás si sean tesoros. Tratar el tema del campo venezolano, ya de entrada me parece casi un “pecado”, por pretender cubrir de alguna manera, aunque sea “a vuelo de pájaro”, en un solo artículo del blog, este asunto socio económico de la nación.
El tema es complejo, de vieja data, y con una consecuencia sobre la psique del colectivo venezolano, que no puede menos que considerarse casi como una simple alusión lo que pueda escribir aquí.
Sobre la concepción de lo que la nación es, la imagen del venezolano del campo, no es en definitiva, la misma imagen que tiene el venezolano de la ciudad; la influencia extranjera, vía de los inmigraciones descontroladas, o vía de la ingerencia de los gobiernos, y empresas internacionales, han repercutido de manera distinta también sobre estos colectivos, haciendo mas difícil la integración de un único sentimiento nacional y venezolano.
Podríamos con seguridad hablar hasta de diferencias existentes entre los que habitan en los sectores urbanizados y el centro de las ciudades, de los que viven en los barrios desorganizados y desentendidos gubernamentalmente, pero estas diferencias aún resultan mínimas al compararse con la de este grupo todo, y la del campo venezolano.
Ese campo venezolano que representaba la mayoría del país antes del boom petrolero, y que se convirtió en un campo abandonado en su dimensión humana, de una manera tal, que aun ni 11 años de intentos, éxitos y fracasos del actual gobierno venezolano, han sido suficientes para enmendar ni en un 50 por ciento, lo “no hecho”, allí por los gobiernos anteriores.
Allí la inmensa mayoría de los que quedan trabajando directamente en la tierra, no son dueños de la misma. Antes nos dicen, eran de los grandes explotadores; ahora, se afirma, es de la nación. Los que menos, contaron en el pasado cuarto republicano, con asesoramiento y proyectos gubernamentales que lamentablemente, no se mantuvieron en el tiempo, propiciando la aparición de la corrupción rural, al darle forma a la desviación de los recursos estadales inicialmente asignados a la explotación agropecuaria.
Hoy en día, el campo venezolano, es donde mas se hace patente aquella expresión centralista que denomina a cualquier población que no sea Caracas, como del “interior del país”, como si de tierras lejanas y de difícil acceso se tratara, cuando la realidad es que Caracas es en efecto, el “exterior” de Venezuela, por ser la “careta” que oculta la verdadera debilidad: nuestra mentalidad sobre todo aquello que no sea ciudad y su tendencia al consumo insano, limitado solamente por la capacidad que como colectivo, tenemos para endeudarnos en lo personal.
El problema del campo venezolano es el problema de la vida en las ciudades donde el mundo se reduce a esa urbe: No importa cuanto dinero produzca el petróleo y la exigua capacidad productiva agropecuaria venezolana: todo ello se debe invertir en mantener con vida artificial, a las megas ciudades de miseria que no cesamos en agrandar, encumbrándose en esa estructura que todos soportamos sobre nuestros adoloridos hombros, a la gran Caracas que mencionábamos. Por esa razón la mayoría de las instituciones educativas agropecuarias importantes del país, están en las ciudades y no en el campo; por eso los grandes dueños de tierras en esta nación, sean inmigrantes, políticos o simples venezolanos que supieron cabalgar sobre la miseria de otros aprovechando el orden social establecido, solo van los fines de semana a sus haciendas y fincas para pasear; por eso es que los agricultores sin poder económico, tienen que esperar que el intermediario transportista les compre a precio de “gallina flaca”, los productos que con su sudor y quizás el de su familia, se cultivaron, para luego revenderlo a precios sórdidos, en las grandes ciudades.
De la misma manera, la dispersión y baja densidad poblacional rural resultante de la continua migración hacia las ciudades luego del ya mencionado boom petrolero (caso semejante al de otros países también monoproductores y petroleros), hace poco importante políticamente los votos de esos venezolanos, por lo que pocas son también las obras dignificantes materializadas en esos sitios.
Por esa razón, es que cualquier migaja dada allí, parece un tesoro; por eso es que el presidente venezolano en ejercicio, seria defendido con la sangre propia de los “campesinos” si fuera necesario: porque simplemente le ha dado a esa población, aunque de manera imperfecta y rodeado de negligencia, parte de lo que el campo venezolano a exigido durante décadas: atención, humanidad, dirección de desarrollo e inspiración de colectivo.
¿Qué es muy poco?; bueno, pregúntense que les dieron los anteriores gobiernos, y que hicieron esos mismos gobiernos por estimular una sociedad coherente, unificada, e intensamente venezolana.
Eso si es muy poco en realidad, si me permiten decirles. Los trabajadores del campo, han sido, y siguen siendo en gran medida, los hombres y mujeres más marginados de las políticas laborales, sociales y de salud del país, solo superados por las miserias que el hacinamiento y la degradación causan en las barriadas venezolanas.
¿Saben?, esta realidad que les describo, se adapta perfectamente a la del campo latinoamericano todo. Simplemente estamos hablando de Venezuela, porque como les he comentado, “el orden, comienza por casa”.
Vamos, no duden de esto: el típico trabajador del campo venezolano, es un hombre que se levanta a la faena ya a las 4 de la mañana, sino antes, para pasar el día laborando bajo el sol, y descansando, dentro de las mismas tierras donde trabaja. Al final de la semana, cobra su pírrico jornal, que muchas veces no llega al salario mínimo en su justa dimensión.
¿Su casa?; seguramente esta cerca, y cuidado si no esta localizada en la misma tierra que trabaja para otro, es decir, que no es de el. Allá sus hijos seguramente deben caminar bastante para llegar a la escuela…
¿Y si se enferma el o su familia?; bueno, antes tenia que ver como llegaba a una gran ciudad, porque casi seguramente que el ambulatorio de su población mas cercana no tenia médicos o medicamentos. Ahora la situación ha mejorado enormemente, con los centros del “barrio adentro”, pero claro, son atendidos por médicos extranjeros, pues que de paso, difícilmente un medico venezolano, después de estar 6 años en una universidad en la ciudad, soñando con ganar millones de bolívares mensuales con consultas en clínicas y hospitales al estilo gringo, con aire acondicionado, no esta para nada, ganado a vivir compartiendo la “fortuna” del que vive en el campo…
Allí comienza el meollo del asunto: la mala calidad de vida. ¿Cómo llevar la calidad que ni en las ciudades venezolanas existe, hasta el campo y sus dispersos centros poblados? Transportes seguros y eficientes, servicios completos, educación, industrias asociadas, distracción y seguridad publica, son algunos de los elementos a existir en el sitio, para que desde un medico, hasta un agrónomo, sin olvidar al político y funcionario publico que dan “un ojo” por vivir en “la capital” de la republica, deseen vivir permanentemente en el campo.
No es sencillo, y hasta raya en lo utópico; países como EEUU no lo han logrado plenamente, y ni hablar de los demás. Sin embargo, no por ello, no podemos conseguirlo.
Esta verdadera descentralización, debe estar acompañada de un traslado efectivo del bienestar social, hacia todo el país. No puede ser artificial, creando ciudades revolucionarias, que solo se alimentan del dinero gubernamental. Tiene que surgir de la mejora espontánea que la gente le haga, con la inspiración estatal ya citada.
El campo venezolano requiere mas atención; es parte natural del espíritu nacional atender a cada uno de sus ciudadanos, sin importar donde se encuentre. La agricultura, la agroindustria asociada y muchos otros aspectos técnicos y científicos claves del desarrollo nacional, deben ser instalados estratégicamente en esas tierras que dieron con su riqueza primero, y luego con su extensión enorme, campo de batalla para la gesta independentista. Sus hombre y mujeres, y los niños que conforman las siguientes generaciones, requieren de estos cambios, ya.
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