¿Existe realmente ese país?;
¿Cómo coexisten dos naciones en la misma
tierra: una envilecida por quienes la regentan, y otra que se levanta en
nuestro imaginario llena de dignidad, belleza y sueños de justicia?
Pese
a las interrogantes que sirven de titulo e introducción a esta entrada del
blog, -y a las proféticas palabras cuya autoría
se asigna a Renny Ottolina mediante la imagen adjunta-, deseo pedirles que hoy al comenzar a leer se
deslastren de toda percepción negativa, -incluso
de la que puedan tener de ustedes mismos-, porque se hace necesario
reconocer entre todos que los venezolanos poseemos en conjunto, un potencial
enorme e imposible de ocultar, y que sí es posible alcanzar esa imagen
del país posible que nos imaginamos y elegir ser radicalmente distintos,
y por cierto, radicalmente justos.
1.- La Venezuela indigna, fea, y sin
sueños: ¿Existe realmente ese país?;
Como
primer paso para soltar lo que no somos, hemos de reconocerlo en su
forma y fondo, y muy importante: sin explicaciones o historias que lo
suavicen. Esa Venezuela cruel definitivamente
sí está entre nosotros, y lo hace a tal punto que prevalece sobre la otra (la Venezuela posible y bella), porque
esta última está ahogada en el
divagar que como sociedad mantenemos al ver todo en “dos colores” (blanco o negro,
bien o mal, oposición u oficialismo, amigo o enemigo), con lo que
terminamos dispersos, débiles y vulnerables frente a los políticos y personajes
públicos que apalancándose en el conflicto (el
funesto “divide y vencerás”), recogen para sí mimos los mejores resultados
y beneficios.
Dejar
de enfrentar los opuestos que imaginamos nos situará por encima de la dualidad (y en consecuencia, por encima de la
manipulación), lo que dará paso de forma natural a individuos y sociedades
abiertas a la conversación desapasionada, a la posibilidad de un país libre de
partidización política, de continuos señalamientos estériles y de constantes escupitajos
hacia el cielo, con lo que la vida nacional discurriría en equilibrio, en lo
sereno, y por qué no decirlo, en el amor.
Mientras
tanto, a falta de ese equilibrio la realidad nos abofetea hasta desfigurarnos el
rostro social, y lo hace con una verdad que como martillo invisible no somos capaces de ver aún: que si
un pueblo se divide en su fin último (la oportunidad de prosperidad para todos), y termina por no darse el permiso de ser
gobernado por sus mejores ciudadanos, lo será entonces por los peores de
entre ellos, y ya luego de que se hagan estos últimos con el poder, no
importará cuanto intento pacífico se intente para retomar el control.
La
tesis del dominio de los peores se hace evidente en la Venezuela
contemporánea a través de una interminable procesión
de mentiras que han firmado en la lapida del país bajo los pseudónimos de “elecciones democráticas para todo”, “consultas
populares vinculantes” (cuyos
resultados nunca se vinculan a nada), y de “referéndums” (siempre entubados),
todo lo cual nos fue en cada ocasión entregando resultados siempre amañados y
acompañados por silencios incómodos y
sordas complicidades de lado y lado.
Cuando
aceptemos que esto es así, es que podremos comenzar a notar (aunque sea con alarma y desasosiego inicial)
que efectivamente, la Venezuela indigna si existe, y lo hace porque el concepto
de ciudanía ha ido desapareciendo como forma válida de vivir y de expresar (y ejercitar) lo correcto en alguna
dimensión de cooperación social y respeto; que la Venezuela fea si existe, y lo hace como consecuencia directa
de la desaparición de cualquier estética
ciudadana y gubernamental que hiciera visible el ejercicio constitucional de
los mandatos y planes de la nación, y por darse esto último entonces es que la Venezuela sin sueños es una realidad,
porque resulta que allí donde no hay
libertad, tampoco puede haber dignidad colectiva, y ello cierra el círculo a
escala nacional que como pesadilla en
reemplazo de un sueño, nos agita y extravía existencialmente dentro y fuera
de las fronteras del país.
2.-
La realidad que se desliza de lo colectivo, hacia lo individual.
Si lo indigno, lo feo y la rendición
ante la falta de sueños capaces de
conectarnos con un proyecto de rescate nacional cohabita en mayor o menor grado
en el corazón de los individuos, ¿cómo
superarlo?
Solo
hay una manera: Entendiendo que la naturaleza a nivel físico aborrece el vacio y que en
contraposición a las nociones de indignidad,
fealdad y sin sueños que nos domina y subyuga, podemos apelar a lo que
el español Pedro Baños resume muy bien en una sola frase:
A lo ético, a lo estético y a lo épico.
Y
es que a mi modo de ver las cosas, la única manera de romper la maldición que nos lleva de continuo a
dejar una cruel herencia para las siguientes generaciones, es estableciendo un marco de referencia a modo de valores humanos accesible
para todos y que nos identifique como venezolanos (lo ético), lo que nos permitiría organizar, desarrollar y hacer
florecer la capacidad para establecer líneas claras de dignidad (lo
estético) que admitan entonces la posibilidad de dibujar en una sola “hoja de ruta nacional”, un equilibrado “Plan de Desarrollo y Progreso”,
caracterizado por su coherencia y sostenibilidad en el tiempo debido a la
participación y consenso de las mayorías ahora con una visión y un sueño claros
(lo
épico).
(Para
esto hemos sugerido varias ideas y propuestas en el pasado, como “el decálogo”, “la guía del ciudadano”, y “la mesa de cuatro patas de los valores
nacionales”, entre otras).
Esa
especie de hoja de ruta que he
expresado, es piedra angular y fundacional en mi opinión; no hacerlo es privarnos
de un punto de referencia en el que nosotros, -cada uno-, sea esencial, sino que además evitamos con esto el mantener
el extravío que anula a la ética, a la estética y a la épica de nuestra mente colectiva, y como retruque, de la de muchísimos en su mentalidad individual.
Al
insistir todos en manejar un complejo de inferioridad reduccionista como hasta
ahora (siempre atizado por la carencia de liderazgos coherentes que
porten imbatibles banderas de valores y conciliación), permaneceremos dando
vueltas en círculos. Insistamos en esta última idea: La falta de liderazgos que
actuaran como ejemplos vivos y palpables entre nosotros (y no sobre nosotros), ha permitido que la noción de “ciudadanía” haya ido quedando relegada
más bien a algo así como una opción
accesoria y cursi sin impacto real,
más que a un deber con consecuencias
claras por su aplicación y defensa colectiva.
Por esto que mencionamos es
que Venezuela ha terminado siendo administrada desde Caracas con una estrategia
donde predomina el aparato militar como gerente
y tesorero al estilo cubano, en una intima complicidad con la corporación resultante de la cooperación
oficialista-opositora que tras hacerse del poder económico y mediático, no ha
conseguido más resistencia ni han tenido que enfrentarse a ninguna disidencia
contundente sobre el terreno o sus fronteras.
Es en esa fatídica resignación
en la que nos hemos hundido hasta esta peligrosa forma de concebir y vivir a
Venezuela, y que parafraseando a Aldous Huxley, nos ha arrastrado a un ambiente
bizarro en el que debemos tener el cuidado de no manifestarnos ni muy racionales ni muy honestos, porque
en una nación ya sin dignidad colectiva,
el ciudadano integral no se convierte en rey ni en visionario, sino en potencial
víctima de un linchamiento que cuando no es de la mano de los defensores de la
esclavitud voluntaria, lo son de la mano de las mafias que los gobierna.
Recuerden los aspectos que
humanamente intuimos como cruciales para el progreso y la prosperidad: la
verdad, la honestidad, el derecho, y la obligación (que en suma son aspectos del amor).
Aceptemos que hemos olvidado
por accidente -o por miedo-, que
cualquier proceso de cambio donde pretendamos tener éxito, solo
puede ser funcional y verdadero en cuanto seamos nosotros los que tengamos el
poder real en las manos por vía de la contundencia pacifica o de la fuerza de la
violencia organizada y sin retorno.
Para lograr esto, retomemos lo
que inicialmente mencionábamos: Tenemos que dejar de lado las acartonadas nociones
del bien y del mal de corte cuasi religioso que insistimos en manejar
diariamente a instancia de los mismos políticos que siempre están necesitados
de un enemigo ficticio al más puro
estilo de estratega nazi Joseph Goebbels
(Alemania, siglo XX), porque si seguimos
así, nos mantendremos dóciles ante todo lo impuesto, que llegará sin mesura ni posibilidad
de garantía, liderazgo o castigo frente los reiterados e impunes fracasos de los
proponentes de turno (entiéndase con ello
a los políticos, partidos o caudillos del momento que dominan al país).
3.- Sobre lo ético, lo
estético y lo épico.
Hago hincapié en que aún con
todo lo que podamos decir y señalar acertada (y necesariamente) con respecto a nuestros tropiezos, no podemos
perder de vista que en esencia somos gente buena y llena de energía, con
conocimientos, destrezas y experticias suficientes para cambiarlo todo en un
giro revolucionario, pero que por motivos psicosociales e históricos han
elegido por su propia voluntad el despertar lentamente a punta de golpes y
ultrajes, mientras han sido arriados de la mano de quienes fueron puestos equivocadamente
al frente de los gobiernos, y todo por resistirnos a entender que las decisiones correctas no siempre serán las más populares, y
que las decisiones populares siempre terminan siendo
las incorrectas.
Es
el precio a pagar queridos compatriotas, por no asumir que realmente no éramos
-pero podíamos ser-, una sociedad mental y emocionalmente soberana,
en justicia y libertad. Esa es tarea pendiente de lograr.
El siguiente paso en este
proceso de reconocer las cosas como son, consiste en aceptar que no todos podíamos marcharnos del país
huyendo del régimen y de nuestras frustraciones (eso de hecho habría sido la capitulación más patética que registraría
la historia humana de un pueblo ante sus opresores); tampoco la migración de
muchos es pretexto para acusarse y estigmatizarse mutuamente con el “…que si nos fuimos o que si nos quedamos, y
que por eso valemos más, o menos”, porque eso no sería más que otra evidencia
a favor de la profunda división que reina a favor de los opresores.
Lo
más importante que tenemos que rescatar en este punto es que aunque sabemos
que muchos no se fueron porque en realidad no tenían los medios, la voluntad, o
la libertad (vamos, que nadie se queda a ser mártir donde no hay causa), la inmensa mayoría que sí permanece por
decisión propia, lo hace con la convicción de que doblegarse ante el régimen es
darles a estos el triunfo final, con lo cual sin proponérselo necesariamente, custodian un tesoro de dignidad y de
valores que será imprescindibles para construir una nueva ciudadanía con
una dirección que podamos seguir entonces en el futuro hacía una fresca y
distinta nación.
4.- Las conclusiones obvias,
pero ignoradas.
No le demos más vueltas;
estas son las cosas (que al menos de
entrada), hay que concretar para cambiar el juego, y que no sigan jugando con nosotros:
- ·Tenemos que aceptar que debemos despertar mayoritariamente
para poder actuar;
- ·Tenemos que eliminar de nosotros lo indigno,
feo y sin sueños, para instalar y exigirnos lo ético, lo estético y lo épico;
- ·Tenemos que creer en nosotros para hacer lo
anterior;
- ·Tiene que surgir un liderazgo por su propia
fuerza e ímpetu, y nunca por ser engendrado en primarias partidistas de
perdedores ni patrocinado por fuerza de intereses foráneos, pues ha de contar con su propia
luz para poder brillar e inspirar;
- ·Tenemos que entender con claridad qué
caminos queremos tomar, y cómo verificar mediante la hoja de ruta, que no haya
interpretaciones por parte de terceros ni opciones unilaterales admisibles, o
que quedasen sin castigo la sola insinuación de alteración por parte de políticos
y demagogos oportunistas;
- ·Es necesario perderle el miedo a la instauración de una Junta de Gobierno; no
hay manera de que los políticos actuales enderecen el entuerto social que a
ellos mismos los parió y dejó discapacitados
éticamente.
- ·Entender que si hubiera certeza de unas
elecciones y referéndums libres y verificables, sin duda el acto del voto sería
la vía para alcanzar los objetivos, pero a falta de esto tenemos que unirnos y
levantarnos masivamente en un único acto de rebeldía amparado en el art 350 de
la CRBV, que haga sentir en el cuello a cada verdugo de nuestra libertad, el filo de la violencia que somos capaces
de desatar, porque incluso la salida pacífica, sólo se da por la vía soterrada
de la amenaza contundente que el opresor alcanza a reconocer en el número de
ciudadanos levantados y sin control posible por sus propias fuerzas opresoras.
En suma, ya sabemos que sí existe la Venezuela Indigna, fea, y sin sueños, y que a
partir de su reconocimiento pleno es que podremos ponernos de pie frente al
necesario proyecto de país requerido, capaz de auto-sustentarse desde lo ético, lo estético y lo épico, en
justicia y libertad, que tendría como piso a una Constitución despolitizada
y, -como Espada de Damocles permanente
sobre quienes la administren-, a una ciudadanía amenazante y resuelta a ser
libre desde la dignidad de cada uno y de la suma como mayoría.
Cuando asimilemos que toda
moneda tiene dos caras, habremos
superado la dualidad y estaremos ciertamente entrando en los territorios de la
libertad.