I.- Seamos
directos:
Para esto es
necesario que alteremos el estado de las cosas, reconociendo primero que una
cadena decadente de circunstancias nos han hecho proclives al entreguismo:
esa sensación de fatalidad silenciosamente tolerada y aceptada que ha nacido del
pesimismo como consecuencia de ir de fracaso en fracaso en lo que ha sido
tratar de cambiar las cosas.
Por eso
necesitamos primeramente aprender a leer la situación en la que estamos y ver
más allá de la profunda dualización en la que nos debatimos sin llegar a ninguna
parte, -como los remeros que en un mismo
barco reman en direcciones contrarias y dan vueltas sin avanzar-.
“De la casi arrogancia positiva, hemos pasado al pesimismo silencioso
entre bodegones y sueldos de hambre”.
Todo el que ha tenido acceso al poder desde el ego de nuestro mundo dividido siempre entre dos bandos
incapaces de acercarse a un centro de conciliación, eventualmente –y sólo para su propio beneficio-, nos ha
manejado con esa misma dualidad, incrementándose con el tiempo el grado de
manipulación y descaro; así nos han arriado sistemáticamente a través del más
visceral de los miedos, y nos han acostumbrado a crecer, educarnos, trabajar y
en general a vivir, bajo supuestos donde siempre hay un antagonista (lejos convenientemente de quienes nos
administran o gobiernan) contra quien competir, comparar o luchar.
Si bien es ese
ego elemental el que nos dio en su momento las primeras luces de consciencia
sobre nosotros mismos al principio de nuestro andar como civilización, ahora, en
un mundo de letras y tecnología, se vuelve cada vez más apremiante domarlo para
poder trascender hacia un equilibrio conceptual de lo que es justo y digno, desde
el cual por cierto, podamos desempoderar a las castas de dirigentes cuasi aristocráticos que hemos permitido
surgir como gobierno, -reciclados hasta
el fastidio infinito que vivimos hoy-, a través de una variedad de colores
y filosofías políticas cebadas en la mercadotecnia, la manipulación de la
información y la creación de cada vez mayores franjas sociales dependientes del
Estado.
II.- Ábranse a
la idea de que si seguimos abordando toda nuestra vivencia desde la misma óptica,
y con los mismos protagonistas opositores por los cuales estamos enlodados mientras
ellos se mantienen inmunes a la tragedia, entonces todo seguirá igual -salvo el infortunio mismo-, que continuará
creciendo y devorándolo todo a su paso, incluso a este conjunto cada vez más
reducido de “ciudadanos” sin deberes ni
derechos que somos hoy, y donde valemos lo mismo que un cero a la izquierda
para quienes administran la Colonia Bolivariana de Venezuela.
Déjenme
explicar nuestro predicamento de otra manera:
¿Han intentado apalancar alguna vez algo que
necesitaban mover o destrabar, con un trozo de madera, y esta se partió ante el
esfuerzo que hacían?;
¿Les ha ocurrido que luego de quebrada la
madera que utilizaban de palanca, tomaban el pequeño trozo que quedaba e insertándolo
junto al objeto trabado, intentaron seguir apalancando, ahora con menor ventaja
mecánica y mayor sufrimiento, sin poder mover el objeto?
Seguramente
esto último no les ha pasado más porque entendieron desde pequeños que una
palanca aún menos larga no movería lo que rompió a la anterior.
Entonces:
¿Por qué como sociedad, seguimos
intentando destrabar el país que somos, no ya con un trozo de la palanca
restante, sino incluso, con una “astilla” de ésta?
Seguro lo van
comprendiendo: ¿Quiénes son los “políticos”
de oficio de hoy, los “pseudo-líderes”, los “guías”, “expertos” y “opinadores”
que representan a esa “astilla” que justo aún en el 2022 insistimos en usa para
apalancar y destrabar no ya a un objeto, sino a un concepto de país cada
vez más hundido e inmóvil?
III.- Hemos agotado
hasta tal punto los recursos “clásicos”
del cambio social a nivel mundial, que ni las “revoluciones” de izquierda o de derecha, verdes o rojas, las “guerrillas”, o las “primaveras”, las “constituyentes”
o las “emancipaciones”, las “sanciones”,
y ni siquiera las actuales “todes y tod@s”,
pueden ya representar algo más que otra “astilla” igual de corta y con una
utilidad que no va más allá de lo anecdótico por el acto en sí, para demostrar cada uno de ellos que nada unilateral (o
planificado a escondidas para luego ser expuesto con alguna forma de violencia),
ha sido ni será, una solución social estable.
Ocurre esta
desconcertante situación porque nada de esto sirve para apalancar a la verdad “atascada” en nuestro interior, detrás de la
tramoya de la arrogancia de creernos aún hoy, en esta obra teatral que nos
montaron y por la cual nos han hecho pagar, el pináculo de la moral y las luces
de la humanidad, cuando lo único que estamos demostrando en el ejercicio diario
de la vida venezolana, es que nos mantenemos acurrucados en
nuestros nichos menos incómodos,
esperando a que las cosas cambien por
sí solas.
Por eso es que
no logramos aún tomar la “palanca” más fuerte de todas; la única capaz de desatorar toda buena intención del fango
donde la tenemos atrapada y amordazada por los políticos:
La honestidad.
Nuestro reto
2022 es llegar hasta nosotros mismos y despejar la vía desde el corazón para vivir
la honestidad que apalancará como poderosa barreta y con vigor, el progreso en ejercicio de la Justicia y la
Dignidad.
Tras lograr
esta proeza personal primero, y colectiva luego, una sola condición adicional
necesitaremos:
El creer en nosotros mismos como colectivo pensante y conectado con una
verdad desde el corazón;
El darnos
cuenta de que aunque no nos
conocemos, nos necesitamos para desterrar del país al régimen político que administrando nuestra
propia miseria, secuestró toda virtud y decencia hasta arrastrarnos a la condición
de servidumbre de una Colonia.
Si no lo
intentamos, no podremos saber jamás si el 2022 era el año, ni mucho menos conseguiremos
la respuesta a la pregunta: ¿Necesitamos doblar la espalda -y apretar
nuestros corazones- un año más, para cambiar las cosas que podríamos transformar
hoy?
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