domingo, 30 de enero de 2022

2022: No hay razón para que este año no sea el del cambio.

I.- Seamos directos:

Para esto es necesario que alteremos el estado de las cosas, reconociendo primero que una cadena decadente de circunstancias nos han hecho proclives al entreguismo: esa sensación de fatalidad silenciosamente tolerada y aceptada que ha nacido del pesimismo como consecuencia de ir de fracaso en fracaso en lo que ha sido tratar de cambiar las cosas.

Por eso necesitamos primeramente aprender a leer la situación en la que estamos y ver más allá de la profunda dualización en la que nos debatimos sin llegar a ninguna parte, -como los remeros que en un mismo barco reman en direcciones contrarias y dan vueltas sin avanzar-.

“De la casi arrogancia positiva, hemos pasado al pesimismo silencioso entre bodegones y sueldos de hambre”.

Todo el que ha tenido acceso al poder desde el ego de nuestro  mundo dividido siempre entre dos bandos incapaces de acercarse a un centro de conciliación, eventualmente –y sólo para su propio beneficio-, nos ha manejado con esa misma dualidad, incrementándose con el tiempo el grado de manipulación y descaro; así nos han arriado sistemáticamente a través del más visceral de los miedos, y nos han acostumbrado a crecer, educarnos, trabajar y en general a vivir, bajo supuestos donde siempre hay un antagonista (lejos convenientemente de quienes nos administran o gobiernan) contra quien competir, comparar o luchar.

Si bien es ese ego elemental el que nos dio en su momento las primeras luces de consciencia sobre nosotros mismos al principio de nuestro andar como civilización, ahora, en un mundo de letras y tecnología, se vuelve cada vez más apremiante domarlo para poder trascender hacia un equilibrio conceptual de lo que es justo y digno, desde el cual por cierto, podamos desempoderar a las castas de dirigentes cuasi aristocráticos que hemos permitido surgir como gobierno, -reciclados hasta el fastidio infinito que vivimos hoy-, a través de una variedad de colores y filosofías políticas cebadas en la mercadotecnia, la manipulación de la información y la creación de cada vez mayores franjas sociales dependientes del Estado.

II.- Ábranse a la idea de que si seguimos abordando toda nuestra vivencia desde la misma óptica, y con los mismos protagonistas opositores por los cuales estamos enlodados mientras ellos se mantienen inmunes a la tragedia, entonces todo seguirá igual -salvo el infortunio mismo-, que continuará creciendo y devorándolo todo a su paso, incluso a este conjunto cada vez más reducido de “ciudadanos” sin deberes ni derechos que somos hoy, y donde valemos lo mismo que un cero a la izquierda para quienes administran la Colonia Bolivariana de Venezuela.

Déjenme explicar nuestro predicamento de otra manera:

¿Han intentado apalancar alguna vez algo que necesitaban mover o destrabar, con un trozo de madera, y esta se partió ante el esfuerzo que hacían?;

¿Les ha ocurrido que luego de quebrada la madera que utilizaban de palanca, tomaban el pequeño trozo que quedaba e insertándolo junto al objeto trabado, intentaron seguir apalancando, ahora con menor ventaja mecánica y mayor sufrimiento, sin poder mover el objeto?

Seguramente esto último no les ha pasado más porque entendieron desde pequeños que una palanca aún menos larga no movería lo que rompió a la anterior.

Entonces:

¿Por qué como sociedad, seguimos intentando destrabar el país que somos, no ya con un trozo de la palanca restante, sino incluso, con una “astilla” de ésta?

Seguro lo van comprendiendo: ¿Quiénes son los “políticos” de oficio de hoy, los “pseudo-líderes”, los “guías”, “expertos” y “opinadores” que representan a esa “astilla” que justo aún en el 2022 insistimos en usa para apalancar y destrabar no ya a un objeto, sino a un concepto de país cada vez más hundido e inmóvil?

 

III.- Hemos agotado hasta tal punto los recursos “clásicos” del cambio social a nivel mundial, que ni las “revoluciones” de izquierda o de derecha, verdes o rojas, las “guerrillas”, o las “primaveras”, las “constituyentes” o las “emancipaciones”, las “sanciones”, y ni siquiera las actuales “todes y tod@s”, pueden ya representar algo más que otra “astilla” igual de corta y con una utilidad que no va más allá de lo anecdótico por el acto en sí, para demostrar cada uno de ellos que nada unilateral (o planificado a escondidas para luego ser expuesto con alguna forma de violencia), ha sido ni será, una solución social estable.

Ocurre esta desconcertante situación porque nada de esto sirve para apalancar a la verdad “atascada” en nuestro interior, detrás de la tramoya de la arrogancia de creernos aún hoy, en esta obra teatral que nos montaron y por la cual nos han hecho pagar, el pináculo de la moral y las luces de la humanidad, cuando lo único que estamos demostrando en el ejercicio diario de la vida venezolana, es que nos mantenemos acurrucados en nuestros nichos menos incómodos, esperando a que las cosas cambien por sí solas.

Por eso es que no logramos aún tomar la “palanca” más fuerte de todas; la única capaz de desatorar toda buena intención del fango donde la tenemos atrapada y amordazada por los políticos:


La honestidad.

 

Nuestro reto 2022 es llegar hasta nosotros mismos y despejar la vía desde el corazón para vivir la honestidad que apalancará como poderosa barreta y con vigor, el progreso en ejercicio de la Justicia y la Dignidad.

Tras lograr esta proeza personal primero, y colectiva luego, una sola condición adicional necesitaremos:

El creer en nosotros mismos como colectivo pensante y conectado con una verdad desde el corazón;

El darnos cuenta de que aunque no nos conocemos, nos necesitamos para desterrar del país al régimen político que administrando nuestra propia miseria, secuestró toda virtud y decencia hasta arrastrarnos a la condición de servidumbre de una Colonia.

Si no lo intentamos, no podremos saber jamás si el 2022 era el año, ni mucho menos conseguiremos la respuesta a la pregunta: ¿Necesitamos doblar la espalda -y apretar nuestros corazones- un año más, para cambiar las cosas que podríamos transformar hoy?

 

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